Los niños mueren al cruzar el Mediterráneo. Ese símbolo de creatividad no solo ha sido capaz de engendrar a los mayores filósofos, músicos o artistas, sino también de expandir civilizaciones desde Mesopotamia hasta Egipto, desde la península de Anatolia y Troya hasta Macedonia. Pero ahora solo es muerte embotellada. En eso tenía razón Ousseynou Sy …Cada día mueren niños en el Mediterráneo y todos somos culpables de ello.
No se salvan niños del aliento del mar matando a otros en su lugar, porque pasó el tiempo en que los fenicios regalaban a la voracidad del fuego los cuerpos de sus primogénitos para ablandar el corazón de piedra de los dioses. Ahora una campaña en Internet hace más efecto que las llamas, porque estamos en un mundo en el que un clic acaba con Imperios o rescata a niños que no tienen por qué morir en las pateras atravesando aguas inciertas. Ousseynou creyó que luchaba contra los gigantes de la política, haciéndoles la cama a los extremistas que siempre buscan bocado de carne negra para dar dentelladas en ella. No pensó en las consecuencias, tampoco en la inocencia de unos niños que son tan humanos como los que se arriesgan a cruzar fronteras. Niños sin razas, ni condición, solo con miedo. Provocó fuego, después de maniatarlos y quitarles la comunicación con sus familias, en lo que podría haber sido una gran tragedia… Un asesinato múltiple con caras escolares saliendo en la prensa durante meses, porque estamos sedientos de emocionarnos con algo que nos conmueva hasta el tuétano.
No es noticia la muerte cierta, ni los campamentos de refugiados, ni las condiciones precarias, ni los ancianos que tienen que ser enterrados por los Ayuntamientos a título de gratuidad municipal. No lo son las violaciones en el Estrecho, tampoco los pagos al llegar, ni los guetos en los que se convierten barrios enteros.
No lo son la importación de costumbres ancestrales que llevan en consigna bajo la piel, la estigmatización de cambiar todo lo que habías conocido por otra cultura que no es la tuya y quizás nunca lo sea porque te oprime como un corsé. Sí lo son, en cambio, las miles de fotos de famosos en piscinas espectaculares, las caras bonitas, las buenas canciones o decir tonterías a ritmo de taquígrafo en mensajes desesperados.
No nos importa que una mula haya sido asesinada en el Puerto de Santa María, enterrándola viva con una retroexcavadora, porque los animales cuando dejan de producir son como los ancianos a los que no asesinamos, pero escondemos en los geriátricos lo más lejos posible de nuestra vista.
Es verdad que el Mediterráneo era gloria en la antigüedad porque en él nacieron grandes civilizaciones que casaban a niñas con tiranos sin haber siquiera despuntado el pecho, porque fomentaban la esclavitud y quemaba a la gente a “lo bonzo” al menor desacato, sin que siquiera se hubiera acuñado ese término.
Somos tan ancestrales como rudimentarios, especie maldita que solo sabe hacer sufrir a todo lo que le rodea para buscar su propio provecho, no viendo más que niños ajenos al cruzar un paso de peatón o conducirlos por las calles italianas al brasero para defender a los propios, condenados desde que son amamantados.
No somos hermanos de nada, sino sangre desdibujada, cuerpos tumbados unos al lado de otros para morir en medio de la grandeza implacable de la nada más azul. Es verdad que mueren niños cruzando el Mediterráneo, que llegan a Italia para condenarse al ostracismo, la soledad y el abandono. Es verdad que solo duele la carne quemada cuando es tuya la ampolla y la saliva para curarla
Eso es lo que olvidó Ousseynou. Cogió una falsa puerta de salida y ahora es portada como villano de película. Mientras, miles siguen esperando cruzar, porque morir en el lado equivocado solo depende de quién te mira.