No podía pasar por alto el recuerdo a lo sucedido aquel 20 de septiembre. Hacerlo supone traicionar esa mirada obligada que se debe tener hacia una de las tragedias más duras de la inmigración en Ceuta.
Fue un 29 de septiembre de hace 18 años cuando cinco jóvenes murieron en la valla, algunos por disparos efectuados desde Marruecos a la espalda.
Esta tragedia sacó lo peor de España y Marruecos. Este último por no investigar y condenar a quienes mataron a disparos a esos chicos. Hubo muertes en las concertinas, esas que cuando las colocó el PSOE decían que no eran lesivas. Marruecos nunca condenó ni encarceló a quienes cometieron esa auténtica barbaridad. Un crimen sin castigo.
España ofreció también su peor rostro. Se efectuaron devoluciones en caliente de heridos sin que constara investigación alguna. Se expulsaron a grupos enteros víctimas de una auténtica tragedia al desierto. Esas imágenes las vimos pero puede que hasta nos hiciéramos de hierro ante una realidad dura provocando que nos importara bien poco lo sucedido.
No hubo investigaciones. No se depuraron responsabilidades. España y Marruecos se pusieron de acuerdo para no provocarse mutuamente y la única respuesta fue sacar a los militares al vallado como si nada.
Ni siquiera se concretaron los muertos, ni se denunció la presión que días atrás se había hecho en el monte para provocar precisamente esa huida a la desesperada llevando perros para desmantelar las tiendas de quienes vivían entre ratas.
Pero todo interesó bien poco. Cuando dos países suman su lado más cobarde los pobres siempre pierden. Se les criminaliza, se les hace culpables y ni siquiera se busca justicia. Todo aquello pasó el 29 de septiembre de hace 18 años, una madrugada que la recuerdo como si fuera ayer, una madrugada salvaje a la que no hemos sido capaces de ofrecer justicia.