La situación por la que hacia 1920 atravesaba Marruecos era totalmente caótica y de pérdida del control por el gobierno central marroquí, que era entonces un conglomerado de cabilas en desorden luchando unas contra otras. Se desobedecía sistemáticamente la autoridad de su monarca Abd-el-Aziz y de su gobierno. Su mismo hermano y sucesor, Muley Hafid, le disputaba el poder. El pueblo apenas producía, se negaba a pagar tributos y estaba muy dividido en numerosos grupos y facciones dinásticas en su lucha por el poder real. Todo este estado de cosas desembocó luego en el caos y la desorganización.
Eso explica que la Conferencia Internacional de Algeciras de 1906, viendo venir el problema de parálisis general y de orden público que sobre el mismo se , pues ya aprobara la instauración de un Protectorado dividido en dos espacios, la "zona norte francesa", rica y muy productiva; y la "zona sur española", muy pobre, abrupta e improductiva. El Protectorado, hasta organizarse, comenzó a funcionar en 1912.
De entrada, el nuevo ordenamiento del país, ya fue muy mal visto y recibido con mucho recelo y fuerte oposición del propio pueblo marroquí, que se agudizó aún más cuando en la guerrera región del Rif, donde, primero el dirigente minero el Raisuni y el entonces coronel español Fernández Silvestre comenzaron a enfrentarse dialécticamente, pero con mucha hostilidad. Fiel reflejo de esa situación se tiene en la célebre frase que el primero reprochó al segundo, negándose a reconciliarse, diciéndole: "Tú y yo formamos la tempestad; tú eres el viento furibundo; yo el mar tranquilo. Tú llegas, soplas irritado; yo me agito, me revuelvo y estallo en espuma. Y ahí tienes la borrasca; yo, como el mar, jamás me salgo de mi sitio; y tú, como el viento, jamás estás en el tuyo".
Por si aquello fuera poco, entró también en explosiva escena la figura carismática del guerrillero rebelde, Abd-el-Krim, que había nacido en 1882 en la cabila de Beni Urriaguel. Tras cursar estudios coránicos, fue enviado por su padre a Melilla para que los continuara en una escuela española, completándolos luego en la ciudad marroquí de Fez. Tal formación mixta le proporcionó una cultura muy superior a la de la mayor parte de sus compatriotas que en aquella época frecuentaban Melilla. Y comenzó a escribir en la página árabe del periódico melillense El Telegrama del Rif.
Después, pasó a desempeñar cargos la Comandancia General española de Melilla, a través de la antigua Oficina de Asuntos Indígenas, primero como asesor y más tarde como juez islámico (cadí). Ejerció como profesor de árabe y cheiha (o xelja), el dialecto rifeño, en la Academia Árabe instituida por el general español Gómez Jordana en Melilla, donde contó entre sus discípulos con algunos de los oficiales y jefes militases españoles que luego habrían de convertirse en sus adversarios.
Durante la I Guerra Mundial se significó partidario de Alemania, acarreándole problemas legales, bien por su fehaciente cooperación en contra de los intereses franceses en su Protectorado o bien sólo por sus opiniones contra el colonialismo galo. Esto supuso que en 1917 las autoridades españolas, atendiendo una petición de exhorto del vecino Protectorado francés, lo procesaran y encerraran en la prisión de Rostrogordo (Melilla). Intentó la fuga descolgándose por los muros, cayéndose y se fracturándose una pierna, lo que le produjo una cojera permanente. En 1918 fue puesto en libertad y continuó sus actividades anteriores al encarcelamiento.
La falta de seguridad personal ante el temor de ser entregado a los franceses, como les sucedió a otros marroquíes que huyeron de aquella zona buscando refugio en la parte española, le empujó a abandonar Melilla y volver a su cabila originaria de Beni Urriaguel. Allí colaboró con su padre y hermano menor quien, atendiendo a la llamada familiar, había regresado desde España, interrumpiendo sus estudios para el ingreso en la Escuela de Ingeniería de Minas, y comenzó a preparar una resistencia armada contra la posible ocupación y explotación de aquellas tierras por los colonialistas europeos. El fallecimiento del padre, cuando ya los beniurriagueles se preparaban para el conflicto con España, aupó a Abd-el-Krim en 1920 a la jefatura de los cabileños. Éste, llegó hasta a declarar la República del Rif independiente de Marruecos. Buscó el apoyo de España, pero se la negó guardando fidelidad a la monarquía alauí.
