Las familias de desaparecidos han dado el paso de protestar por la falta de sus seres queridos concentrándose para ello en Rabat. Son unos pocos, muy pocos entre tantos y tantos padres, madres, hermanos, esposas e hijos de quienes emprendieron ruta migratoria y desaparecieron por siempre. Protestan únicamente para que se les busque porque quieren saber si están vivos o muertos.
Lo comentaba ayer con mi compañero Gonzalo: de cuántos jóvenes hemos escrito ya sin que nunca se sepa qué pasó con ellos. El Estrecho es la mayor tumba de tragedias con una estadística desconocida. Desconocida no por falta de interés -para hacer informes somos los primeros- sino por la imposibilidad de conocer todos los casos de quienes decidieron huir de su país y nunca llegaron a la meta pretendida.
Todavía hoy nos escriben familias de chicos cuyas historias publicamos hace meses. Nos preguntan si tenemos datos, si sabemos algo nuevo... Qué les vamos a decir: nada más podemos darles ánimos aunque ni siquiera les conozcamos.
Muchos de ellos desaparecieron al cruzar el espigón, nunca más se supo. Otros llegaron a aparecer sin vida tiempo después en Argelia. El mar es tan engañoso que hace mil cabriolas para evitar incluso el reencuentro familiar. Dicen de él que no se queda con nada. No lo sé, solo que sí hay demasiados casos en los que la ruta se perdió en el cruce y nunca se hallaron los restos de quienes la emprendieron.
Las familias protestan en Rabat para reclamar a las autoridades que agilicen la identificación de los cuerpos y combatan a los traficantes de personas. No sé si servirá de algo, pero al menos dan visibilidad a una tragedia sin límites que no trasciende, que no interesa, en la que los grandes medios no se fijan, tampoco lo hacen la mayoría de los pequeños. Dirán eso de ‘no son nuestros’. De todo hay.
Lo peor es seguir viviendo con la incertidumbre. Es sin duda la mayor de las condenas.