Hoy me voy a ocupar de un extremeño excepcional, Hernando de Zafra Centeno que, habiendo tenido unos orígenes muy humildes, por haber nacido en el seno de una familia también muy modesta, luego, con su talento, con su trabajo serio, responsable y sus propios méritos y capacidad, fue capaz de alcanzar el todo, partiendo de la nada, dentro del círculo personal, económico y social en el que se desenvolvió.
Siempre me han llamado la atención y merecido gran respeto y consideración las personas que se afanan, se esfuerzan y se sacrifican para hacerse a sí mismas y abrirse paso en la vida, habiendo tenido que superarse trabajando de forma honrada y decente, con noble afán de superación, trabajando honestamente, sin perseguir la más mínima ambición de “tener”, sin apetencias de “ser”, ni afán de “figurar”. Y ese fue el talante y la trayectoria personal de Hernando de Zafra, cuya promoción y progreso los consiguió con su esfuerzo, sacrificio y propia valía, porque, como decía el gran filósofo, José Ortega y Gasset: “a nadie le viene la vida dada, sino que cada uno tiene que ganarse la suya propia”.
Según consta en el propio testamento de Zafra, el mismo había nacido en Badajoz, aunque otros historiadores lo presentan como originario de la misma Zafra de su propio apellido. Su padre llevaba también su mismo nombre y apellidos: Hernando de Zafra Centeno, y su madre, Catalina Fernández. Muy joven marchó a Madrid en busca de un porvenir más prometedor que el que en su propia tierra extremeña podía esperar. Allí abrazó la profesión de las armas, interviniendo con las tropas españolas en Italia, Alemania y Hungría.
Debido a su gran talento y elevado espíritu de servicio, ascendió hasta capitán por sus propios méritos. Después estuvo destinado en América, en 1553 en la isla de Margarita (Venezuela), contribuyendo, muy destacadamente, en su defensa contra los ataques de los numerosos corsarios franceses que atacaban y despojaban de sus importantes cargamentos a embarcaciones españolas que hacían su singladura marinara en la ruta desde España, donde regresaban cargadas. Después, intervino también en la defensa de la isla venezolana de Cumaná. Y, luego, en calidad de teniente del capitán Salinas; pasó en 1555 a gobernar Popayán, (Colombia), para contribuir a la conquista de aquel territorio.
Siempre me han llamado la atención y merecido gran respeto y consideración las personas que se afanan, se esfuerzan y se sacrifican para hacerse a sí mismas y abrirse paso en la vida, habiendo tenido que superarse trabajando de forma honrada y decente, con noble afán de superación, trabajando honestamente, sin perseguir la más mínima ambición de “tener”, sin apetencias de “ser”, ni afán de “figurar”
En Popayán se alistó en una expedición para reconstruir la primitiva ciudad de Antioquia y sojuzgar a los indios, que tenían amenazados a los pobladores de las localidades de Caramanta y Santa Fe de Antioquia (finales de 1555 y principios de 1556). Parece ser que a su paso por Santa Fe conoció a la que después sería su esposa, Juana Taborda (de 21 años) quien había antes contraído matrimonio en primeras nupcias con Francisco Moreno de León (compañero del mismo capitán Zafra, en esa expedición) e hijo de Juan Taborda, la persona más importante de aquella población.
Después, intervendría en la comarca de Santa Fe de Bogotá en 1557 y participó en la fundación, conquista y pacificación de algunos pueblos; pasó después a Cali en 1561, donde estaba de gobernador Luís de Guzmán, su amigo, quien lo nombró sargento mayor de la infantería de la Gobernación. Luego, fue nombrado como gobernador Pedro de Agreda, quien designó a Zafra como teniente de Gobernador en Santa Fe de Antioquia, llegando a dicho poblado a finales de 1562, ejerciendo su cargo hasta 2000.
A principios de 1562, su también amigo, Francisco Moreno de León, muere enfrentándose en duelo con otro capitán, Gaspar de Rodas, por lo que cuando Zafra llegó a Antioquia, ya doña Juana Taborda era viuda y una de las mujeres más ricas de la Gobernación. Y, a pesar de que la misma tenía un hijo y una hija mestiza, contrajo matrimonio con la viuda a finales de abril de 1563.
Al casarse Zafra con Juana Taborda, renunció a la encomienda de indios que le había correspondido por sucesión de su primer marido, Francisco Moreno de León, convirtiéndose Zafra en "vecino" con pleno derecho a ser miembro del Cabildo. En 1569 dos de los españoles más importantes asentados en aquella población, eran los capitanes Juan Taborda y Zafra.
