Los ministros de Asuntos Exteriores de España y Marruecos, José Manuel Albares y Naser Burita, reiteraron ayer que la relación entre ambos países “nunca había sido tan intensa y fructífera”, pero de su encuentro en el país vecino no salió de nuevo ninguna fecha concreta para la apertura de las aduanas comerciales de las ciudades autónomas.
Según Albares “todo está listo” casi dos años después del compromiso alcanzado en abril de 2022 después de que Sánchez cambiase la posición de España sobre el Sáhara Occidental y ya no hacen falta más “pruebas” como las que se realizaron durante el primer semestre de este ejercicio, pero Burita apeló de nuevo a complicaciones de “implementación técnica” para pedir tiempo, unos “meses”, para culminar un “objetivo común”.
No se trata solo de la entrada en funcionamiento de la aduana, sino de la definición de un modelo de frontera seguro y fluido que se está haciendo esperar demasiado.
Si realmente no existen problemas de compromiso o políticos por ninguna de las partes no se entiende que el cruce del Tarajal siga siendo un calvario para quienes lo atraviesan en cualquier sentido, sobre todo en coche, o que la aplicación del régimen de viajeros parezca imposible.
Son muchos los ámbitos en los que dos países vecinos y amigos como dicen y deben ser España y Marruecos tienen que entenderse y colaborar lealmente, desde el combate de las mafias dedicadas al tráfico de drogas o personas hasta la lucha contra el terrorismo y la cooperación económica, pero también para facilitar la vida a sus ciudadanos en contextos como los de las ciudades autónomas y el entorno que las rodea, que desde el respeto mutuo están obligadas a intentar crecer juntas.