No me tienen que decir las encuestas lo que ya sé…Si eres viejo, te puedes morir de asco. La soledad es aciaga fecha en la que necesitamos más y recibimos menos, sobre todo ahora cuando los tiempos son hostiles porque caminan cortos y apretados. Vamos de avalancha de emociones, de cosas, de consumo y las caricias, la empatía y la bondad se han reducido a geriátricos que llevan otro nombre más bonito para que no nos asuste el dejar allí confinados a los que ya no podemos cuidar porque tenemos la soga al cuello.
No nos podrán cuidar a nosotros los que nos vienen a los talones; Esos que llevamos a clases particulares y besamos cuando nos dejan. No querremos quizás que nos cuiden, como no querían los que nos adelantaban, los que nos llevaban a clases particulares y nos besaban cuando los dejábamos.
La muerte no tiene un día concreto, sino que a veces es esquiva pasajera de ancianidades y arrugas. A veces marcha victoriosa con pasos menguados haciéndonos creer que somos inmortales, cuando no somos más que marionetas del destino. Nos afanamos en tontadas y pamplinas porque no nos damos cuenta de que el tiempo lo llevamos a la chepa y la fecha de caducidad (aun invisible a nuestros ojos) está ahí tatuada en nuestro ADN.
Somos caballos con dueño fijo, marcada la piel por los acontecimientos que la nutrirán y matarán a poco que nos desarrollemos, amemos y tengamos hijos que nacerán igual de marcados que nosotros. Somos productores de humanos cabalgadores de imposibles, gente feliz- o desgraciada-que acabarán como nosotros consumidos por la vejez, la tristeza o la rabia. Porque pasamos como las hojas de un periódico o los chistes de un humorista.
Pero aguantamos como los árboles en pie, porque nos endiosamos al igual que los mulilleros arrean al manso para que arrastre al muerto, igual que los astronautas encogen el serete para ir mas allá donde nunca nadie osaría, igual que los opositores, los de las selectividades, los que quieren ser padres o los que despiden a los que van a ir al Universidad creyéndose que son parte de algo muy grande , pero que solo es caducidad pospuesta a una fecha determinada.
No te ves más real que en las arrugas de alguien que fue tu compañera de Universidad; En los ojos de tu hija que ya despunta a la edad adulta con cerebro de chícharo adolescente, en la fatalidad de la enfermedad de tu madre, en los despistes tremendos de tu padre, en las barbas de tus hijos… La ancianidad está esperando a la vuelta de la esquina engrosando mis magras, entorpeciéndome las piernas y cansándome del todo y la nada de este mundo que era mucho mejor con veinte y muchas dudas, que con cincuenta y tantas certezas.
Me gustaría creer en el mas allá y no ver las miserias del mas acá. Lo mismo me hago beata con cola porque lo de aquí no me llena, pero creo que hasta para eso ya no me da la cuerda. Como para las lenguas vivas, para tirarme por un puente con arnés o depilarme entera como si fuera una sardina.
Hay cosas que ya nunca haré porque no me da la gana de ser tan maroma, porque se me seca la boca de pensarlas y el caminito del Rey (que Isabel Carrasco se hizo con 80) se me hace viral de necedad y se me atranca a las gónadas de las rodillas que lloran como plañideras bien pagadas solo de pensarlo. Supongo que eso es la ancianidad…dejar de pelear por cosas nuevas, meterte en el sombrero del mago para desaparecer o molestarte los hijos del vecino que chillan como cerdos en San Martín mientras tú intentas perfilar sílabas y párrafos.
Nunca un ser humano lo fue más que cuando acaba su vida y se revuelve a la posición fetal que lo vio nacer, escurrido de peso, limpio de tristezas, encurtido en piel y huesos.
La ancianidad está ahí esperándonos. Sucumbiremos a ella porque es tenaz y embustera. Pero mientras nos siga acechando sin llegar a besarnos las ciénagas, podemos cambiar las lenguas muertas por las vivas; Maldecir en arameo o cabalgar estrellas eclosionadas hace siglos, para partirnos las piernas en senderos que seguirán ahí- inalterables- cuando el ser humano ya no exista en este soberano planeta.