Es la barriada más querida por el interés y a su vez la más maltratada. Esa es la cruz que persigue al Príncipe, objetivo de los votos en campañas electorales y víctima del olvido cuando nada hay que rascar de sus residentes.
Al Príncipe le salen ‘novios’ debajo de las piedras. Todos, en apariencia, se preocupan por el bienestar de unos vecinos a los que se les deja sin servicios básicos por culpa de unos delincuentes.
Lo que no son capaces de hacer en el centro se hace en el pintado como barrio más peligroso de Europa en donde pagan justos por pecadores.
No es nuevo. Un delegado del Gobierno del PSOE, partido que ahora habla de negaciones de derechos, cerró el Príncipe como idea exitosa para luchar contra la delincuencia. Se trajo a la UIP de Valencia y aisló el barrio en la más clara expresión del poder dictatorial para terminar con las estadísticas que empobrecían su gestión. Ya saben cómo terminó la historia: aquel delegado se marchó y el barrio siguió sufriendo las mismas penurias.
Por aquel entonces los vecinos que salían a tomarse un bocata eran registrados y tratados casi como delincuentes. Bien lo sabré porque lo vi con mis propios ojos. Son recuerdos que conviene archivar en la memoria para sacarlos a la luz cuando los partidos de este pueblo salen a escena a romperse la camisa cual Camarón por un Príncipe que solo les interesa por sus votos y por su propio interés político.
Mientras no se acepte como real la discriminación que existe en la actualidad en este y otros barrios de la llamada periferia poco podremos hacer por solucionar la situación real que atraviesan familias al completo, ceutíes igual que el resto aunque etiquetados con los prejuicios y generalizaciones que tanto daño provocan.