El conocido cuplé convertido en himno de la Legión es muchas cosas en si mismo, pero ha dejado de servir como imaginario del combate. Los soldados de hoy comparten con los de hace cien años su condición esencial, la de individuos que dan la vida por algo, pero ahí acaba el símil. La guerra actual se aleja aún más de la humanidad que nunca tuvo.
Y aunque el desastre de Annual, con 10.000 muertos casi de golpe y en cuyo contexto se estrenó el cuplé, puede considerarse un anticipo de las cifras escalofriantes que vinieron después, no es lo mismo sicalipsis que apocalipsis.
“Lola Montes” era el nombre artístico de una bailarina irlandesa que empezó siendo amante de un emperador y acabó mendigando en el Nueva York del XIX. El descarrío es una veta estética productiva y la canzonetista Mercedes Fernández, la “Lola Montes” que cantó el cuplé en la Melilla de los años 20, reencarnó el nombre de la irlandesa. Había sido tiple del “género chico” y triunfó en el “ínfimo”, pues el pueblo es quien sabe valorar cómo se disfruta o se muere a flor de piel.
La bellísima letra de Fidel Prado en “El novio de la muerte”, con música de Juan Costa, estremece al oyente. La carta a la novia que asoma en el pecho del soldado, fallecidos ambos, entra como un misil en la percepción, y sigue nihilista camino del martirio, ante el trueque de vida por amor.
Hoy, sin embargo, en medio de la inflación artillera y los muertos de cien en cien, a merced de drones, tablets, mentiras y video, donde el soldado sigue poniendo su cuerpo y la verdad, corren muy malos tiempos para la lírica.