Concluía la parte anterior de este artículo con un aforismo de Soul Etspes: “Si no dispongo de tiempo para reconocerme terminaré por perderme”. En referencia a la defensa de la reducción de la jornada laboral y de la imperiosa necesidad de que el mercado de trabajo en España sea infinitamente más flexible. No nos sirve una u otra cosa, sino ambas a la vez, reducción y flexibilidad. ¿Y qué entiendo por flexibilidad? Básicamente la creación de un clima de trabajo humano y por consiguiente empático, solidario y en armonía con nuestro espíritu. Y esto pasa por:
- La potenciación de las habilidades individuales de los trabajadores para que luego propicien la mejora del trabajo en grupo.
- Unido al anterior punto, el acompañamiento desde el conocimiento del desarrollo personal de los empleados.
- Implantar estrategias de comunicación desde la asertividad y la escucha activa.
- Primar la productividad frente a la presencialidad.
- Crear protocolos para toma de decisiones, respetando los puntos ya tratados, cuya ejecución ponga en el centro el binomio productividad/humanidad.
- Promover los liderazgos sustentados en el respeto y la confianza desde el reconocimiento, desterrando la cultura de la ansiedad y la coerción.
- Motivación desde la individualidad hasta llegar a las actividades grupales con señalización de los aspectos positivos por encima de los negativos. Estos últimos no deben ser dejados de lado pero sí tratados desde un positivismo tanto filosófico como pragmático.
- Conciliar el tiempo libre y de ocio de los trabajadores con la productividad empresarial a través de agendar actividades concretas colectivas que sirvan de elemento de integración a la par que de intercambio de experiencias compartidas como primera barrera de contención del estrés laboral.
Y no debemos tratar el tema de la salud mental sin obviar la emergencia climática. Miremos una vez más a nuestra “querida amiga” la OMS. En un informe publicado el verano pasado motivado por la celebración de la conferencia «Estocolmo+50», llega a la conclusión de que el cambio climático plantea serias amenazas para la salud mental y el bienestar ¡Olé! Menos mal que este organismo supranacional está ahí para decirnos esto. El común de los mortales, y los Gobiernos que le dirige no es capaz de verlo. E insta a los países a que incluyan el apoyo a la salud mental en su respuesta a la crisis climática. ¿Qué haríamos sin estos consejos? Aunque lo que realmente requiere la situación no es de consejos sino de acción.
“Los efectos del cambio climático están cada vez más presentes en nuestra vida cotidiana, y existe un escaso apoyo especializado en materia de salud mental para las personas y las comunidades que se enfrentan a peligros relacionados con el clima y a un riesgo a largo plazo” es el contundente diagnóstico de la Dra. María Neira, Directora del Departamento de Medio Ambiente, Cambio Climático y Salud de la OMS. ¡Bien! Sin embargo es notorio que poco se ha avanzado en comparación con los impactos en la salud física y nos movemos en terra ignota. Esto es particularmente preocupante si atendemos a que los casos de traumas psicológicos derivados de cualquier forma de desastre relacionado con el clima pueden ser cuarenta veces mayores que los de lesiones físicas (Lawrance et al., 2021). Vemos como día a día se propagan olas de calor, llegan inundaciones donde antes no eran habituales, los incendios forestales se han convertido en cotidianos siendo cada vez más destructores y aterradores, etc No contentos con esto lo combinamos con el aumento de la contaminación cuyo impacto en la salud es mortal, la acumulación de basura en los océanos, la pérdida de biodiversidad, el estrés hídrico y la escasez de agua, la sobreexplotación de recursos naturales, la deforestación, la subida del nivel del mar, ... Y todo esto lo hemos conseguido “nosotros solitos, sin ayuda de una invasión de malvados extraterrestres que quieren expoliar nuestros recursos naturales y destruir la Tierra”. Antropoceno.
En mi opinión para hacer caso a la OMS deberíamos comenzar por dejar de usar eufemismos como “cambio climático” o “emergencia climática” ya que ambos términos no hacen sino demostrar una objetividad científica que debemos denominar “realidad climática” definida, como mínimo, por cuanto se ha expuesto hasta ahora. Después ser conscientes, plenamente conscientes, de que:
- Fenómenos meteorológicos extremos pueden provocar ansiedad, depresión e incluso trastornos de estrés postraumático.
- Temperaturas extremas modifican el estado de ánimo, agravan los trastornos del comportamiento, aumentan el riesgo de suicidio y por consiguiente son potencialmente letales para cualquiera, pero más aún para personas con problemas de salud mental ya diagnosticadas.
- Han aparecido dos nuevas patologías que afectan principalmente a la juventud, como son la ansiedad climática o ecoansiedad (caracterizada por la impotencia y frustración que produce la aceleración del cambio climático unidas la inacción de la comunidad internacional) y la solastagia (término que acuñado por el filósofo Glenn Albrecht, que describe el sentimiento que produce ver paisajes y entornos estropearse y desaparecer gradualmente).
- Los impactos asociados por la modificación del clima sustentada en el calentamiento global provocan modificaciones difícilmente reversibles en los medios de vida y la cohesión social de comunidades enteras, viéndose sustancialmente afectadas las más vulnerables económicamente. Se perjudica notablemente la salud mental no solo individual sino colectiva.
No me gustaría finalizar sin dar un dato a “terraplanistas y asociados”: la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático afirma que “después de más de un siglo y medio de industrialización, deforestación y agricultura a gran escala, las cantidades de gases de efecto invernadero en la atmósfera se han incrementado en niveles nunca antes vistos en tres millones de años”; y recurrir a quien cito al comienzo, Soul Etspes: “La avaricia del hombre está a punto de destruir el planeta, su egolatría acabará con ambos”.