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Africanistas y junteros en el Ejército

En 1902, el entonces ministro de la Guerra, general Weyler, dictó una orden que establecía que los tenientes no podían casarse hasta tener una renta personal o una novia con dote, dado que el sueldo de un oficial era entonces insuficiente para poder mantener una familia. Eso por sí solo da ya idea de la penuria económica que entonces padecía la clase militar.

En 1910 el general Luque, nuevo ministro de la Guerra, implantó los ascensos por méritos de guerra, debido a la falta de oficiales en Marruecos, aumentándoles allí un 50% el sueldo. Al terminar la campaña del Kert se concedieron numerosos ascensos por méritos de guerra. Esta medida creó gran malestar en la oficialidad de la Península, que consideraba que los combates allí desarrollados no habían sido tan importantes ni exitosos para merecerlos. El 14-08-1913 se publicó un artículo en el periódico La Correspondencia Militar, firmado por Francisco de Artillano, teniente coronel, en el que protestaba contra los que no veían bien los ascensos por méritos de guerra, diciendo: “…Ese personal (que por desgracia existe) apenas se ha mojado una vez, que no sabe lo que calienta el sol, que no sabe la diferencia que existe entre una buena cama y otra dura y húmeda tierra (…) Ese personal, cómodo y flojo de por sí, es necesario colocarlo en situación, o que se marche a su casa, o corra el albur aquí de ser carne de hospital, y se marchará seguramente dejando huecos necesarios a capacidades de mejor voluntad y energía (…) La guerra de Marruecos se ganaría con facilidad si para ascender a la categoría de jefe todos los oficiales pasan por África. En sentido contrario, los oficiales de la Península protestaban que ascendieran por tal sistema los más modernos antes que los más antiguos. En 1916 en la batalla del Brutz, próxima a Ceuta, el capitán Franco sufrió una herida muy grave en el bajo vientre. Fue propuesto para su ascenso a comandante con sólo 23 años; se le negó por el Consejo Militar, que sólo le concedía la Cruz de María Cristina, pero Franco solicitó del rey el ascenso, que le fue concedido. La pésima situación económica se vio aun más empeorada con el estallido de la I Guerra Mundial de 1914, que produjo una grave crisis económica, una galopante inflación y gran pérdida de poder adquisitivo. Los oficiales se sentían mal pagados, engañados y defraudados por los políticos y por los altos mandos militares, además de por motivos económicos, también debido al injusto sistema de ascensos que regía, en el que predominaban el favoritismo y la injusticia. Los destinados en África se quejaban de que se jugaban todos los días la vida en las trincheras, soportando duros combates, mientras que a los que estaban de guarnición en la Península les bastaba con estar destinados próximos a los jefes o tener un apellido influyente para ser mejor clasificados para el ascenso. El 12-01-1910 se organizó una manifestación ante la sede de La Correspondencia Militar en Madrid en la que unos 2.300 oficiales protestaron ante la doble injusta situación. Se dijo que uno de los promotores de la defensa de los oficiales fue el capitán Gonzalo Queipo de Llano, que escribía bajo el seudónimo de ‘Santiago Vallisoletano’; de hecho, fue por ello confinado en el Castillo de Santa Catalina de Cádiz. El general Luque calificó el acto de insubordinación y atentado contra la disciplina, imponiendo duras penas, cerró el Círculo Militar, cesó al capitán general de Madrid y arrestó a varios oficiales, incluido el director del periódico. Para mayor inri, los gobiernos de Dato y Romanones pretendieron amortizar 4.800 plazas de oficiales, agravando todavía más tan hondo malestar. A la luz de lo expuesto, resulta de todo punto inequívoco que la oficialidad estaba dividida en dos facciones: por un lado, la de los ‘africanistas’, como se les llamaba a los que permanecían destinados en África por largo tiempo, que estaban en campaña, hacían frente a la guerra, a las incomodidades de tener que