Contra las labores de pacificación de la zona española, los rifeños atacaron a nuestras tropas. Tras la toma del Monte Abarrán, atacaron al día siguiente la posición de Sidi Dris, que, tras un largo tiroteo en el que incluso se hizo precisa la ayuda de un cañonero y una pequeña fuerza de desembarco, logró rechazar la agresión y causar gran número de bajas a los agresores. Ante estos incidentes, a los que el general Fernández Silvestre no dio importancia, el Alto Comisario, en la entrevista que ambos sostuvieron el día 5 de junio, volvió a advertir a Silvestre que no realizara movimientos más allá de la línea en la que ya estaban establecidos. Se afianzó esta línea con algunas posiciones de refuerzo. La más importante de ellas, Igueriben.
“La falta de seguridad personal ante el temor de ser entregado a los franceses, como les sucedió a otros marroquíes que huyeron de aquella zona buscando refugio en la parte española, le empujó a abandonar Melilla y volver a su cabila originaria de Beni Urriaguel”
Durante la primera quincena de junio siguió habiendo incidentes, cuya importancia fue relativizada, en tomo a la posición de Annual, donde ya se habían concentrado un importante número de tropas rifeñas. La llegada del verano aportó una nueva situación de calma. Con absoluta normalidad, se empezaron a conceder permisos a los oficiales y jefes para que regresaran a la Península a disfrutar de licencia estival. Esta tranquilidad se rompió el 16 de julio. El convoy que desde Annual aprovisionaba la posición de Igueriben, que desde el día anterior vio interceptado su servicio de aguada, fue hostilizado hasta el punto de impedir su paso. Había comenzado la agonía de este puesto y la antesala del llamado Desastre de Annual.
Abd-el-Krim había lanzado un ataque contra la línea de vanguardia del ejército español. El 17, tras arduos esfuerzos y empeñados combates, un convoy sensiblemente mermado -apenas sin agua- logra llegar a la posición sitiada, sin embargo, las tropas de protección que alcanzan Igueriben ya no pudieron regresar. Una harca no cesó de atacar esta posición, cuyos defensores comenzaron a sufrir la tortura de la sed. El día 19 se intentó enviar otro convoy desde Annual, pero ya fue imposible su paso a pesar de la ayuda de una columna de refuerzo desplazada desde otra posición.
El general Felipe Navarro, segundo jefe de la Comandancia de Melilla, interrumpió su permiso y regresó con urgencia a la zona al enterarse de lo sucedido. Ese mismo día por la tarde, salió de Melilla con dirección a la primera línea para tomar el mando de las fuerzas concentradas en Annual. Llegó la mañana del 20, dándose cuenta de la difícil situación; suspendió los preparativos del convoy de ese día y se puso en contacto con Fernández Silvestre, quien le comunicó que al día siguiente llegaría él a la posición y pasaría el convoy.
Los defensores de Igueriben se encontraban en situación límite, sin alimentos ni agua, lo que les obligó a beber "el líquido de las latas de conservas, después tinta y orines de las bestias dulcificados con azúcar". Durante la mañana del 21 se intentó de nuevo reanudar el socorro, para lo que se utilizó un fuerte dispositivo de fuerzas y armas encuadradas en varias columnas, pero a pesar de todo este despliegue y de la llegada del comandante general, que tomó el mando para infundir ánimos a las tropas, los rifeños volvieron a impedir su paso y, tras un feroz combate de varias horas, se replegaron a Annual con gran número de bajas.
Navarro regresó a Melilla por orden de Fernández Silvestre, para reunir los pocos hombres útiles que quedaban allí y formar una columna de refuerzo, dado lo apurado de la situación. Ante la absoluta imposibilidad de socorrer a Igueriben, se autorizó a la guarnición para evacuar la posición y tratar de salvar los aproximadamente cinco quilómetros que les separan de Annual por los medios que pudieses.
Tal fue el caso del comandante Benítez, jefe del acuartelamiento, que se resistió a acatar esta orden y murieron dentro del recinto, otros intentaron la huida en medio de las balas y la persecución de los rifeños. Sólo un reducido grupo -entre once y quince, dependiendo de la fuente consultada- alcanzaron Annual, y algunos de ellos murieron por extenuación tras el esfuerzo realizado. Fernández Silvestre comenzó a darse cuenta de la catástrofe que se venía encima.
