Me encontraba en casa dentro de mi habitación. Acababa de llegar de la calle. Fue una jornada muy agotadora.
Sólo pude quitarme la ropa, ponerla en el cajón de la ropa sucia y meterme en la cama.
Con esto del Covid19 hay que tener mucho cuidado y cuando se llega de la calle es aconsejable quitarse todo y meterlo a la lavadora con agua caliente
Ni comí, ni me duché. Sólo me lave las manos con abundante jabón.
Llevaría unos quince minutos cuando algo me hizo mirar hacia la puerta. Fue como un aviso.
Con los ojos entre abiertos observé cómo en el corredor alguien con un vestido marrón muy claro pasaba dirección hacia el cuarto de baño.
Iba muy lento y la verdad que entre la impresión y lo que estaba observando parecía que nunca iba a acabar aquello.
Reconozco que mi estado mental y físico me hizo ignorar tal acción.
Pero a los pocos minutos la misma silueta volvió a pasar, está vez iba su destino hacia la salida a la calle.
Tuvo el mismo modus operandi ya descrito. Muy tranquilo y sin ningún tipo de ruido, ni me percaté de ningún olor.
Fue cuando reaccioné.
Creo que tuvo que ver mucho el shock y el pánico escénico.
Me desvelé, y entre el miedo y las pocas fuerzas que tenía decidí cerrar con el pie la puerta de un seco golpe.
Creí que podría hacer así una pantalla para evitar que volviera a ver ese vestido.
Pero no fue así. Ni mucho menos.
No habría pasado mucho tiempo, cuando escuché que la puerta se abrió de par en par. Ya la tensión hizo que me desvelará.
Me quedé petrificado mirando tanto a la puerta como al corredor.
Confieso que estaba aterrado y mis pensamientos quedaron congelados.
Quería reaccionar pero no podía.
Minutos que no deseo ni a mi peor enemigo.
Y apareció lo que no quería ver, otra vez esa sombra que era un vestido de color marrón claro, sólo os puedo decir que era la figura de algo regordete que sólo veía desde la cintura hasta el pecho.
No sé distinguir si pudiera ser hombre o mujer. Sólo sé que tuvo muy malas uvas en hacer este acto de presencia.
Fueron unos segundos pero el trauma psicológico fue de mucho impacto.
Se acabó el descanso que quería.
Me hizo moverme con mucha lentitud.
Digo esto por que confiaba en no encontrarme nada cuando saliera de mi habitáculo.
Creo que me hubiera dado algo.
Me vestí muy lento y salí al corredor como si hubiera que hacer una intervención policial con el cuerpo pegado al quicio de la puerta y de un pequeño salto me puse en mitad del pasillo.
Miré primero en dirección hacia el wc y luego hacia la puerta de la calle y no había nadie. Confieso que me quedé muy tranquilo.
Luego seguí andando despacio hacia los servicios y comprobé la parte de atrás de la puerta y la mampara de la ducha. De allí bajé hasta la puerta de la calle comprobando cada uno de los tres cuartos, la cocina, el salón y nada.
Miré por la mirilla de la puerta de la calle y no se observaba nada, de nada.
Me arme de valor y abrí la misma y salí a la escalera.
Miré tanto para arriba como para abajo y también por el hueco de la misma. No se vei a nadie, ni ningún ruido sospechoso.
Esta secuencia la estuve revisando mentalmente durante muchos momentos en este día. Incluso en algún sueño volví a vivirlo. No sé lo que me quería anunciar o decir este tráiler.
Se lo dije a mi mujer y ella que es muy echada para adelante me indujo a que la próxima vez dijera con voz fuerte y dominante ¿quién eres?, ¿qué deseas?, ¿quieres algo de mí? Y verás cómo ya no te molestan más.
Yo la verdad que no sé si decir algo en esta situación o rezar para que no la tenga nunca más.
No es momento para pensar. Y sí para decir: “Hijo o hija no te aparezcas más a mí por favor”.
Lo digo porque es lo que siento.