No nos equivocamos si decimos que los pensamientos son la expresión simbólica de nuestra voz interior. Y sea esto tenido en alta importancia, pues ya dijo el filósofo que el pensamiento es la primera condición para atestiguar nuestra existencia.
Antes que otra cosa, somos testigos de nuestros días y de nuestras ideas, y esta circunstancia irá configurando la conciencia, la tarea inacabada del entendimiento. A cada pensamiento, la conciencia ensancha sus límites, y su forma se acerca más al infinito que es la perfección.
Pero, como toda función, el raciocinio o juicio de las ideas, tiene unas normas de uso, tiene unos consejos, si no queremos que nuestra voz interior se diluya en el frenesí de la sociedad de la información. Hoy por hoy, la mente recibe cientos de impactos cada jornada sin que se siga una lógica de necesidad.
Esta sobreexposición a mensajes inconexos distorsiona gravemente el pulso de los pensamientos, hasta el punto que desconocemos el origen de esa voz que debiera ser la nuestra. Y este desarraigo puede ser causa de una afectación en la salud mental.
Realmente, y digo por experiencia, que llegó el momento en que no sabía quién era el dueño de los pensamientos que atravesaban mi mente. Entonces, ¿cómo recuperar el control, cómo recuperar la voluntad? Claro que esto ocurrió hace veinticinco años, y ahora cumplo las bodas de plata interpretando y dando un centro a las palabras, buscándoles un acomodo en el oficio auténtico que es la reflexión.
Como todo lo que ocurre dentro del universo, las cosas tienen una naturaleza mejor, una razón de ser óptima. Así, es mi consejo desconectar de vez en cuando de la vorágine repetitiva de la sociedad de consumo y de la información, y dedicar un tiempo a esa tarea bautismal, como es aclararse las ideas.
El retiro espiritual es un buen principio, y nos ayudará a establecer un pulso rítmico en la manipulación de las palabras, y por fin, nuestra voluntad será la poseedora de nuestros pensamientos, signo inequívoco de salud.
Entre todas las naturalezas, recomiendo un paseo por la playa de Calamocarro cuando es sacudida por el indómito mar de levante.
Allí, la voz interior se hincha y se oxigena, y nos recuerda la sintonía que debe prevalecer entre los elementos de la naturaleza. El vaivén de los pensamientos debe asemejarse al ritmo de las estaciones, al compás de las olas, al latir de las estrellas, al fluir de los arroyos.
Las palabras son de oro si responden a nuestra necesidad, a conformar el juicio de nuestro proyecto de vida.