Podría tratar hoy sobre los atascos, o sobre Cataluña, o sobre el triste final de Blesa, o sobre el caso de Villar, pero prefiero dejar que otros lo hagan. Simplemente, voy a exponer una curiosa historia menor, un singular hecho que no ha dejado de sorprenderme. Hará aproximadamente cinco o seis años que llegó, volando, para posarse en uno de los balcones de mi casa. Cuando nos dimos cuenta de su presencia, estaba allí, en un determinado lugar bajo la barandilla, y pensamos que su estancia en ese sitio sería una mera casualidad en su peregrinación. Pero pasaban los días, y vimos que continuaba utilizándolo permanentemente. Ya no había duda de su decisión de considerarlo como su hogar, siquiera fuese por una temporada. Por nuestra parte, decidamos no molestarlo. Transcurridos unos meses, nos percatamos de que no lo veíamos desde hacía unos días. Se había marchado, tan silenciosamente como llegó, volando hacia algún otro lugar en busca de alimento, o de pareja, o de un clima más favorable, pues llegaba ya el mal tiempo. Todo lo anterior carecería del menor interés, si no aclaro que, al año siguiente, y también en los inicios de la primavera, volvió a asentarse en el mismo lugar del balcón, su casa de temporada. Y el ciclo se repitió, Estuvo durante los meses más cálidos, y, tras ellos, volvió a marcharse. Y así, otra vez más, tres veces, tres temporadas en las que fue nuestro huésped en el balcón, pues al siguiente año nos percatamos de que pasaban los días y no aparecía. Ya no volvió, lo que tengo que reconocer que me entristeció, pues estaba acostumbrado a su compañía y a su fidelidad. Es conocida la existencia de numerosas razas y clases de animales que suelen abandonar periódicamente un hábitat para trasladarse a otro, en busca de alimentos o de un clima favorable, bien sea más fresco, huyendo de veranos tórridos, o quizás ,de duros inviernos Lo hacen tanto peces como aves, mamíferos e invertebrados. No sabemos lo que nuestro singular huésped buscaba al haber escogido, en concreto, un balcón de la calle Real, el nuestro, como hogar para pasar unas temporadas que se iniciaban en los albores de la primavera y duraban varios meses. ¿Huía del calor del desierto? ¿Buscaba aquí alimento? ¿Habría nacido aquí? Nunca lo sabremos. Llega el momento de desvelar que ese huésped no era ni vencejo, ni golondrina, ni gorrión. Se trataba de un invertebrado cuyo tamaño no superaría los siete centímetros, sin que hayamos podido saber con exactitud, por su aspecto, si era un saltamontes o una langosta, pues descarto el grillo y la cigarra, ya que jamás le oí el menor sonido. Durante sus estancias iba y venía -algo tendría que comer- para posarse siempre, con milimétrica precisión, en el mismo sitio, bajo la barandilla, es decir, de espaldas al suelo. He buscado en internet la duración de la vida de estos insectos, y solamente en un caso encontré la respuesta que venía más apropiada para esa frecuencia de visitarnos un año tras otro, hasta hacerlo en tres ocasiones seguidas. Sí, es posible que un saltamontes llegue incluso a superar esa edad. Al menos, eso nos dice el ordenador. En fin, es un hecho que ese insecto vino a visitarnos tres años para pasar una temporada en nuestro balcón, pues dudo mucho que cada año fuese otro de la misma especie a posarse en idéntico lugar. Creo firmemente que siempre se trató del mismo, y que nos visitó año tras año hasta que, cumplió su ciclo vital. Esta es la curiosa historia del saltamontes que, a lo largo de su vida, escogía siempre el mismo sitio de un balcón de la calle Real de Ceuta para pasar una tranquila temporada. Reconozco que fue un huésped ideal, porque nunca nos pidió nada. Simplemente, que lo dejásemos estar allí.