Hércules leyó los cañonazos, aguantó la huelgas, las críticas, las amenazas de los sindicatos, los artículos en la prensa, la amenaza de una trabajadora desesperada que intentó quemarse a lo bonzo, la comidilla de las conversaciones, las advertencias de paralizar las licitaciones.
La ira del Dios de la fuerza se desató y su venganza recordó al armagedón anunciado en las Santas Escrituras. Los esclavos de este Dios ignoraron sus poderes:Fuerza ilimitada; Resistencia, agilidad, velocidad, y reflejos sobrehumano; Inmortalidad;Inmunidad a todas los sufrimientos laborales; Experto en el uso de armas y estilos de pelea.
Hércules arrasó la ciudad, devoró a sus esclavos, aniquiló sindicatos, apresó a la mismísima Asamblea y desató el estruendo y el granizo que hemos oído está noche. Dejó sordos, mudos y ciegos a los empleados, convirtió en estatuas de sal a los sindicatos, le quitó los ojos al pueblo, expulsó los derechos laborales al inframundo y, con las fauces sanguinolentas se zampó a su propia empresa.
¡No cobraréis malditos!, ¡Pasaréis hambre! ¡Ni FOGASA vendrá a rescataros! ¡los denunciantes se quemarán en el fuego eterno! Yo os maldigo, sois párias, chusma. Y así, con esas artes, clausuró bibliotecas, servicios de limpieza, museos y toda la creación de su paraíso. Hoy comenzamos la Diáspora prometida por los políticos.
Siempre prometen con las elecciones.