Mis paseos por el Monte Hacho me permiten apreciar la belleza de este mítico promontorio al mismo tiempo que sufro con sus múltiples problemas de conservación que presenta debido a su estado de abandono. Nada más abandonar la curva en la que se encuentra la Urbanización Monte Hacho me encuentro con grandes bloques de rocas que colmatan el canal de evacuación de aguas pluviales. Una enorme piedra fue frenada por la cuneta, y así se evitó que pudiera terminar en la misma carretera o que se hubiera llevado por delante a un caminante. Observo que no se trata de un problema puntual, sino la tónica general en este monte. Los gneis del Hacho son un tipo de roca que en sus capas superficiales se erosionan con suma facilidad por efecto de los tradicionales agentes meteorológicos, como el agua o los cambios de temperatura. Para evitar los desprendimientos la naturaleza se sirve de uno de sus más queridos integrantes: los árboles. Sus raíces fijan el suelo e impiden que las rocas rueden ladera abajo. Pero nuestro Monte Hacho está pelado. Quitando el pequeño alcornocal de la finca Morejón y el raquítico pinar de la cuenca del Desnarigado pocos árboles podemos ver en lo que en un tiempo fue un cerrado bosque. Los troncos y ramas caídas de los pinos enfermos existentes en la mencionada rambla del Desnarigado constituyen un serio peligro de incendio. Me adentro en el Camino de Ronda y me detengo a observar con detalle el santuario de Sidi bel Abbas Sabti, también conocida como torre de fuentecubierta Las autoridades locales permitieron y pagaron la construcción de un edificio anexo que ha distorsionado la integridad paisajística del monumento. No contentos con esta actuación sigue haciéndose obras en este lugar sin que tengamos constancia de que las administraciones supervisen unas intervenciones que van alterando el entorno de este singular santuario medieval. Sigo avanzando en mi camino y me topo con el fuerte de la Palmera. La puerta está cerrada con un candado. Ningún cártel informa de que estamos ante un edificio declarado BIC y propiedad del Ministerio de Defensa. Las últimas veces que he pasado por delante de este fuerte del siglo XVIII no he escuchado al perro que pusieron como guardia los okupas de este inmueble protegido. Tampoco he visto movimiento de personas y la huerta que sus ocupantes ilegales cultivaron en una parcela cercana parece abandonada. Puede que la Comandancia General de Ceuta haya conseguido recuperar una propiedad que, con cierta frecuencia, es violentada. No parece que hayan tenido la misma suerte con la antigua batería de Cuatro Caminos en la que, paradójicamente, sus ocupantes han enarbolado un bandera española imitando a los conquistadores de terra incognita. La diferencia es que este lugar sí tiene dueño y es el conjunto de los ciudadanos que representa la mencionada bandera. Después de este salto mental a la batería de Cuatro Camino regreso al Camino de Ronda. Unas horribles vallas metálicas y de madera marca el lado izquierdo de este sendero que me llevará a la cala del Desnarigado. El impacto visual es muy fuerte y no entiendo cómo las autoridades estatales y autonómicas no hacen nada para evitar este atentado paisajístico. Podría ser que el dueño de la parcela colindante haya querido fijar con estas vallas los límites de su propiedad, pero alguien tendría que decirle que no puede hacerlo de esa manera. Hay medios mucho menos horripilantes de marcar la frontera entre lo público y lo privado. No sé si le preocupará que alguien pueda quedarse con el fruto de sus chumberas, tan abundantes y fecundas que han colonizado los acantilados protegidos por la normativa europea. Estos acantilados fueron declarados hace algo más de un década Lugar de Importancia Comunitaria (LIC) y Zona de Especial Protección para las Aves (ZEPA), para formar en la actualidad parte de la Red Natura 2000. Pues bien, estas chumberas ocupan el lugar que por ley le corresponde a especie de flora protegida como la “Siempreviva del Estrecho” (Limonium emarginatum). También es el espacio vital de algunas parejas de cernícalos y la zona de nidificación de otras especies de aves. Absorto que estaba en mi contemplación de las plantas que casi me atropella una moto que a toda velocidad se dirigía a la playa del Desnarigado. Tenía entendido que este camino no está considerado carretera, sino pista forestal, por lo que la circulación de vehículos a motor está prohibido, excepto para las cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado. Para evitar el paso de motos y coches el área de Fomento de la Delegación del Gobierno, después de la ejecución del proyecto de recuperación de este sendero histórico, -declarado BIC-, puso una cadena que impedía el paso y un cártel informativo sobre la limitación de la circulación de vehículos por el Camino de Ronda. Ahora ya no están ni el camino ni el cártel ni los escalones que se trazaron al final del camino para que nadie pudiera acceder en coche a la cala del Desnarigado a partir de esta ruta. …Llego a la playa del Desnarigado. A esta primera hora de la mañana no hay nadie bañándose. Tampoco creo que lo habrá más tarde, ya que en la orilla se acumulan miles de medusas. Este fenómeno, que algunos creían pasajero, va incrementándose verano tras verano como consecuencia del incremento de la temperatura media del agua marina relacionado, a su vez, con el cambio climático. La mayoría de los personas se limitan a observar los hechos y a quejarse de sus consecuencias, pero pocos se preguntan por las causas de la numerosa presencia de medusas en las playas mediterráneas. Me siento en la punta oriental de la cala. Lo hago rodeado de la basura acumulada por los guarros que entran con su coche hasta este punto para tomarse un bocadillo y dejan los residuos esparcidos entre las rocas. Otros lo hacen a pie adentrándose en los arrecifes del otro extremo de la cala dejando la misma impronta de suciedad. Cuando estoy en la parte occidental de la playa escucho el sonido de unas motos de gran cilindrada. Sobre ella se sientan guardias civiles de servicio que se asoma y siguen su camino. Es una lástima que la benemérita no aparezca por aquí a esas horas de la tarde en la que algunos desaprensivos vienen a cenar a esta playa dejando a su paso un perdurable rastro de basura. Tampoco estaría mal que ya que ellos pueden circular por el Camino de Ronda intentaran pillar in fraganti a los que han confundido la explanada cercana al santuario de Sidi bel Abbas con un vertedero de inertes. Intento entender las razones que lleva a algunas personas a ensuciar el campo o la playa, pero no consigo encontrarle una explicación lógica. Desde luego, quien comete este tipo de tropelías el calificativo más suave que se le puede dar es el de maleducado. Les falta, desde luego, la dosis mínima de sensibilidad para apreciar los efectos de su acción en el entorno natural. No parece importarle volver a un lugar que ellos mismos u otros de su misma calaña han degradado con sus basuras. En eso se parecen a los guarros. La suciedad es el medio en el que mejor se sienten. No entienden, porque les faltan entendederas, que a la mayoría de los ciudadanos no afecta que la naturaleza sea profanada. Si quieren vivir como guarros en sus pocilgas particulares, allá ellos, pero que respeten el espacio colectivo. Vimos en su estado de derecho, sí, pero creo van siendo hora de exigir las obligaciones a los ciudadanos. Como dijo el Nobel ruso A. Solzhenitsyn en su discurso de graduación en Harvard: “la defensa de los derechos individuales ha llegado a tal extremo que la sociedad en su conjunto queda absolutamente indefensa ante ciertos individuos. Ha llegado la hora de que en Occidente se defiendan no tanto los derechos humanos como las obligaciones humanas”. Al individuo hay que dotarlo de soberanía y autonomía para que puedan ejercer sus derechos, pero también para que cumplan con sus responsabilidades. La primera de ella es cuidar por lo que es de todos.