Si te dedicas al trapicheo de droga para ganarte el condumio, no vas a meterte en vena nada que no sea de lo más puro. Otra cosa sería de tontos que para algo eres el que menea el cotarro.
Chano ha muerto como había vivido entre rebujitos y cocas aspiradas a saco. Lo han encontrado seco porque se había convidado en firme dándose una manoletina mirando al ruedo. No saben las fuerzas de seguridad quién heredará su miseria pero sí que morir así no vale la pena.
Ellos que llevan botas reglamentarias en pies hastiados, que patean asfaltos inflamados de calor y se desloman a lluvias intempestivas, no le ven la chicha a esto de negociar con la muerte a horcajadas. Está bien porque cuando le ven el lado interesado a los euros fáciles transmutan y se convierten en ajenos que no tienen más pulseras que esposas en las manos y ya se sabe cómo acaba un uniformado hospedado en la trena. Los que trafican a pequeña escala son como las farmacias de guardia, abiertos las 24 horas siempre con la mercancía a cuestas.
Chano se ha quedado bacalao porque estaba destinado a ello, porque probaba su intendencia y hacía maridaje con ella.
No sabemos si lo que lo matado , al ser tan puro, tenía el gusto de un beluga o la estirpe de un caballo árabe, pero seguro que lo ha mandado directo al cielo de los desmanes. Lo mismo llegó de la Línea en una barca de esas rápidas que las patrulleras intentan interceptar y los helicópteros empitonan, para luego atracar en mitad de la playa y emprenderla los costaleros con pedradas a discreción con todo lo que se menee.
Lo mismo llegó a Sanlúcar y se perfumó de agua de mar azul y malva, dejando en la radial del Chano la marca de las sirenas voraces que quisieron probar la carne de Ulises sin que sus leales las dejaran.
Quizás solo haya dejado el infierno para comérselo entero con pasaje de primera por haber traficado con tanta desgracia, con tanto enfermo que solo se siente Supermán cuando por su sistema nervioso circula la muerte a grandes dosis.
Dirán algunos que quien a hierro mata a rebujito muere, pero ya saben que no soy piadosa -ni beata- así que la muerte del Chano solo me parece otra mueca más de la vida que es perra de sombra largada, afamada por cachondearse de los vivos a los que atormenta hasta que los mata.
Como soy amiga de imaginar a contraviento, pienso en el Chano llegando al otro lado para dar explicaciones no solo a esos que ayudó a enganchar o a los que proveyó de mierda, sino más bien a aquellos padres y madres a los que mató a puñaladas certeras de hijos descarriados en su casapuerta.
No son los barrios marginales los que ven nacer a los Chanos, son esos traficantes de rebujitos y cocas a estocadas los que hacen ennegrecer la buena tierra, los que roban en la noche a los niños para sorberles a saco la sangre, los que los malician y alientan. Los que nos dan muerte a plazos contados como de sangrienta hipoteca.
Ha muerto un traficante y ya habrá otro sentado a su puerta esperando la clientela, abierto las 24 horas, viajando para reponer la mercancía para dar abastecimiento a las almas atormentadas que no ven en la Metadona una salida de la nada más abyecta. Luego los voluntarios de la Cruz roja- en esas noches de frío en que se hielan las almas- reparten bocadillos y mantas, curan llagas emocionales y donan preservativos, mientras los Chanos de este mundo- ya dinero en mano- se mete el beluga nasal y el caballo árabe más poderoso en la radial tan castigada.
No se han dado cuenta ninguno de que en el dintel de su puerta hay un letrero de bienvenida que pone… “Salud Chano, los que van a morir te saludan”.