Categorías: Sociedad

Abre los ojos... apunta... ¡dispara!

'El Faro' acompaña a un grupo de cazadores ceutíes hasta Marruecos para vivir, sobre el terreno, una afición que divide opiniones

Hora de salida: 05.30. Ceuta aún tardará tres o cuatro horas en desperezarse. Incluso hay zonas que no se han despedido del día anterior. La música continúa sonando. Hoy (mañana para quienes gozaron la noche) es el Día del Pilar. Un festivo que muchos aprovechan descansando o compartiendo el día en familia. Otros lo exprimen al máximo disfrutando de su gran pasión: la caza. Una afición incomprensible para muchos, respetable para otros pero, para la mayoría, bastante desconocida. El día arranca entre los bostezos del cazador y el nerviosismo incansable de decenas de perros impacientes por atrapar buenas presas... ¿Y el final? Cada día es distinto. No hay una jornada de caza igual a la anterior.

Cobijándose del chaparrón momentáneo, Antonio aguarda bajo el árbol la llegada de su hijo Sergio. En cuclillas, sujeta con firmeza a Luna por el pescuezo. Sólo falta Sol. Cuando escucha el rugido del Mitsubishi 4x4 blanco comienza a incorporarse y en un abrir y cerrar de ojos mete al beagle junto a cinco de sus camaradas. Se recoloca la visera beige de pana que, ahora empapada, continúa cubriéndole la calva. La prenda no se ha movido de ahí ni un segundo desde que comenzó la jornada de caza casi ocho horas antes. Quizás sea su amuleto.
- ¿Y el Sol? - vocea impaciente Sergio sin dejar que su padre alcance la ventanilla bajada del piloto.
- No sé, han llegado los dos hasta mis pies, pero él se ha dado media vuelta. Está loco detrás del meloncito aquel que vio antes. ¡Maldito perro tonto! -se lamenta el veterano cazador y ordena a su vástago- tú deja aquí el coche y vete con Mohamed a casa del chaval ese que recogió a una de las perras el otro día. A ver si hay suerte y mientras tanto aparece el Sol.

Lejos de rendirse, vuelve a tocar la trompetilla. Silba. Grita. Nada. En su memoria está muy fresca la sangría del último cochino cazado el sábado anterior en esos mismos montes. Noventa kilos de jabalí herido frente a decenas de perros, algunos novatos. Resultado del combate: cuatro canes desaparecidos... o muertos. No cuentan bien qué pasó, prefieren no entrar en datelles. Sin duda fue una desagradable experiencia. Un día de caza que convendría olvidar pero que centra todas las conversaciones de las primeras horas. Sobre todo la rotwailler de Francis, también llamada Luna, que murió poco después del ataque. Era la primera vez que, junto a Luca, de la misma raza, llevaba a sus perros de caza. Aquel sábado cruzó la frontera con dos, volvió con uno y medio y, tras la imposibilidad de salvarle la vida, tres días después regresa al mismo lugar sólo con Luca. El mimado. El que viaja junto a él en el asiento del copiloto. El que vigila los dos todoterreno mientras los huevos, el atún o el queso fresco ya presiden la mesa. Para acompañar siete cafés, más largos o más cortos, y un té moruno. Son las 07:15 horas en Ceuta, dos horas menos en Castillejos.

‘À le cochon?’
Ni un alma transita el Tarajal tan temprano. Cinco minutos bastan para atravesar el paso fronterizo. Un par de gendarmes conocidos les saludan mientras comprueban que han sellado sus pasaportes. De fondo los ‘40 Principales Gibraltar’ escupen ‘Quiero vivir’, del grupo aragonés Amaral. Jesús, al volante de su impoluto Volkswagen, baja el volumen para que Antonio intercambie unas palabras con el agente. En dariya, por supuesto. También intercalan algunas expresiones en francés. “À le cochon?”, pregunta el policía ya sexagenario bajo un espeso bigote que deja entrever una sonrisa sincera. Tras confirmar su hipótesis les da paso deseando buena suerte a los cazadores.
“Nací en Tetuán porque mi padre trabajaba en el Hospital Militar de allí en la época del Protectorado y he seguido viniendo a Marruecos toda mi vida”, explica Antonio sobre su facilidad para comunicarse en dariya, “y llevo ya 20 años viniendo casi a diario a la casa que tenemos aquí en Castillejos”. Dice que él sólo ‘chapurrea’, que el que controla de verdad es el menor de sus hijos. El que pasa de la caza. Prefiere el rugido de una moto antes que el ladrido de una jauría.
Recién caídos de la cama el enérgico saludo de los perros resulta atronador. Como enloquecidos, los canes salen en tropel de las perreras. Cuesta que Sergio y Paco les enganchen por el pescuezo para agruparlos. En unos quince minutos 19 perros (podencos portugueses, andaluces y campaneros; beagles; y mezclas de podencos y sabuesos) comienzan a tranquilizarse ya dentro del carro acoplado al Volkswagen. Seis más, contando a Luca, llegan desde una finca ubicada en García Aldave en la parte trasera del coche de Sergio. Agrupados los 25 canes y los ocho cazadores, arranca, ahora sí, un martes de caza.  

