En la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado que hemos celebrado hace unos días nos han explicado la importancia de poner rostro a esas personas con el fin de rescatarlas de las listas de cifras anónimas, sensibilizarnos ante sus graves problemas humanos y ayudar a asegurar sus derechos de acuerdo con su dignidad humana. El papa Francisco nos recuerda que los migrantes no son números sino personas que debemos conocer, comprender y amar. Sus sufrimientos no son problemas abstractos sino dramas que generan muertes.
En mi opinión, en esta situación de crisis sanitaria, laboral, económica, social, cultural y educativa, los migrantes pueden enseñarnos algunas lecciones como, por ejemplo, las maneras de luchar para, al menos, sobrevivir. Muchos de ellos constituyen claros modelos de pelea que nos servirían para mantenernos a flote en el tsunami que golpea esta tierra firme en la que estábamos cómodamente asentados. Estoy convencido de que ellos, por haber tenido que superar mayores dificultades, nos pueden dictar importantes lecciones prácticas de extraer, desde el fondo de nuestras experiencias personales, algunas habilidades para superar las situaciones difíciles que se vislumbran en el horizonte.
Además de mostrarnos los procedimientos prácticos para evitar la depresión, es posible que algunos de ellos nos proporcionen formas de imaginar nuevos proyectos de vida y de resistir con fortaleza los momentos más difíciles. Nos vendría bien que, además de ayudarles, los escucháramos con atención y aprendamos de ellos a enfrentarnos con el nuevo mundo que se vislumbra. Además de evitar el paternalismo, podríamos fijarnos en sus maneras de resolver los problemas de cada día y sus habilidades para estimular la inteligencia práctica y la imaginación creadora. Al menos aprenderíamos de ellos a descubrir el potencial latente que está encerrado en nuestro interior para combatir el desánimo y para tener el coraje de no amedrentarnos cuando el horizonte se oscurece y cunde el miedo de que el barco se hunda.
Como siempre -querido José Antonio- nos das una lección de humanidad y solidaridad. Las personas del mundo occidental nos ahogamos en un vaso de agua, depresión y miedo anidan en nuestras almas para no dejarnos vivir. Mientras tanto, observamos las ganas de mejorar de millones de emigrantes, que ponen sus vidas en juego solo por mejorar y tener un poco de paz y un plato de comida con el que poder alimentarse. Una gran lección de supervivencia y un espejo en el que mirarnos en los momentos de abatimiento.
Las lecciones -efectivamente querido amigo Ramón- las recibimos de ellos y de todos los que aquí y allí sufren por la pobreza, por la injusticia, por la arbitrariedad de un mundo "inhumano". Un abrazo agradecido.