Hay una supuesta maldición china que dice: “ojalá que vivas en tiempos interesantes”. En verdad se trata de una expresión inglesa que procede de una mala traducción de un pensamiento oriental. En cualquier caso, no cabe duda que nos han tocado vivir “tiempos interesantes” tanto en el ámbito internacional, como en el nacional y el local. Si ya era de por si delicada la coyuntura económica internacional, la rápida expansión del coronavirus nos está conduciendo a una situación de extrema gravedad. El motor de la economía española es el turismo y es previsible que la presencia del virus en nuestro país se traduzca en un gran número de cancelaciones de viajes, como ya le está ocurriendo a Italia. En términos generales, se espera una brusca desaceleración del crecimiento económico mundial, con las consecuencias esperables en la generación y consolidación del empleo.
En el plano de la política nacional el escenario tampoco es que pinte muy bien. Las tensiones entre los dos socios de gobierno han salido a relucir en cuanto se han impulsado nuevas normas legales de gran profundidad ideológica, como la futura ley de libertad sexual. Este gobierno depende para sacar los presupuestos generales de congeniar los intereses de muchas partes que desde el principio ya advirtieron que les importa un bledo la gobernabilidad de España. Tampoco se lo van a poner fácil los llamados partidos “constitucionalistas”. La derecha española se ha roto en tres partes y la iniciativa ideológica la abandera un partido ultraderechista que cuestiona evidencias hasta ahora compartidas por toda la comunidad nacional e internacional, como el cambio climático o la violencia que se ejerce contra las mujeres por el simple hecho de serlo. Como reacción al feminismo, el patriarcado se ha rearmado y ha llamado a filas a las numerosas personas que comparten con ellos su visión retrógrada de la economía, la sociedad, la educación, los ideales religiosos o los derechos individuales y políticos.
La eclosión con fuerza en nuestra ciudad de la ultraderecha está teniendo sus consecuencias en la siempre frágil convivencia intercultural y religiosa de Ceuta. No hay nada que nos afecte tanto como la falta de respeto a nuestra dignidad humana. Con independencia de nuestras diferencias en la forma de expresar o sentir el hecho religioso, todos los seres humanos compartimos la misma aspiración de ser respetados, considerados y a gozar de las mismas posibilidades de vivir una vida digna y plena. Esta idea estamos obligados a transmitirla a nuestros hijos e hijas. Me apena mucho que haya niños que sean excluidos por sus propios compañeros por el simple hecho de tener unos apellidos distintos o un color de piel diferente. Todos somos conscientes de que esto ocurre y como padres, insisto, estamos obligados desde el punto de vista moral a educar a nuestros hijos en valores de igualdad y diversidad cultural y religiosa. A mí, en el plano personal, me alegra comprobar que la pandilla de amigos de mi hijo es el fiel reflejo de la diversidad cultural de Ceuta. Hay que reconocer que este éxito debe ser compartido con la educación pública de la que gozamos en nuestro país, a pesar de sus muchas carencias. Precisamente por esta razón es necesario hacer frente a la segregación que quieren imponer determinados partidos políticos en la educación, como está impulsando el gobierno andaluz.
Paralela a los discursos que amenazan la convivencia discurre una grave crisis económica en nuestra ciudad. De Madrid llega mucho dinero para pagar las nóminas de los empleados públicos dependientes de la Administración General del Estado, pero el grifo de las inversiones públicas está prácticamente cerrado. Tampoco hemos conseguido que las grandes empresas privadas, con la única excepción de algunas grandes marcas de distribución, se decidan a invertir en Ceuta. Otros sectores que podrían dinamizar la economía y el empleo, como el turismo o el comercio, no están pasando precisamente por sus mejores momentos. El progresivo deterioro del paso de personas y mercancías por el paso fronterizo del Tarajal ha estrangulado el flujo económico y está pasando factura al empleo ceutí. Como consecuencia del debilitamiento económico y la falta de planteamiento de soluciones a los “tiempos interesantes” que estamos viviendo, junto al malestar causado por determinadas opiniones políticas, ha llevado a la organización de grandes manifestaciones o al surgimiento de plataformas cívicas que reclaman un plan de acciones para salir de la negativa coyuntura económica en la que hemos llegado debido, en buena parte, a la incapacidad de anticipación de nuestros gobernantes.
En términos generales, la creación y el sostenimiento del empleo dependen de la salud de la economía, tanto local como nacional. Nuestra tasa de paro es muy alta (32,62 %), pero no se diferencia mucho de la que sufren municipios al otro lado del Estrecho, como La Línea de la Concepción (32,55 %) o Jerez de la Frontera (31,84 %). Creo que esta realidad avalada por datos oficiales tendría que considerarse en los discursos políticos que abordan el problema del desempleo en Ceuta, sobre todo cuando se analiza desde una perspectiva de supuesta discriminación racial o religiosa. Si descendemos al detalle de los datos de desempleo en Ceuta se aprecia que un porcentaje muy elevado, casi mayoritario, de los demandantes de empleo en nuestra ciudad poseen unos niveles muy bajos de cualificación académica y profesional. Esta realidad dificulta o impide que estas personas puedan acceder al mercado laboral privado. En cuanto al público, está establecido por ley que el acceso a las administraciones tiene que regirse por los principios de igualdad, mérito y capacidad. No obstante, y acercándonos a los hechos reales, hasta el más ingenuo sabe que no siempre se han respetado estos principios de entrada en el cuerpo de empleados públicos. En cualquier caso, las administraciones han llegado al techo de sus posibilidades de creación de puestos de funcionarios o laborales.
Los planes de empleo logran inyectar en la economía de algunas personas unos ingresos que alivian sus problemas económicos durante unos meses, pero no pueden considerarse una solución definitiva. Tal y como acaba el contrato, regresa la precariedad y la estrechez económica. Sería más eficaz introducir a los demandantes de empleo con peores expectativas de empleabilidad en circuitos de formación integral remunerada que resuelvan sus necesidades educativas en materias básicas, en habilidades sociales y en la adquisición de una formación profesional que les permitan acceder al mercado de trabajo, al mismo tiempo que reciben una ayuda económica para salir adelante.
Por desgracia, no todos partimos del mismo punto en este camino, más o menos largo, que es la vida. Algunos hemos tenido la fortuna de nacer en un ambiente familiar confortable, con cierto desahogo económico y aficionado al mundo del arte y la cultura. Sin embargo, la suerte de otras personas con las que compartimos esta tierra ha sido muy distinta. Todos deberíamos luchar por acabar con estas desigualdades que heredamos en el mismo momento de nuestro nacimiento. Si bien se trata de un propósito todavía alejado de la realidad, sí que es posible avanzar en la igualación de las oportunidades una vez que hemos venido a este mundo. Tenemos la fortuna de contar con un sistema educativo que brinda la ocasión a todos nuestros niños y jóvenes de formarse como personas y como futuros trabajadores. Todos los padres, sin distinción, tendrían que animar a sus hijos a que aprovechen la oportunidad de adquirir una educación que hagan de ellos personas despiertas, libres y sabias. Los conocimientos y la sabiduría que pueden obtener en la escuela, la formación profesional o la universidad les van a resultar imprescindibles para desenvolverse en los tiempos tan interesantes que nos ha tocado vivir.