A la pregunta que me hace Cristina, una atenta lectora -“¿Cómo puedo lograr el bienestar de mi cuerpo y de mi espíritu?”- respondo de una manera simple y provisional pero con el compromiso de hacer, en su momento, las necesarias matizaciones. Por lo pronto me conformo con exponer tres ejemplos que se refieren a diferentes ámbitos interdependientes de nuestras vidas: el equilibrio personal, la armonía familiar y el servicio a la sociedad.
El equilibrio personal. Mi amigo Mariano, tras recibir la noticia de que sufría un cáncer de pulmón, me confesó que, a pesar de los pronósticos de los especialistas, se recuperaría y duraría muchos años. ¿Cómo? Le pregunté. Y su respuesta fue rápida y categórica: “Mi recuperación dependerá de mi habilidad para escuchar con atención las voces de mi cuerpo”. Y es que, efectivamente, escuchar las llamadas de nuestro cuerpo consiste en interpretar los significados que nos dirigen los movimientos acompasados, rítmicos y armoniosos con los que se mueven los diferentes órganos.
El cuerpo de los seres humanos es una voz, es un lenguaje que emite mensajes: nos habla de la vida y de la muerte, del riesgo y de la esperanza, de la necesidad de soledad y, al mismo tiempo, de la compañía. En resumen, hemos de hacer un esfuerzo y desarrollar la habilidad de lograr un equilibrio –siempre inestable- entre los movimientos de nuestro cuerpo y los impulsos de nuestro espíritu.
La armonía familiar. Paco, otro amigo, me dice que, tras la corná que le acaba de pegar la vida -el fallecimiento de Lola, su mujer-, “se arrepiente ahora de no haber dedicado más tiempo a la familia”. Los hechos nos demuestran que la mejor fórmula para ser eficientes en las tareas profesionales, en los deberes sociales y en las responsabilidades políticas, es vivir en plenitud el matrimonio como experiencia llena de sentido para los hombres y para las mujeres de nuestro tiempo.
Es, en esta atmósfera de confianza mutua, de calor humano, de sinceridad recíproca y de transparencia total, donde -más que con teorías y con doctrinas- recobramos fuerzas y recuperamos el equilibrio necesario para hacer frente a las agresivas circunstancias -a las cornadas- de la vida cotidiana.
La integración social. Juan, un compañero de trabajo, en la conferencia que pronunció recientemente, afirmó, de manera clara y radical, que “la confianza la logra quien está con la gente sobre todo, con los que están solos con sus problemas y con sus sufrimientos”. En mi opinión, este principio fundamental en el ejercicio de las tareas familiares, profesionales, sociales y políticas, constituye también una pauta válida para lograr el equilibrio interior y el bienestar personal. La única manera de sentirse bien con uno mismo es estar pendiente de los demás, la mejor fórmula para lograr la armonía familiar, profesional y social es estar dispuesto a servir a los otros y a servir para algo.
Ésta es, a mi juicio, la única manera de justificar las diferentes tareas profesionales y, en especial la “vocación social y política”: la decisión generosa de entregar el propio tiempo a resolver los problemas de los demás. No olvidemos que una cosa es la “autoridad” y otra cosa la “potestad”. Max Weber supo distinguir sabiamente ambas funciones: “potestad” es la capacidad de obligar y de someter, en tanto que “autoridad” es la capacidad de convencer y de persuadir adoptando una actitud humilde y servicial.
El único beneficio que persigue –que debe perseguir- el líder social o el político auténtico es el del bien de la comunidad que lo elige.