Pasó el día de la Merced sin pena ni gloria. Se salvó el octogenario arcense al que estuvo a punto de matar un vecino de 24 por 30 míseros euros. Es lo que tienen las cifras, que deshumanizan. Convierten a los muertos en decenas, al 80 en octogenario y al de 24 en ciertamente idiota. Se me escapa la médula del clan convirtiéndome en loba solitaria sin armas, ni planificación para desembuchar con ustedes que son canelita fina. Por más que me machaco el cerebro- casi hasta convertirlo en papilla cotidiana- no entiendo a esta humanidad con la que no compartonada.
No sé ciertamente qué voy a hacer en los próximos 5 años en los que me convertiré en madura fruta confitada. Eso, sí sobrevivo al covid, la recesión, los idiotas o el hastío. Mis hijos crecen adecuadamente. Les enseño con fortaleza y dedicación aunque haya gente- que nunca echó bolas para tenerlos propios- que me dicen que ellos lo hacen mejor en dos míseras horas de extraescolares. La gente es bocona por dedicación absoluta, curtidos en la estulticia de tal manera que es difícil alejarte de su pestilencia como si las sudoríparas se les desbordaran por todo el cuerpo.
Los sensatos huyen como Anita que vaga por sábanas tatuadas con el logotipo de la Seguridad andaluza, más afanada que lastimera, más bien pagada que explotada y cautiva. Mi madre sigue igual, sellada a una silla vencedora de escaras y trolerias, guardada en una pecera que prolonga su no-vida como el ataúd lleno de tierra que preserva a los impolutos vampiros. Mi cerebro se nutre de ustedes, de sus voces enlatadas que me llaman para que les transmita, les desembuche a modo de sillón de psiquiatra cualquier bobería que se me ocurra.
Es la maldición del octogenario arcense que fue a abrir su local y se encontró a un jodido ladrón de24 con un machete en la mano y muchas ganas de usarlo en su cráneo.
La sangre siempre da testimonio de batallas pasadas aunque quede regada en el suelo, reseca de moscas acongojadas llorando.
Se nos pasó el día de la Merced, sin pena ni gloria. Se me pasan los años, los meses, los días y las horas como una imagen de Téllez frente a la Diputación con la mascarilla arrugada, el gesto ausente y el peso de todos los males alojados sobre sus hombros. Fue fugaz (como lo es todo) porque iba en coche conduciendo y no pude parar para decirle nada.
Pero todo es así… los niños, los que se fueron, la vida que nos tumba boca abajo y este jodido virus al que nos hemos acostumbrado para intentar sobrevivir. Nos hemos convertido en hormigas con bufanda, en gente que ya ni se mira, que no sonríe, ni enseña esos dientes que la Pantoja magnificó porque es una actriz de los pies a la cabeza. Nadie como ella para revenirse a la vida. Ave fénix para resurgir cogiendo aire y encima cayéndonos bien.
Podríamos huir a la nada de pasar de twitter a Facebook, de no chatear, de aislarnos socialmente como sombras humanas vagando por el mismo mar de cristal con sitio apalabrado en geriátricos aun por construir.
Se me está pasando el arroz de las lentejas, las líneas de la frente, los malos modos y la paciencia que nunca tuve , porque los idiotas me destemplan y más los que quieren dar lecciones de lo que no son .
Me callo porque me van a ver las raíces de las canas, el azul de las venas y los poros abiertos que no hay Prime que corrija, ni régimen que haga que no me estallen las caderas de puro gozo de fusionarse conmigo.
Debemos aprender a dejar de sufrir para empezar a querernos mucho. Desaforadamente como úteros complacientes. Matronas desvencijadas, nunca rotas sino machaconas y muy combativas. Dadme agua de río parta beber, que yo la convertiré en vino peleón que te abra las ganas.