andar de combate en combate, durmiendo en el suelo, sacrificándose a base de esfuerzos y privaciones, teniendo que hacer vida en un territorio inhóspito, en un ambiente extraño y alejados de sus familiares queridos y corriendo el riesgo de morir en cualquier momento. Y, de otra parte, la de los ‘peninsulares’, que vivían cómodamente en los cuarteles de la Península, realizando servicios de guarnición bastante más cómodos y pudiendo dormir casi a diario en su casa con su familia, sin tener que correr ningún riesgo de entrar en combate, donde muchos compañeros perdían la vida. A estos últimos, más adelante, cuando después se crearon las llamadas Juntas de Defensa, terminarían llamándoles los ‘junteros’. La penuria económica y el descontento general de la oficialidad fueron el germen que hizo nacer las Juntas de Defensa, de las que ya en 1905 hubo una especie de ensayo, creándose Juntas regionales y locales, asumiendo la de Madrid la dirección de los asuntos, presidida por Manuel Goded Llopis. El 6-11-1912, La Correspondencia Militar insistía sobre la difícil situación económica de los militares: “Negando la realidad que brota potente de todas las manifestaciones de la vida pública, desoyendo los consejos de la razón, la demanda de la justicia y la más elemental previsión, se continuaron concediendo recompensas que alimentan el descontento y matan la interior satisfacción entre el generalato y la oficialidad del Ejército; se suprime después el Estado Mayor Central; se otorgan los destinos por riguroso influjo de favor, poniendo la dignidad del ejercicio del cargo militar a merced de los políticos y los caciques; se quitan modestas gratificaciones que eran un poderoso alivio para sobrellevar lo angustioso de la situación económica en el hogar militar (…). También la oficialidad se quejaba del trato de favor para el ascenso dado a los oficiales del Cuarto Militar del rey, por lo que protestaron haciendo llegar hasta el monarca la petición de que les demostrara que los de su Cuarto eran “más dignos militares que serviles palaciegos”. Alfonso XIII temió ser objetivo de las quejas de las Juntas, y quiso que el gobierno las prohibiera; pero el general Luque le hizo cambiar de idea porque podían ser útiles si se sabían manipular. Luego Luque cambió de idea y en 1917 disolvió las Juntas de Artillería e Ingenieros, cuyos oficiales poseían el título civil de Ingeniero y pedían poder compatibilizar las profesiones militar y civil. El general Alfau exigió a sus jefes que debían someterse a pruebas físicas, a lo que se negaron los jefes de Ingenieros, Artillería y Estado Mayor. En diciembre de 2016 el coronel Benito Márquez Martínez, con autorización del general Alfau, fue designado Presidente de la Junta de Defensa de Barcelona, que asumió la dirección y redactó el Reglamento de las Juntas de Defensa. Su primer artículo establecía: “Se constituye la Junta de Defensa de la Escala Activa del Arma de Infantería para trabajar por su mejora y progreso, para mayor gloria y poderío de la patria; para defender el derecho y la equidad y los intereses colectivos e individuales de los miembros de ella, desde la salida de la Academia hasta el empleo de coronel, inclusive. Es otro de sus fines fomentar el verdadero compañerismo, mutua ayuda y perfecta y legendaria caballerosidad, desarrollando estas virtudes en la oficialidad y velando por su decoro y prestigio profesional; persiguiendo con particulares iniciativas y con la ayuda que pueda adquirir y perfeccionar el oficial las actitudes profesionales; y, por otra parte, para que mejore la situación económica y renazca la interior satisfacción que nace de sus entusiasmos al empezar su carrera y se perpetúe con la confianza en la justicia y equidad con que serán apreciados sus méritos y esfuerzos”. Escribe G. Cardona en la página 279 del libro ‘Los Miláns del Bosch’: “Entre la oficialidad del Ejército que combate en tierras africanas existe profundo disgusto, más aún, encono vivo contra las Juntas de Defensa (…) Aquellos bravos capitanes que al frente de las Fuerzas