Coger fuerzas
La Gran Mezquita da los buenos días a los cazadores y les invita a desayunar frente a ella. En la terraza del Café ‘Same’ con sus puertas ya abiertas pese a que el reloj allí apenas rebase las 05:00 horas. En mitad de los bocados varias escenas. De un lado llega Mustafa, el presidente del coto nacional al que los ceutíes están adscritos. Saluda, comenta el jaleo de la última cacería y refrenda la hipótesis de partida de los ceutíes. Cazarán en la Haidra, la misma zona del otro día. Antes, dos niños de no más de doce años amenizan la reunión con un par de panderetas. Luego llega un todoterreno con otro grupo de cazadores caballas. Ellos optan por el bar contiguo, que acaba de abrir también. Por último, un joven con aparente desequilibrio mental comienza a molestar a gritos. El camarero cosigue que se marche. Eso sí, con un trozo de pan con queso fresco y aceite que quedaba sobre el plato de Antonio. “Este se ha escapado del psiquiátrico de Tetuán”, explica el ‘maître’.
Paco paga el desayuno y los coches de Jesús y Sergio, tras hacerse con ocho panes redondos, ponen rumbo al lugar indicado por Mustafa. Son las 08:05 y el cielo comienza a abrirse. Una mano desconocida lo va tiñendo de naranja. “¡Mira ahí que pedazo de foto!”, exclama Paco. Su Canon aún descansa en el maletero, de lo contrario ya habría disparado. Hacia la imagen celestial o hacia las montañas con tonelada de basura que se erige ante sus ojos. “El otro día tuvimos que bajar por ahí buscando a los perros y no veas qué pestazo”, cuenta Sergio, “hasta la policía en la frontera nos preguntó que dónde habíamos metido los coches. Esto es un asco”.
El molestísimo olor de los residuos les da un tortazo al bajar. Dicen que ahí abajo también hay cochinos, pero cualquiera se mete a buscarlos. Sin perder tiempo Antonio saca su trompetilla y la toca en mitad del silencio. “Está buscando a los tres perros perdidos el otro día”, asegura Paco, “ya se pateó el monte el domingo, pero nada”. La toca de nuevo. Inútil. Entre tanto comienzan a llegar los colegas marroquíes. Hasta cerca de una veintena, la mayoría con barba cana desde hace tiempo. Pasan unos 40 minutos hasta que todos se abrochan bien las botas y se enfundan un par de jerseys y un impermeable. La tele ha dicho que va a llover. “Pues en Internet ponía que no, ¿eh?, que lo he mirado a las 05:00”, asegura Jose, el cazador que parece más joven. Mustafa y Antonio intercambian la documentación. Todo está en orden, así que tanto marroquíes como caballas sueltan a sus canes y comienzan a tomar posiciones estratégicas.

‘Browning’ sale a pasear
La última actriz protagonista sale al escenario. Se llama ‘Browning’. Una escopeta repetidora que lleva tres años de cacería en cacería. “La compré en Marruecos porque siempre me muevo en cotos nacionales, no turísticos”, explica Antonio. El veterano cazador hace de puntero. Le acompañan Jesús, al que llaman ‘Shico’, Paco y José Antonio. Comienzan a internarse. Siempre mirando al suelo. Buscan rastros que indiquen que algún cochino merodea la zona. Un lugar reinado por el verde y salpicado por algunas casas. “Los vecinos aseguran que hay muchos jabalíes últimamente, por eso este año hemos comenzado por aquí”, dice Antonio. La temporada de caza comenzó el 3 de octubre y se extenderá hasta las mismas fechas que en la península, finales de enero.
Deciden colocarse en un cruce de caminos y ponen fin a la conversación. Mocha, una mezcla de podenco y husky siberiano de piel marrón, parece tristepor el extravío de dos de sus cachorros el sábado anterior. No ha querido ir con el resto de los canes guiados por el otro grupo, los batidores, así que vigila en silencio a la espera de noticias de sus compañeros. Comienzan a pasar los minutos. En silencio, sólo roto por el ‘Salam Malecum’ de algunos lugareños y, a ratos, el revoloteo de vandadas de gaviotas. Los cazadores afinan el oído. Muy a lo lejos, comienzan a escucharse perros. Y el primer tiro. Prolongado. Antonio y Jesús se miran. “Nada, no han pillado nada”, asegura Antonio. El sonido no habría sido tan largo.
Él lleva la munición alrededor de la cintura. Balas de fogueo para disparar al aire en cuanto los canes detectan una posible presa y las que se utilizan para abordar al animal. Los cazadores continúan erguidos, con los ojos bien abiertos para detectar cualquier movimiento. Pasan los minutos. Quizás sea momento de cambiar de ubicación. “He visto que por allí continúa una pista, ¡vamos!”, incita Antonio abriéndose paso entre las zarzas que pueblan el monte. En este nuevo lugar cuatro marroquíes que le conocen observan, como si asistiesen a una función teatral, la jornada de caza. Uno fuma kiffi en pipa. Mohamed se llama. Unos minutos después se levanta dando un fuerte impulso. “¡Ahí hay un cochino!”, exclama. Tras un intenso debate entre unos y otros concluyen que se trataba de un hurón. Primera falsa alarma.