El gobernador de Popayán, don Álvaro de Mendoza, decidió enviar como su teniente de gobernador a Luís Velázquez Rengifo con la orden de prender y juzgar a Zafra, por haber éste castigado y enviado a los vecinos de Santa Fe de Antioquia presos y maltratados a Cali. Cuando Zafra se enteró, levantó testimonios de testigos sobre las palabras emitidas por Jerónimo de Torres (que fueron las que suscitaron las intrigas de este incidente) y solicitó una Probanza de Servicios a la Real Audiencia, pidiendo que enviasen un juez imparcial para realizar la investigación.
Mandaron como juez al capitán Rodrigo Pardo; sin embargo, ya había llegado a la villa Luís Velázquez de Rengifo, quien encarceló a Zafra, encerrándolo preso en su propia casa. Pero, cuando llegó a Santa Fe el nuevo gobernador, Andrés de Valdivia, ordenó la libertad de Zafra, nombrándolo su teniente de Gobernador en aquella población.
Aunque ya Zafra estaba cansado de mantener pendencias y enfrentamientos con algunos de los vecinos de aquella población y soportar falaces calumnias de éstos contra él. Para alejarse de tales intrigas, decidió irse a vivir a la andina ciudad de Tunja, y como tenía la obligación de presentarse en Bogotá ante la Real Audiencia, el capitán de Zafra puso en venta todos los bienes que tenía en Antioquia, y con su familia, llegó en octubre de 1571 a Bogotá, donde la Real Audiencia probó sus leales servicios a la Corona.
Después de estas diligencias, prosiguió su camino hacia Tunja, donde vivía su hermano Juan de Zafra, y provisionalmente se estableció en casa del regidor Diego Montañés, acompañado de su familia, seis esclavos y seis indios de servicio. Sin embargo, acongojado por las calumnias que tuvo que soportar, Hernando de Zafra enfermó y moría en Tunja el 12-04-1572, estando embarazada su esposa, doña Juana Taborda, la cual tuvo como hija póstuma a Juana Centeno, que se casó en Santa Fe de Antioquia con Juan Jaramillo de Andrade, otro capitán y conquistador extremeño que había llegado a Guatemala y Perú con Pedro Alvarado, donde después llegaron en la misma expedición los hermanos Hernando y Luis, de Mirandilla (mi pueblo), también conquistadores.
Muy joven marchó a Madrid en busca de un porvenir más prometedor que el que en su propia tierra extremeña podía esperar. Allí abrazó la profesión de las armas, interviniendo con las tropas españolas en Italia, Alemania y Hungría.
Pero ya antes, Zafra regresó a España y tomó parte muy activa en la guerra de Granada, último bastión que ocupaban los árabes. Su actuación aumentó rápidamente a lo largo de los años de la conquista de la ciudad granadina y formó parte de la nueva planta y organización del reino, entre 1485 y 1494, durante los que Zafra tuvo intervenciones decisivas tanto en el control del gasto bélico como en la entrega de la capital del emirato y en la defensa y población del territorio granadino. Colaboró luego estrechamente con el rey Fernando en la organización de los recursos militares castellanos para las dos guerras de defensa del Rosellón frente a Francia, entre 1495 y 1504 y, de nuevo en Granada, preparó la toma de Mazalquivir en 1505, como parte de proyectos más amplios de conquista en el Norte de África.
Debido a su inteligencia y gran valía, socialmente ascendió a los rangos de la aristocracia como regidor de Granada, gran propietario de tierras y señor de Castril, ingresando así en la nobleza. De esa forma, aquel hombre en principio humilde y poco formado, con su noble afán de superación, pudo fundar casa noble y mayorazgo para sus sucesores. Los Reyes Católicos, Isabel y Fernando quedaron prendados y admirados de sus excelentes servicios, nombrando a Zafra su secretario real, como reconocimiento de su valía, talento y lealtad, que fueron los únicos méritos propios con los que tejió su propia promoción, sobre la urdimbre de aquella sociedad clasista y estamental, mediante la activa aportación y extraordinarios servicios prestados a los Reyes Católicos y a España en todas las empresas regias que se le confiaron y tomó parte.
En la segunda mitad del siglo XV todavía vivía en Granada, al servicio de los Reyes Católicos, ejerciendo ya como secretario real y hombre de confianza de sus majestades, alcanzando un elevado estatus y una gran relevancia política, social y económica. Tanto es así, y a tal nivel llegó la confianza en él depositada por el rey Fernando, que le encomendó firmar en su nombre las «Capitulaciones de Alfacar» en 1491, sobre la entrega a España de Granada por los árabes.
Con la firma de dicho documento se puso fin al asedio de aquella población que, gobernada por musulmanes y situada a las mismas puertas de Granada, suponía una gran dificultad para centrarse en lo que realmente ansiaban los reyes, o sea, la codiciada conq