Respondiendo a la tristeza de mi amiga, María. les diré que ya hace tiempo que Dios está en su palacio de cristal azul*, y ya no escucha a nadie... O, ¿acaso no hemos visto las imágenes de los de 4.000.00 refugiaos que andan dando vuelta entre la nieve y el barro? ¿Acaso Dios se acuerda de esos niños llorando entre el hambre y el frío? ¿Acaso no es menester que Dios se acuerde de ellos…?
No; Dios no se acuerda... Bien porque está ausente -sus motivos tendrá-; o, porque se encuentra abrumado por haber creado al hombre... Sin embargo, Él lo creó a su imagen y semejanza, ¿por qué, entonces, no se allega a nosotros la compasión y la generosidad? ¿Por qué no nos sentimos hermanos de aquellos que sufren hambre y persecución? ¿De aquellos que cada día nos interpelan con los ojos abiertos de espanto…?
No; Dios hace tiempo que se halla en su palacio de cristal azul, y nos ha abandonado....
Así lo sentimos y así lo hemos contado, Manuel.
"Dios no se acuerda... Bien porque está ausente -sus motivos tendrá-; o, porque se encuentra abrumado por haber creado al hombre..."
Dios está en su palacio de cristal. Quiero decir que llueve, Platero. Llueve. Y las últimas flores que el otoño dejó obstinadamente prendidas a sus ramas exangües, se cargan de diamantes. En cada diamante, un cielo, un palacio de cristal, un Dios. Mira esta rosa; tiene dentro otra rosa de agua, y al sacudirla ¿ves?, se le cae la nueva flor brillante, como su alma, y se queda mustia y triste, igual que la mía.
El agua debe ser tan alegre como el sol. Mira, si no, cuál corren felices, los niños, bajo ella, recios y colorados, al aire las piernas. Ve cómo los gorriones se entran todos, en bullanguero bando súbito, en la yedra, en la escuela, Platero, como dice Darbón, tu médico.
Llueve. Hoy no vamos al campo. Es día de contemplaciones. Mira cómo corre las canales del tejado. Mira cómo se limpian las acacias, negras ya y un poco doradas todavía; cómo torna a navegar por la cuneta el barquito de los niños, parado ayer entre la yerba. Mira ahora, en este sol instantáneo y débil, cuán bello el arco iris que sale de la iglesia y muere, en una vaga irisación, a nuestro lado...