Setenta kilos de recompensa
Sergio, Javi, Jose y Francis, el grupo de batidores, están al otro lado del arroyo. Antonio no les ve, pero sabe que están ahí. Conoce a la perfección los ladridos. Que si ‘ese es el Sol’, que si ‘esos ladridos son de la Luna’... “Ahora toca la retransmisión de ladridos”, bromea Paco. El diálogo entre los canes se intensifica. Han detectado un jabalí. Parece que comienza la acción. Los dos punteros marroquíes colocados a la derecha del grupo caballa se prepara para el disparo final. Carreras, ladridos, gritos de ánimo a los canes y tres disparos que llegan desde no se sabe bien dónde centran los cinco minutos posteriores. Son las10:40 horas. De repente, vuelve el silencio. El cochino se ha salvado por poco. Prosigue la búsqueda durante cerca de media hora. Jesús toma la repetidora de Antonio y baja hasta las cercanías del arroyo. Los marroquíes indican que quizás el cochino haya huído hacia nuestra zona. Nada. Nuevamente, comienzan los ladridos, gritos y finalmente, un tiro. Seco. Los cazadores entrecruzan sonrisas. “Se ha quedado ahí, donde el poste de la luz”, señala Paco dándole zoom a su potente Canon con la que trata de inmortalizar el momento.
Sale el sol después de un chispeo momentáneo. Parece que el astro rey felicite a los monteros por la captura y les dé ánimos para continuar. Fuerzas que recoge Antonio que, ante otra voz de alarma, no duda en desenfundar el machete y dar una larga carrera ladera abajo. Sortea la vegetación como pez en el agua. Seguirle es imposible. Llega hasta el arroyo y se le pierde de vista. Le ha seguido Paco, con su cámara. El grupo se divide de nuevo. Sergio continúa en otro punto, con la escopeta. Los perros vuelven a excitarse ante otra posible presa. Tanto o más que antes.
Carrera inútil la de Antonio y Paco, que una vez abajo se unen al grupo de los batidores. Al experimentado cazador eso de estar parado no le gusta. “Pagaría por estar ahora ahí, eso es lo que me gusta en realidad”, ha dicho minutos antes de echar a correr. Sergio y José Antonio componen ahora el grupo de punteros, aunque al poco reciben indicaciones de ir a por el coche para recoger a la presa. Sobre la última falsa alarma, Sergio afirma: “Nada, era un meloncito, ha pasado a mi lado, el hombre de esta casa me ha contado que a él ya se le han comido 11 gallinas, le tenía que haber disparado”. Cumplen órdenes y rehacen el camino hasta llegar al coche. Todavía no conocen bien la zona, es la tercera vez que cazan por esos montes y, tras un intento infructuoso, finalmente el grupo se reencuentra en el lado opuesto de la montaña.
Antonio y hijo del mismo nombre, Paco y compañía llegan exhaustos. “¿Queda algo de agua por el coche?”, preguntan unos y otros tras colocar la presa sobre el carro. Es una cochina, de unos 70 kilos. Embarazada. Una circunferencia perfecta bajo la oreja izquierda simboliza su muerte. Quien ha apretado el gatillo ha sido Karim. Como  los musulmanes no comen esa carne, no hay inconveniente en que los ceutíes se hagan con la captura. “No le debía quedar demasiado para parir, porque la hemos pillado al ladito de la casa azul”, deduce Sergio, “se estaría cobijando”. Con una larga rama Antonio evita que los perros, incansables, acechen a la víctima para tomar tajada. Jauría, se percatan, incompleta. Faltan canes. Al menos dos, la Luna y el Sol. Hay que volver a buscarlos. Sergio y su progenitor toman esa misión. Francis, Javi y Antonio hijo persiguen la batida hacia un monte situado al otro lado de la carretera. Van a explorar nuevas zonas. Quieren más pero...