Hasta un par de días antes, no había comunicado al Alto Comisario lo que estaba sucediendo, y aún esperó hasta la última hora del 20, la víspera de la caída de Igueriben, para solicitar a su inmediato superior el envío de refuerzos, tanto de hombres como de material bélico, según recogen el Expediente Picasso y la mayoría de los analistas.
Sin embargo, ya su arrogante ánimo había decaído y su figura vagaba errátil e indecisa por el interior de la sitiada Annual. Había concentrado la casi totalidad de sus fuerzas en esa posición, hasta parte de los oficinistas y de otros servicios mecánicos del cuartel se había traído con él, y tampoco podía esperar ayuda de otras guarniciones de la zona, que ya habían enviado algunas de sus fuerzas a ésta. Cursó órdenes a los capitanes de las mías de Policía Indígena para que recabasen ayuda de las cabilas amigas y poder así formar una harca de socorro.
Remitió sendos telegramas al ministerio de la Guerra y al Alto Comisario informándoles de lo sucedido en Igueriben y de la urgentísima necesidad de que le fuesen enviadas dos divisiones con todos sus pertrechos de combate; pidió que la escuadra bombardease la bahía de Alhucemas y la aviación la zona interior, con el fin de atraer hacia esos lugares a los sitiadores. Inútiles y desesperadas peticiones que debieron de parecer desproporcionadas a quienes hasta unas horas antes mantenían que en Melilla reinaba la tranquilidad.
Aquella noche reunió a los jefes que con él se encontraban para evaluar la situación y decidir qué se podía hacer. Finalmente, dado que la escasez de municiones haría imposible una defensa prolongada, se decidió abandonar la posición la mañana siguiente "por sorpresa"' como única táctica. Con el amanecer llegaron los primeros disparos de los rifeños efectuados desde las alturas que circundaban Annual, cuya intensidad fue incrementándose mientras terminaban los preparativos para la evacuación que, como luego se supo, se aproximaban en gran número y fue lo que acabó con la poca moral que aún conservaban.
“Durante la primera quincena de junio siguió habiendo incidentes, cuya importancia fue relativizada, en tomo a la posición de Annual, donde ya se habían concentrado un importante número de tropas rifeñas. La llegada del verano aportó una nueva situación de calma. Con absoluta normalidad, se empezaron a conceder permisos a los oficiales y jefes para que regresaran a la Península a disfrutar de licencia estival”
El abandono comenzó con cierto orden, pero, en cuanto los disparos se fueron generalizando, se transformó en alocada huida, frenética estampida con una última orden: "¡sálvese quien pueda!". Las unidades se mezclaron y atropellaron unas a otras; los heridos fueron dejados por el camino; los que tropezaban y caían, aplastados por los que seguían corriendo; el armamento, abandonado como inútil lastre; los pocos vehículos y animales de transporte, disputados hasta la muerte; las estrellas y galones cada uno se arrancaban los suyos para no ser identificados los oficiales, victimas más preciadas por los cazadores rifeños.
Las unidades formadas por indígenas, en cuanto advirtieron el descontrol generalizado, desertaron o se unieron a los atacantes y también comenzaron a disparar contra las tropas españolas. Fernández Silvestre, que permanecía en Annual junto con los jefes y oficiales de su cuartel general, presenciaba atónito la desbandada. Según testimonio de un teniente de la Policía Indígena: "en los momentos que precedieron a la retirada, presintiendo la inmensidad de la catástrofe, parecía ajeno al peligro y situado en una de las salidas del campamento, todo expuesto al fuego del enemigo, silencioso e insensible a cuanto le rodeaba".
Después ya no se supo nada más sobre la suerte que pudo correr Fernández Silvestre ni sobre cómo fue su final: ¿se suicidó?, ¿fue abatido impasible por las balas rifeñas?, ¿defendió la posición con las armas en la mano hasta caer muerto?, ¿decapitaron su cadáver y pasearon la cabeza como trofeo?'. Se hacen muchas especulaciones, pero existen indicios racionales fundados que hacen más sólida la creencia de que murió en el combate, a juzgar por ciertas declaraciones que hizo el hermano más joven de Abd-el-Krim.