Se llama Ayoub. Tiene 18 años y es el único residente subsahariano que habita el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes de Ceuta. Pero además es el único que ha conseguido superar la doble valla que separa nuestra ciudad de Marruecos desde que el Ministerio de Interior dio la orden de retirar las concertinas y sustituirlas por los famosos peines invertidos a los que, también, se les ha añadido tubos hasta elevar la valla a 10 metros.
Ayoub, que partió de su Sudán natal hace dos años siendo menor de edad, tenía como meta llegar a Ceuta y lo consiguió. Lo logró superando no solo las alambradas que mantiene Marruecos en su lado de la valla sino también bordeando los famosos peines.
“Primero había pinchos, pero no me hice daño, me hice poca sangre porque mis manos son duras. Después estaban los ganchos”, explica a FaroTV, haciendo alusión a los famosos peines invertidos que se han colocado en la práctica totalidad del vallado. “Me incliné y los pasé, los salté... así”, gesticula. “Fue muy difícil y peligroso, pero lo conseguí”.
Ayoub sonríe. Ahora se siente seguro. Sus sonrisas asoman continuamente mientras recuerda con FaroTV cómo fue la entrada que le llevó a protagonizar las portadas de buena parte de los medios de comunicación del país, tras burlar, a principios del pasado diciembre, la obra de ingeniería maquinada por Interior a pie de Frontera Sur.
Era la primera vez que lo intentaba y lo consiguió. Su amigo, otro joven subsahariano que le acompañó en este periplo, se quedó atrás. Estaba muy débil y nada acostumbrado a trepar, correr y seguir trepando.
Ahora, en el CETI, Ayoub convive con marroquíes y argelinos hasta que le toque el momento de su salida. Es difícil de creer que sea el único subsahariano que habita el centro. Pero es el resultado de la política de impermeabilización y blindaje ejercida por Europa que ha llevado a que la población subsahariana busque otras vías de escapada, arrojándose al mar y protagonizando dramáticas travesías.
Cuando la Guardia Civil lo encontró ya había saltado la valla desde Beliones a Benzú y había recorrido parte de la carretera, llegando hasta casi Benítez, exhausto y cansado. Tras pasar la debida cuarentena tanto en la nave del Tarajal como en el propio CETI y verificarse que no era menor de edad, este joven sudanés ha recuperado la tranquilidad y solo piensa en conseguir un futuro. Atrás quedaron sus padres y tres hermanos. Por delante se le presenta una oportunidad. Dice que le gustaría ser futbolista. Los sueños nadie se los podrá arrebatar, como tampoco el haber sido el único que, hasta el momento, ha conseguido burlar el millonario proyecto ejecutado por el ministro Fernando Grande-Marlaska en la frontera sur de Europa.
"La Guardia Civil me preguntó por qué no llevaba mascarilla, ‘soy nuevo”
De Sudán partió hace dos años, pasando por Libia y Marruecos en donde ha permanecido mes y medio. En Tánger, sin dinero, sin nada, pedía para comer y solo pensaba en llegar a España de cualquier forma. Cualquier otra alternativa era morir en el intento. Con su amigo marchó a Beliones y esperó dos días escondido hasta cruzar la valla.
Tenía tanta hambre, recuerda ahora en el CETI, que “ni veía”, deambulaba “mareado”. Esa mañana previa al salto subieron los dos al monte en donde permanecieron hasta las siete de la tarde. “Veíamos la frontera, los mehanis... nos quedamos escondidos en el campo y poco a poco íbamos andando hasta la valla, era muy alta pero la salté”, explica.
Este joven dejó Sudán hace dos años y estuvo un par de días en Beliones antes del salto
Primero tocaron la parte marroquí, llena de alambradas. Ya no podía haber vuelta atrás. Ayoub lo sabía y siguió con todas sus fuerzas trepando, sorteando los “pinchos” mientras su amigo se quedaba atrás.
“Me costaba seguir por los pinchos pero lo hice poco a poco, no me hice casi sangre”. Cuando pasó encontró los famosos peines. Ya en Ceuta se adentró en el campo. “Estaba contento, era España, fui andando hasta que me paró la Guardia Civil. Me dijeron que por qué no tenía mascarilla y le dije ‘soy nuevo, no sé nada, acabo de entrar”. Una unidad de Cruz Roja le facilitó todo y se lo llevaron a la nave para pasar la cuarentena.
Este fue su primer intento, el primero y el único. Ha sido difícil pero la constancia, la fuerza y el empecinamiento le sirvieron de aliados para entrar, para conseguir que hoy, al menos, tenga una esperanza.
Ayoub, el chico de la enorme sonrisa, va haciéndose amigos en el CETI esperando llegar a la Península. Es el único subsahariano del centro, el único que queda. En España no tiene familia, “solo tengo a Dios”. A Dios y muchos sueños. Quiere ser futbolista, “de cualquier equipo”, sonríe.