Hacer el mal por el mal. Es algo propio del ser humano. Somos auténticos números 1 en eso de buscar la connotación cruel a una vida que puede ser más sencilla pero que nos empeñamos en complicarla. En ese abanico de las complicaciones asoma el gusto por maltratar a los animales, a sabiendas de que los castigos por estas prácticas casi nunca son ejemplares y, si vivimos en Ceuta, pasarán casi desapercibidos a pesar de ser una honrosa ciudad libre del maltrato animal, como aprobaron nuestro alcalde y los demás concejales de pueblo. Ahora están apareciendo trozos de alimentos con clavos dentro con el único fin de causar daño principalmente a los perros. Hace poco a estos amigos del maltrato les dio por colocar veneno en determinados rincones de la ciudad. También les da por lanzar petardos y ya, en los extremos cada vez más descontrolados, matan a gatos callejeros y organizan peleas de perros clandestinas.
Solo los grupos animalistas ponen la voz de alarma y en la Protectora visibilizan esas situaciones con la poca fuerza que les queda para seguir tirando, gracias a la implicación de voluntarios. El Gobierno se lava las manos, práctica común que extrapola a tantos y tantos ámbitos causando sonrojo. No cumplen con su obligación y permiten que el maltrato animal, la desidia, el abandono y la dejación de funciones se hagan fuertes. Lo hacen además faltando a la verdad porque sus promesas de corregir tales desviaciones nunca se cumplen. Son así. Somos así por permitirlo y dejar que crezcan como setas aquellos que se aprovechan de estos vacíos para incurrir en actos que deberían generar una respuesta más allá de una carita de enfado en Facebook.