de Regulares, Policía Indígena, Mehala, etc, cumplen con entusiasmo la misión que España les tiene encomendada, han acabado por odiar el burocratismo estéril, más aún, contraproducente y dañoso de las Juntas. Nuestro Ejército de África es una de las víctimas de las Juntas”. Las Juntas terminaron por politizarse totalmente y adquirieron un enorme poder. El coronel Márquez escribió que “no se acataban en la marcha del Ejército más órdenes que las de las Juntas”. Y el rey declaró en 1922 en Barcelona: “Asusta notar en nuestro Ejército ocupaciones que, aunque las motivó un deseo tal vez nobilísimo, más elemental. El oficial no puede meterse en política”. En 1922, el ministro de la Guerra, de la Cierva, las transformó en meras “comisiones informativas”. Y en noviembre de 1922 por una ley aprobada en Cortes fueron disueltas tales “comisiones informativas”. Con ello se consiguió poner fin a dichas Juntas y se restableció la unidad entre los oficiales ‘africanistas’ y los ‘junteros’. Como se ha visto, las Juntas de Defensa eran totalmente opuestas a los ascensos por méritos de guerra, hasta el punto de que en la Ley de Bases aprobada el 19-06-1918 lograron introducir duras restricciones a los ascensos por méritos de guerra y por elección, que sólo podrían darse ya mediante una ley especial y en casos muy excepcionales. Esta norma a uno de los oficiales que perjudicó mucho fue a mi paisano de Mirandilla (Badajoz), Capitán de Infantería José Ledo Rodríguez, hasta el punto de que creo que ello fue determinante para que luego muriera en combate en los primeros intentos de tomar Madrid el 12-10-1936 por Campamento, cuando iba mandando una compañía. Este valiente y bravo oficial, estuvo combatiendo desde 1918 hasta 1931 en la zona noroccidental (Larache, Arcila, Alcazarquivir, Xauen, Tetuán, etc), en los mismos lugares por los que pasó la flor y nata de aquel Ejército: Franco, Millán Astray, Yagüe, Varela, Mola, Queipo de Llano, Sanjurjo, Valenzuela, González Tablas, etc. Fue tres veces herido, una de ellas el 7-05-1927 en las alturas de la kabila El Jemis, en el mismo lugar donde murió el héroe de de Regulares González Tablas. A José Ledo Rodríguez, por sus destacados servicios de campaña prestados en el Grupo de Regulares de Larache nº 4 y Policía Indígena, en 1923 le fue instruido “juicio contradictorio” para el ascenso a Capitán por méritos de guerra, en cuya Orden General del Ejército de África se dice: “El 28 de abril este Oficial logró contener en sus puestos con subordinación a los indígenas gracias a su valor, serenidad y entusiasmo, salvando el momento difícil de la oposición. El día 21 de mayo, al frente de su tropa y animándoles con el ejemplo, se lanzó a ocupar las posiciones que el enemigo tenía en su poder, a pesar del intenso fuego que se hacía, consiguiendo el objetivo y pudiendo continuar el avance”. Se proponía para el ascenso en mérito de las destacadas operaciones realizadas desde 1º de febrero al 31-07-1922 al 27-05-1927, cuando combatía al mando de su Compañía en las alturas de la posición de El Jemis contra los rebeldes de Abd El-Krim, que recibió la orden de romper la tenaz resistencia del enemigo y, pese al nutrido fuego de éste, avanzó hacia el adversario consiguiendo el objetivo, a pesar de haber recibido una herida de fuego con orificio de entrada en línea mandibular y de salida a la misma altura, en línea axilar anterior, siendo hospitalizado en Arcila y Larache, donde fue dado de alta el 14-06-1927. Pero las normas impuestas por las Juntas de Defensa paralizaron su ascenso junto al de todos los propuestos. Después, por la ley de Azaña fue pasado a retiro forzoso. Pero es casi seguro que, de haber ascendido a capitán al tiempo que fue propuesto, luego en 1936 le hubiera ya cogido la guerra de comandante, con cuyo empleo no hubiera tenido que ir tan en vanguardia, en la que murió. Tras su muerte, fue ascendido a comandante por méritos de guerra, y muy homenajeado por su pueblo en Mirandilla por su heroico comportamiento.

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