Amaneció en Algeciras un día gris, triste y deprimente. Como cada día marché al trabajo a cumplir con la tarea escolar, a reencontrarme con los alumnos que tantos momentos alegres me brindaban.
La jornada escolar la pasé regular, pues ya dije que tenía un día “algo depresivo”. Cuando terminó la mañana decidí dónde iba a ir a comer: no se me apetecía ir al restaurante, ni a mi casa ni a cualquier otro sitio. Pensé que tenía que ir a algún lado para comer así que decidí ir al supermercado “Continente”; cogí mi coche y me encaminé hacia el restaurante de aquel.
Una vez entré en el parking busqué un sitio donde aparcar. Cuando vi uno disponible me dirigí hacia él; fue entonces cuando apareció el “el muchacho guapo y simpático”. Acercó su cara cerca de la ventanilla de mi coche y me dijo: “¿Me da usted algo? A lo que yo respondí que no tenía nada. Miré por el espejo retrovisor y vi algo que me llenó de ternura: El muchacho se acercó a un carrito donde estaban acurrucados dos preciosos perros. Fue entonces cuando salí del coche, me acerqué al chico y le dije: “Te invito a comer”, a lo que él respondió que no hacía falta, pero yo insistí. Fue entonces cuando arropó a sus perros, tapándolos con mucho cariño ya que el día estaba frío.
"Durante la comida JOSÉ me fue contando su vida. Eran varios hermanos y sus padres muy humildes, así que se fue de casa"
Mientras tanto nos fuimos acercando al restaurante para almorzar. JOSÉ que era como se llamaba el muchacho me preguntó si no me importaba que nos sentáramos cerca de una gran cristalera, para así poder ver a sus “hermanos” (los perros) que se llamaban LOLA y TONY. Y así lo hicimos. “Es que mis “hermanos” y yo somos inseparables y vamos juntos a todas partes”. Algo que me pareció muy bonito y entrañable.
Durante la comida JOSÉ me fue contando su vida. Eran varios hermanos y sus padres muy humildes, así que el decidió marcharse de casa y buscarse la vida con la compañía de sus “hermanos”. JOSÉ por cierto, era guapísimo y tendría unos 27 o 28 años. Todo lo que relataba lo hacía con alegría y simpatía dando gracias por sentirse vivo y contar con la compañía de LOLA y TONY.
Mientras me iba relatando cosas de su vida, de pronto se levantó excusándose. Salió del restaurante pues empezó a llover y quería ir a tapar a sus “hermanos”. Llegó al parking, cogió un trozo de plástico y los cubrió con el mismo. Así se quedó tranquilo, algo que me hizo saber cuando volvió a la mesa. Por cierto LOLA y TONY llevaban un característico lazo rojo de los cuales pendían dos cascabeles. JOSÉ me seguía contando cosas de su vida, amaba a su familia y la echaba de menos pera la decisión que había tomado fue la mejor según él, así en su casa habría una boca menos que alimentar.
"A veces no nos paramos a pensar que historias como estas merecen la pena tenerlas en cuenta, es el sentido de la VIDA"
Yo estaba asombrada con esta bonita, humana y tierna historia que hizo que mi estado de ánimo cambiara; ya no me encontraba triste ni melancólica como horas atrás; la compañía del “muchacho guapo y simpático” me subyugó y llenó de alegría. El tiempo fue pasando; JOSÉ me dijo de recoger los restos de comida de algunas mesas incluida la nuestra para llevárselos a sus “hermanos”. Salimos del restaurante y nos dirigimos hacia el parking donde estaban LOLA y TONY. JOSÉ les dio de comer, algo que ellos agradecieron. A continuación se despidió de mí con mucho cariño agradeciéndome el rato que pasamos juntos y “hasta otra ocasión”.
A veces no nos paramos a pensar que historias como éstas merecen la pena tenerlas en cuenta; en las cosas sencillas está el verdadero sentido de la VIDA.