Ayer me enteré de que un buen amigo estaba enfermo. Le telefoneé y me respondió con una voz cavernosa, dándome con pelos y señales que estaba con dolor de garganta.
Yo me autoinculpé de su enfermedad ya que hacía unos días yo estaba igual.
Pero para intentar remediarle su tránsito por el mal cuerpo le prometí una pequeña prosa, que os dejo a continuación:
El mundo entro en mi garganta.
Fue un gran desaliento que me amargaba.
No podía hablar para nada.
La voz quedó ronca.
Me imaginaba.
Alguien con muy malas ganas.
Que me tenía entre pecho y espalda.
Y con un sutil tiento me ensaltaba.
Y yo aquí con febricula.
Acostado en mi humilde cama.
Y pensando en el sendero de la maldad.
Toso como una anciana.
Y mi garganta duele con ganas.
Un médico buscaba.
Mientras mi mujer me curaba.
Con una tisana bien calentita.
Que me agradecía mi gargantica.
Y yo quería agradecerla.
Dándole un pequeño beso en la mejilla.
Porque si le diera uno en la boca.
Entraría en mi mismo hábitat.
Y no deseo, por nada.
Que a ella le pase nada.
Más conmigo tenemos por unos días.
De convalecencia en la cama.
Espero con tantas ganas.
Que lo que me vino ahora.
Se vaya de esta estancia.
Con pocas ganas.
De hacer más daño en mi casa.