No es la primera vez que mantengo alguna que otra controversia con determinadas personas, que al preguntarles o, simplemente, comentar la actualidad de la guerra en Ucrania, derivan la conversación hacia las más variopintas justificaciones de por qué Putin actúa de esta forma. Sí es verdad que lamentan las víctimas que está habiendo, ya sea en muertes, o en desplazados hacia otros países. Sin embargo, me vienen a decir que, en definitiva, Putin defiende su territorio (Ucrania no sería un país independiente para ellos, como se defiende desde el Kremlin). Otros culpan a la CIA y a la OTAN de lo que ocurre por haber querido colocar misiles nucleares a las puertas de Moscú, incumpliendo los supuestos acuerdos a los que se llegó en su día con Gorbachov.
Mi respuesta es siempre la misma. Difiero de los que piensan que es una respuesta justa del dictador Putin al incumplimiento de determinados acuerdos de 2014, e incluso anteriores, que, como explican los expertos, se hicieron desde una posición de fuerza de Rusia y de debilidad de Ucrania. La anexión, en contra de la legalidad internacional, de las provincias ucranias de Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia; y la declaración en las mismas de la ley marcial, documentan aún más el sinsentido de todo esto. Entiendo que estamos ante la acción calculada y programada por un dictador, sostenido por los oligarcas y mil millonarios de su país, que no reconoce el derecho a la existencia del Estado independiente de Ucrania, y que pretende imponer por la fuerza la antigua área de influencia de la Unión Soviética entre sus vecinos.
Pero también hay que negar la mayor. No hay justificación alguna que valga para invadir un país independiente. Así, en el párrafo 4 del artículo 2 de la Carta de las Naciones Unidas, se dispone: “Los miembros de la Organización, en sus relaciones internacionales, se abstendrán de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia política de cualquier Estado, o en cualquier otra forma incompatible con los propósitos de las Naciones Unidas”. Este principio se ha reiterado en posteriores Declaraciones y en importantes instrumentos internacionales, como el Acta Final de Helsinki de 1975. Es más, su naturaleza de ius cogens, no es discutida por nadie, salvo por Putin. Es decir, sería nulo todo tratado cuya celebración se haya obtenido por la amenaza o el uso de la fuerza en violación de los principios de Derecho Internacional incorporados en la Carta de las Naciones Unidas (art. 52 de la Convención de Viena de 1969).
Pese a lo que establece el Derecho Internacional, existe una teoría sobre la guerra justa, que expliqué en otro artículo. El Ius ad bellum ha contado a lo largo de la historia con aportaciones tan notables como las de Agustín de Hipona, Tomás de Aquino, Francisco de Vitoria, o Hugo Grocio; hasta que fue matizada por la introducción del paradigma de la “defensa nacional”, aportada por las Naciones Unidas, como explicaba brillantemente el Coronel Tapia del Ejército de Tierra Español en unas jornadas organizadas por el MADOC y la Universidad de Granada en 2013.
Conforme a esta teoría, para que una guerra reciba el calificativo de Guerra Justa, ha de librarse por una causa justa, mantener un criterio de contención y proporcionalidad entre el bien que persigue y el mal que genera; ser utilizada como último recurso y contar con una posibilidad razonable de éxito. Pero incluso en estos casos, la consideración de la justicia en la guerra conduce a tres principios básicos, recogidos en el Derecho Internacional Humanitario: discriminación, proporcionalidad y atención debida, que amparan, respectivamente, la inmunidad de la población civil, a los que no se les debe atacar de forma deliberada, ni usar como escudos; sopesar la ganancia de una determinada acción militar con respecto al daño que ésta pueda generar; y la atención debida, que exige a las fuerzas hacer todos los esfuerzos posibles y razonables para minimizar el daño que sus ataques causen a los civiles. Nada de esto ocurre en la actual e injusta guerra de Ucrania.
Pero es que además, la deriva que está tomando la contienda ha llevado a Putin a aprobar dos decretos que permitirán cerrar a dedo sus regiones, al igual que ocurriera durante los últimos años del poder zarista (Javier G. Cuesta en El País, 20 octubre 2022). Rusia ya ha entrado en un estado de alerta continuo, ante las supuestas amenazas terroristas de los servicios secretos ucranios, a los que se les imputa la explosión del puente de Crimea (anexionada ilegalmente en 2014), y se les atribuyen otros intentos de ataques en otras regiones de rusia, incluso en zonas de presencia masiva de gente y contra instalaciones de transporte y energía, incluso nuclear. Todo esto justificaría, según los ideólogos del Kremlin, una hipotética respuesta nuclear de Putin.
Es decir, conforme al Derecho Internacional, esta guerra de Putin es totalmente ilegal, los acuerdos de 2014 a los que alude como justificación para la misma, podrían ser nulos, si entendemos que se hicieron bajo la amenaza del recurso a la fuerza; y el pueblo ucraniano tiene derecho a su independencia y a la legítima defensa. Pero además, a la luz de los recientes bombardeos sobre población civil, hospitales y centros de abastecimiento eléctrico o de agua potable, creo que hay que seguir planteándose la posibilidad de perseguir y llevar a Putin ante la Corte Penal Internacional, por crímenes contra la humanidad.
Mientras tanto, solo nos queda seguir ayudando a los ucranianos a que defiendan su tierra. Salvo que a alguien se le ocurra una solución diplomática que pare este desastre. Y soluciones diplomáticas no son las “ingeniosidades” de multimillonarios ilustrados. Me refiero a una solución seria y solvente, que dé una salida digna a las dos partes. Mi escaso conocimiento de aquella realidad, y mi inexperiencia en temas de estrategia militar, no me permiten aportar gran cosa al respecto. Pero por lo que leo y escucho, la solución debería pasar por que Rusia devolviera los territorios ilegalmente ocupados a Ucrania (incluida Crimea), y que Ucrania se comprometiera a no hacer nada que pusiera en peligro la seguridad del pueblo ruso. Trabajar en esta línea, quizás pueda llevar a alguna solución razonable.