Te levantas de un brinco y cuando miras la hora, te dan ganas de darte la vuelta, pero una orden de tus adentros, que obedece a las experiencias pasadas, te advierte que no debes de hacerlo.
Es una gran equivocación, que se puede pagar con el tirón de orejas y pasarlo mal delante de la gente que coincide contigo en esas horas de trabajo matutino.
Sin ganas y con unos movimientos muy lentos, me dirijo al cuarto de baño, donde orino e intento hacer la primera obra mayor, que cuesta, pero hay que intentarlo, mientras tengo la cabeza de mi mascota al lado mía, que con mucho sigilo me advierte que está ahí y que no debo de olvidarme de él y como si fuera un robot, me levanto de la poltrona y me lavo la cara para intentar despejarme, es una pequeña alucinación, ya que cuando vuelvo a la alcoba y veo la cama me entra ganas de meterme en ella, acurrucarme y hacer una llamada para advertir que no puedo ir al curro, los males se me han atravesado y aquí me quedo en mi nido, junto a Morfeo y el tirano de cuatro patas, que ya irritado con la pata ya te advierte que está desesperado, y que en breve soltará el río que tiene acumulado.
“Viento en popa a toda vela..”, me visto y salgo a darle su vueltecita, con los tirones clásicos y las ganas de inspeccionar todos los rincones de su zona de influencia y ahí me tienes con el agua, lejía y friega platos, bien mezclado para que las micciones sean atenuadas y no sean un criadero de pulgas, y como no la bolsita para el remate final, si encartara.
Una vez terminada la faena, viene el instante de recoger la mochila e irse, eso sí con pocas ganas, hacia el trabajo, donde los que están conmigo tienes casi mi misma cara, de pocos amigos, aunque la palabra: “buenos días”, parece arrancada, igual que la sonrisa. Pero hay que trabajar, para traer el jornal a casa.
En el trascurso de la faena, escuchamos las clásicas palabras: “buenas noches”, de los que vienen de una envidiable fiesta y que van buscando el refugio íntimo de su cama, que envidia me dan, y los que con una cara de pocos amigos dicen por educación: “buenos días”, que son los menos, pero los hay. A estos al mirarlos me da un poco de solidaridad, al verme acompañado por alguien que tiene mi mismo momento de despropósito de estar en este lugar y no en el deseado.
Y los momentos corren y se escucha el gallo que hace su toque de atención y uno piensa “incluso la naturaleza también está retrasada en el despertar”.
Que le vamos a hacer si hemos elegido esta profesión.
Sale el nuevo día y miramos la hora y ya son más de las ocho, son instantes de una nueva frustración, me han cambiado el horario y aquí estoy experimentando un cambio de biorritmos, sin ningún tipo de preparación y así de extraños nos vemos durante unos días.
Y seguro que hoy dormiremos más temprano, siempre y cuando no tengamos ninguna ocupación particular con algún amigo, que nos alegre el día con algo de estimulante alcohólico.
Feliz día del cambio de hora.