Consumo, Inversión y Gasto Público son los tres componentes macroeconómicos del Producto Nacional Bruto de un país. De estos, el sector público ocupa, normalmente, más del 40% del total. Pero es que además, las políticas económicas que se desarrollan a través de los Presupuestos Generales del Estado, tienen una influencia decisiva en el devenir económico del país. De ahí que la aprobación de los mismos sea un momento crítico en la vida parlamentaria. En unos momentos como los actuales, recién salidos de una terrible pandemia, lo que toca es hacer unos presupuestos públicos expansivos de tipo keynesiano, para poder generar crecimiento y empleo.
Como decía el profesor Stiglitz en uno de los libros que publicó al finalizar la anterior crisis financiera, en una situación como aquella era esencial apoyar la acción colectiva de los trabajadores y de los ciudadanos. Las asimetrías de la globalización han creado una competencia en el empleo donde los trabajadores han salido perdiendo y los dueños del capital han salido ganando. Mantener un tipo de sociedad y un tipo de gobierno que esté al servicio de todo el pueblo es esencial.
En aquellos momentos, cuando finalizaba la crisis financiera anterior, viviamos una situación social alarmante. Casi seis millones de parados, recorte de la dependencia y de las prestaciones de desempleo, recortes de salarios a los empleados públicos, incremento del IVA. La reforma laboral, en lugar de generar empleo, lo que hizo fue favorecer el despido masivo y barato de los trabajadores más antiguos. De esa forma, se entorpeció la creación de un tejido productivo eficiente, se precarizaron las condiciones laborales y se incentivaron las conductas negativas del empresariado, frente a la innovación y el desarrollo tecnológico. Y lo más grave. Se rompió el pacto social y se desequilibró la balanza a favor del capital, debilitando la fuerza negociadora de los trabajadores.
“En aquellos momentos, cuando finalizaba la crisis financiera anterior, vivíamos una situación social alarmante. Casi seis millones de parados, recorte de la dependencia...”
En la situación actual, como decíamos, toca recuperarnos, pero aprendiendo de los errores del pasado y buscando empoderar nuevamente a la parte más numerosa, pero también más precarizada de la sociedad, a saber, el mundo del trabajo. La teoría económica tiene respuesta para todo ello. En períodos de crisis económica como la actual, lo esencial sería conseguir aumentar la equidad (o frenar el incremento de la desigualdad), aunque tengamos que renunciar a algo de eficiencia, pues, como señala el profesor Amartya Sen, puede haber situaciones eficientes que no sean aceptables desde el punto de vista social.
Keynes, incluso, fue más allá para sacar al mundo de la crisis del 29. Sostuvo que podía ser conveniente gastar en abrir y cerrar hoyos, mientras que la política de oferta de los neoliberales se preocupaba de hacer que la producción se llevara a cabo en las mejores condiciones de competitividad posibles, sin prestar atención a las necesidades individuales y sociales que la producción debe cubrir, en la creencia de que por esa vía se alcazaría el mayor nivel de actividad, empleo y bienestar. Craso error, que han sufrido millones de trabajadores en todo el mundo con las soluciones de estos neoliberales que campan a sus anchas en muchos países. Según nos explica Piketty, “La redistribución keynesiana de la demanda es un mecanismo de redistribución eficaz, que nos dice que un aumento de los salarios permite reactivar la demanda de bienes y servicios en la economía, y así revitalizar la actividad y el nivel de empleo.
“Pretender mejorar una situación individual, perjudicando a otro, es éticamente reprobable. Pero en un escenario de crisis social tan grave como la actual es, además, indecente”
Partiendo de estos principios teóricos y de la situación actual y, pese a las dificultades políticas por las que atravesamos, es necesario y urgente aprobar unos presupuestos en los que la ciudadanía sea lo primero y en los que se recupere la dignidad del trabajo. Esto significa que debe de haber una recuperación justa, que llegue a todas las personas y territorios con la máxima igualdad. Pero también, que sirvan para empoderar a los trabajadores, incrementando sus salarios y priorizando el empleo fijo y de calidad. De esta forma se avanzará en la recuperación del poder perdido por la clase trabajadora, frente a la patronal.
Wilfredo Pareto fue un economista italiano que realizó importantes contribuciones al estudio de la economía y, especialmente, al campo de la distribución de la riqueza. Uno de los principios que enunció fue el de optimalidad, que se define como aquella situación ideal, o de máxima eficiencia, en la cual sólo es posible mejorar empeorando la situación de alguien. Sin embargo, el mismo autor manifestó que, entre tanto se llega a ese óptimo, se puede maximizar el bienestar económico si se aumenta la utilidad de algún individuo sin disminuir la de otro.
Quizás no estaría mal reflexionar sobre las viejas enseñanzas de Pareto en este momento. Y hacer un examen de conciencia general y particular. El “sálvese quien pueda” que se está practicando por parte de algunos a nivel institucional, y el “cuanto peor mejor”, que se lleva a cabo por otros a nivel personal, nos conduce directamente al desastre. Pretender mejorar una situación individual, perjudicando a otro, es éticamente reprobable. Pero en un escenario de crisis social tan grave como la actual es, además, indecente.
Toca juntas nuestras fuerzas y remar todos en la misma dirección. El país lo necesita.