La desesperación hace mella. Ya llevamos un año de Covid visible como si nada. Y digo visible porque creíamos que eso de las ambulancias en la puerta de hospitales era producto de imaginaciones delirantes y periodistas deseosos de noticias. Hay quien lo niega todavía con las muertes que llevamos a nuestras espaldas y lo mucho – y malo- que ha pasado desde entonces. Pero, para nuestra desgracia, los hechos son contundentes y la vida nos ha cambiado. Al menos, la que teníamos antes. No solo porque se cierren fronteras y los espabilados buscan otras maneras de seguir delinquiendo, sino porque los desgraciados lo son más y en mayor número, viéndose obligados ahora a pasar hachís a nado desde Marruecos a Ceuta. No hay motor fuera borda que nos salve de la tragedia, ni fuego peor que el de una planta Covid.
En el Puerta del Mar de Cádiz un paciente con varias dolencias, entre ellas el temido Covid, prendió fuego a un colchón con gel hidroalcohólico. Y prendió, vaya sí prendió, teniendo que desalojar a los enfermos a toda leche, entre el personal del Hospital y la policía que llegó a ayudarlos, con los bomberos intentando apagar el foco de fuego y ventilarlo todo. Quedará en una anécdota con parabienes a las Fuerzas de Seguridad, a los bomberos y a los pobrecitos sanitarios que llevan la cruz a cuestas y las nóminas desinfladas, con contratos de mes a mes (con suerte) y el futuro sin esperanzas. Porque la Sanidad siempre da el callo y es motor fuera a borda para pasar de un lado muy malo a otro bueno, pero nunca se la premia más que con elogios vanos y aplausos superficiales. Como este año no hay Carnavales no les harán coplillas, ni cuplés, ni saldrá un cuarteto disfrazados para la ocasión, porque el Covid se ha llevado la alegría de las fiestas, los refugios de los bares y muchísimos trabajos más de buena gente. Es ruina ver el Decatlón con seis dependientes cerrando a las seis de la tarde con más pena que gloria. Y es franquicia, no nos olvidemos, que sobrevivirá a costa de esos deportistas que te acogen cuando no sabes que comprar llevándote a donde un programa informático no puede. Las calles deslucen amanecidas a cualquier hora porque los relojes se han parado y las vacunas son tan cortas que poco más que a geriátricos y a gente muy precisa están llegando. Los adoquines de las calzadas ya no reciben más que ese mismo gel hidroalcohólico que ardió con ganas empapado en el cochón del enfermo pirómano; El mismo que se diluye en nuestras manos poniéndolas tan ásperas que parecemos peces sacados del agua salada. No sabemos cuándo volveremos a lo nuestro… a las risas de los niños en los colegios, a darnos abrazos, a viajar sin miedo, a no tener límites más que los autoimpuestos. No sabemos cuándo abarrotaremos los bares pidiendo por encima de la barra para que nos atiendan, cuándo pegaremos gritos pelados sin mascarilla declarando nuestro amor o insultaremos a plena potencia de nuestras cuerdas vocales, con la ventanilla bajada de nuestro coche porque a alguien le dieron el carnet de Playmobil.
No sabemos nada, excepto que no podemos quemar los cochones con el gel que nos salva la vida, ni pasar los fardos de hachís porque nos coman el tarro con que tendremos dinero, justo al cruzar la frontera de tapadillo. No podemos pecar de incautos, ni de pesimistas. Tenemos que coger pico y pala y ser sanitario de alma, policía de guardia, bombero de corazón y ponerlo todo en lo que sea que hagamos para hacerlo bien, sujetándonos el peso de las tripas con la faltriquera.
Llenaremos los bares de nuevo porque el Covid no sabe lo que es evolucionar desde un mono de feria hasta llegar al Espacio. Nosotros sí. No sabe, el muy jodido, lo que nos gusta sentarnos en una terracita o comernos una tortilla de patatas que esté hecha por otras manos que no sean las nuestras. No sabe lo que nos gusta una bulla, ni un abrazo cuerpo a cuerpo. Lo que es el Amor, oliéndote como perros. Lo mucho que besamos. Lo que tocamos el cielo. El covid dejará de ser moda y se convertirá en gripe estacionaria. En dolor menstrual para jovencitas de 15 que subsanar con píldoras hormonales que llevarse a la boca. Caerá en desuso como las buenas palabras. O el intelecto.