Las cosas se tuercen
“¿No es ese el Sol?”, pregunta Jesús cuando, al mando del volante, se topa de frente con un perro que, ligero, huye con una gallina en la boca. Paco, desde la parte trasera, opina que sí. Frena, baja de un salto y lo coge del pescuezo. Un chaval de catorce años, de nariz chata y con una sonrisa dibujada en la cara viene por detrás. “Ya verás, este va a ser el dueño de la gallina, ya estamos sacando dirhams”, le dice Sergio a Paco. Éste decide ir rápidamente a buscar a Antonio. Con suerte todavía no estará aún inmerso en el monte y vendrá a negociar en dariya con el dueño de la gallina. Esperando, aparece el propietario. Un hombre de mediana edad pero casi sin dientes, que viste vaqueros sucios y raídos y sudadera azul oscura. Agarra al ave de un ala y la devuelve a la tierra con violencia. Es un momento tenso. Como intuía Jesús, quiere alguna contraprestación. Chapurrea barbaridades en castellano. Jesús se mantiene firme, con el beagle bien amarrado. Pasa casi un cuarto de hora hasta que, finalmente, Paco vuelve. Trae a Sergio.
- “Este es el Sol, ¿no?” - le interroga a lo lejos Sergio.
- “¡Qué va! Este es el Therry... ¿pero qué ha hecho?” - responde cuando se acerca.
Todos tornan la vista hacia la gallina muerta. Basta el intercambio de cinco frases para poner fin al altercado. Y cincuenta dirhams que Sergio saca del bolsillo. Lleva la voz algo ronca de tanto gritar y llamar a los perros. No quiere líos. El hombre, satisfecho, calla. Sergio mete al travieso can en el coche y se une a este grupo con su coche. Antonio se ha quedado atrás, buscando.
Cruzan la carretera y van al sitio marcado como nueva zona de cacería. A lo lejos ya se escucha a los canes, pero parece que parte de los cazadores marroquíes se han retirado de la cacería. Comienzan las llamadas. Por momentos caen fuertes chaparrones, los perros con la lluvia se vuelven más perezosos, Antonio no consigue encontrar a Sol y Luna, no hay indicios de más cochinos... Dicen que una retirada a tiempo es una victoria y el día ha sido bastante atípico. Ajetreado y atípico. No pueden permitirse perder más perros así que deciden centrarse en la búsqueda y, cuando los batidores alcancen los coches, dar por concluída la cacería. Son más de las 12.50.
(...)
Cobijándose del chaparrón momentáneo, Antonio aguarda bajo el árbol la llegada... vuelve a tocar la trompetilla. Silba. Grita. Nada... Justo cuando la lluvia se hace más intensa consigue ver a Sol entre la maleza. Le llama con mimo, pero éste vuelve a rehuirle. Antonio abre el maletero del Volkswagen y toma a un podenco como compañía. Comienza a andar por el monte hasta que se le pierde de vista. Pasan 20 minutos hasta que vuelve. Las gotas de agua recorren su rostro y se columpian por su bigote. “Le oigo, pero no consigo que vuelva a mí”, dice y continúa sin rendirse, “id con el coche al otro lado, saldré por allí”. Finalmente lo consigue. Ya están todos, así que optan por recoger. Los perros se resisten a entrar, continúan inquietos. Acostumbrados a las cacerías que concluyen cuando cae la noche, quizás les haya sabido a poco. “No ha sido un buen día”, se disculpa Antonio sin que nadie se lo pida, “pero es que cuando las cosas se tuercen...”.
Los escolares de Castillejos acaban de terminar las clases. El reloj marca las 12.00, hora marroquí. Han pasado más de ocho horas desde que los cazadores caballas abandonaron Ceuta. Regresan a la casa de verano de Antonio. Aunque la cacería ha concluído, queda trabajo. Dar de comer a los perros, limpiarles las jaulas, despellejar y despiezar el jabalí... y comer, ¡cómo no! Labores que les llevan casi tres horas más. “¿Te ha gustado? A ver si puedes volver otro día que se dé mejor”, vuelve a invitar Antonio. Para él la caza es parte de su vida. Sobra preguntarle qué le sedujo de esta afición. Basta con ver cómo se mueve por el monte, cómo trata a los perros, cómo enseña a sus hijos. Igual que a él le enseño su padre. Hoy domingo volverá. Toca caza menor. Aves. Regresará festivo tras festivo. Hasta que el cuerpo aguante.

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