Nada más comenzar el curso, cambié de residencia. Ya lo he hecho tres veces por circunstancias varias que darían pie a otros caleidoscopios filosóficos.
Siempre aprendo de la Filosofía e intento dar en las clases del instituto una imagen del pensamiento crítico, cotidiano, real, del día a día. Los alumnos se ríen y algunos colegas nos ven como " Bichos raros "que no saben donde ubicarnos. Andamos por los pasillos despertando curiosidades de todo tipo. Sócrates fue llamado " El tábano" al ser muy molesto en sus preguntas incisivas y por interpelar sobre el sentido de la vida.
Pues voy al asunto.
Un cambio de casa: mudanza, contrato de agua y luz, cambio de padrón, cedulas de habitabilidad, contrato nuevo del gas, contrato de teléfono, internet, algunas pequeñas obras y todo lo que uno se pueda imaginar.
Decía diógenes el Cínico al respecto de lo que vamos acumulando y salen a nuestro encuentro en las mudanzas: "Cuantas cosas hay que no necesito". " El equipaje debe ser tal, que en caso de naufragio puedas nadar con él. " Las posesiones y la riqueza atan a los hombres"
Todo cambio de residencia implica un aluvión burocrático para el que se necesitan toneladas de paciencia si no quieres sucumbir en la desesperación.
Colas, citas previas, documentos, instancias a rellenar para cualquier asunto y , sobre todo, un vuelva usted mañana porque te falta algo, rellenaste mal la solicitud, te equivocaste en un pago, no te dieron de baja, se perdieron papeles o un sin fin de percances que se producen de los que nadie tiene la culpa pero que tú pagas el pato.
Larra, en sus " Artículos de costumbre" puso sobre la mesa los problemas que subyacen en una sociedad despersonalizada en la que los individuos somos piezas y números de una administración que no tiene encuentra al administrado.
Vuelva usted mañana, falta un pago, el sello no aparece, debe pedir cita, falta una firma de fulano o el permiso de mengano.
Y así, espantamos al pueblo. La pandemia ha conseguido levantar un muro infranqueable en varios aspectos; entras en hacienda y te registran de pies a cabeza, vas a la Dirección Provincial y un guardia de seguridad te impide el paso, los médicos te atienden por teléfono, los bancos te sancionan si haces acto de presencia por no saber manejar la informática. Todo on line ignorando la brecha informática de miles de ciudadanos.
Vuelva usted, búsquese la vida, no lo puedo ayudar, vaya y pregunte allá donde Cristo perdió los palos.
En esa impotencia, en la soledad del marasmo vamos perdiendo la esencia de ciudadanos.
Ayer, en la oficina que tramita asunto referentes al agua, una señora de 90 años reclamaba un recibo de agua de 600 euros. La empresa administradora había cobrado la avería a los usuarios.
El guardia jurado, que ahora están muy de moda, la invitó a pagar y reclamar; la señora exclamó: " ¿De dónde saco yo los 600 euros? Eso no importa, no es el problema de nadie.
Hoy fui al ayuntamiento a empadronarme. Un señor anónimo me ayudó a pagar las tasas en una máquina diabólica. Cuando terminó, lo abracé y me puse a llorar. Nunca lo entenderá, sería largo de explicarlo y en cinco minutos tenía, por tercera vez, cita con hacienda.
El ideal platónico sería crear una oficina única. Ahí lo dejo.