Al doblar las esquinas veo el silencio dibujado en el rostro de la gente. Tengo veinticinco años, y a estas alturas tendría que hacer valer mi formación, e iniciar mis pasos hacia un proyecto de vida independiente.
Pocos la dicen, pero hay una regla no escrita que todo lo condiciona, y llega allí donde llega el aire, y es que tienes que “buscarte la vida”; un principio ancestral e inamovible, a no ser la influencia de la diosa fortuna.
A cambio, solo tengo unos retales de mis estudios de periodismo, y que no dan para conformar una imagen con que convencer al mercado de trabajo. Si no nos hacemos una imagen de nosotros mismos, no tendremos una identidad.
Es así que mis pasos por las calles de Ceuta son indecisos, improvisados. A diferencia de aquellos que agachan la cabeza, imbuidos por las preocupaciones, y en cómo llevar el pan a sus casas; ¿cabe mayor dignidad?
La percepción que tengo de mí mismo hace que supuren mis heridas, “soy un don nadie”. Miro alrededor y todos participan de la vida ceutí, todos representan un papel en el escenario de la realidad.
Isidro, amigo desde el hospital, es lotero de la Cruz Roja y vocea los números como nadie. Bartolo vende bonitas flores para los homenajes, pertrechado con un par de cubos repletos. Por no hablar de mis compañeros de generación: médicos, juristas, empresarios. Todos se han forjado una identidad, un aura que infunde respeto, y esto hace que nos reconozcamos en ellos.
Pero yo, ¿quién soy yo, aparte de una persona diagnosticada, aparte de una estrella sin luz? ¿en qué ha que ha quedado lo que aprendí en los márgenes del camino?
Es de justicia establecer en la ciencia social que tras el rito de identidad debe proveerse el rol de trabajo. De tal forma, que si un periodista titulado no encuentra oficina, la culpa debe trasladarse al organismo o sociedad. Su autoestima estará justificada, y deberá preservarse.
Sin embargo, ¿cuál es el juicio si uno tiene una oportunidad y no la aprovecha?
Quiero decir, al cabo de otros veinticinco años, que todos somos llamados a desempeñar un papel, y que en el ejercicio de nuestra función encontraremos los secretos en el arte del buen vivir.
En cuanto a mí, poco a poco, fui venciendo los temores de la insignificancia; al punto de que estás leyendo estas líneas. Y es que no hay papel que más me agrade que despertar los ojos del lector insatisfecho.
Por favor, no os castiguéis tanto como lo he hecho yo, y no sintáis culpa por vivir en la irrealidad, ya que los sueños forman parte del universo. Para los que se quedaron descolgados como yo, solo hay una condición que define la identidad del ser humano: tener buenos sentimientos.