Si nos atenemos a lo que suelen gritar determinados grupos de alborotadores movidos por el populismo de izquierdas, nuestra nación está llena de “fascistas”. En cuanto ven a un grupo de personas enarbolando banderas de España, se enardecen y las increpan utilizando esa palabra: “¡Fascistas!”, o bien su coloquial abreviatura, “¡Fachas!”.
Estoy seguro de que quienes así vociferan no saben lo que están diciendo. La palabra “fascismo” deriva del latín “fasces”, un haz de leña envolviendo un hacha, símbolo de la autoridad en la antigua Roma, que ya en el siglo XX fue adoptada como emblema por el partido político fundado por Mussolini, de ideología totalitaria, es decir, partido único que controla todo el Estado, además de antidemocrática y corporativista. En el escudo de la Guardia Civil figura uno de esos fasces, cruzado con una espada, sin duda por simbolizar la autoridad.
En realidad, los términos “fascista” y “facha”, así como su derivado particularmente español “franquista”, se emplean con sentido peyorativo, aplicándolos a todo lo que a juicio del populismo de izquierdas se considera que es de extrema derecha, lo sea o no. De ese modo, hasta en el Congreso de los Diputados se ha pronunciado la palabra “fascista”, dirigida al lider de un partido claramente centrista. Es, en definitiva, un “como tú no piensas como yo, tú eres un fascista”.
Resulta curioso, pero parece que los que más están utilizando los términos “fascista”, “franquista” o “facha” reúnen determinadas señas de identidad más propias del fascismo que de otra cosa. Son totalitarios y escasamente democráticos. No hay más que mirar hacia la desgraciada Venezuela, donde se margina y anula una Cámara legislativa cuando en ella tiene mayoría la oposición, creándose otra en la que sus componentes son designados a dedo.
En la actualidad, la oleada antifascista que ha promovido Pablo Iglesias ante los medios informativos mediante un llamamiento a salir a la calle contra el emergente partido “Vox” está dando lugar a incidentes, lesiones y daños en el mobiliario urbano, todo ello por considerarse que dicha opción política debería desaparecer, ya que consideran que es de extrema derecha y, por tanto, antidemocrática.
No conozco el programa de “Vox”, es más, al igual que el Presidente Vivas, estoy en contra de esa propuesta de cerrar nuestra frontera –la de Ceuta, España y la Unión Europea- con un muro de cemento. Como dijo Vivas, lo que aquí necesitamos es seguridad, no aislamiento.
Sin embargo, de lo que estoy seguro es de que si la solicitud de inscripción de “Vox” en el Registro de Partidos Políticos del Ministerio del Interior hubiese contenido algún punto propio del fascismo, dicha petición habría quedado en suspenso, remitiéndose el expediente a la Abogacía del Estado y a la Fiscalía del Tribunal Supremo a fin de que presentasen ante la Sala que conoce de estos litigios la correspondiente demanda, todo ello para que la citada Sala, en su caso, acordara la no inscripción del citado partido en el referido Registro. Ha ocurrido ya en varias ocasiones, y podría haber sucedido con “Vox”. Pero se da la circunstancia de que dicho partido está debidamente inscrito en el mencionado Registro, pues en caso contrario no podría presentar su candidatura en cualquier proceso electoral, como ya ha realizado en las recientes elecciones al Parlamento de Andalucía, al igual y con los mismos derechos que los demás partidos inscritos en el referido Registro.
Considero que todo cuanto está sucediendo en este aspecto deriva del desapego que algunos mantienen respecto del espíritu de concordia y consenso con el que se redactó nuestra Constitución. No están a gusto, es más, parecen decididos a volver a los años 30 del pasado siglo y a resucitar el cruel enfrentamiento de la Guerra Civil. No quieren admitir que la Constitución significó y significa un hermanamiento entre todos, una vuelta a la página que quieren ahora poner de nuevo sobre la mesa para decidir quiénes fueron los buenos y quiénes los malos, ensalzando a algunos y persiguiendo la memoria de otros, cuando buenos y malos los hubo en los dos bandos... No es ajeno a esta actitud el propio PSOE, que de haber sido uno de los más activos en el referido espíritu de concordia, desde la Legislatura constituyente, con Zapatero comenzó a hurgar en una herida que creíamos cerrada para siempre al promulgar su Ley de la Memoria Histórica, derivando últimamente hacia el sainete de la ansiada exhumación del cadáver de Franco, todo ello mientras se cambia la nomenclatura de las calles de España entera. Se quita los nombres de un lado no para pasar página, sino para poner a los del otro.
Si no hay un absurdo y extemporáneo amago de rencor, hay algo que se le parece mucho. Una lástima. ¿Por qué no podemos dejar de una vez la confrontación entre españoles y atenernos a la concordia con la que se redactó nuestra Constitución? ¿Por qué no podemos hacer realidad las palabras de aquel bolero español, “Dos cruces”, que decía eso tan bonito de “ya todo aquello pasó, todo quedó en el olvido”? ¿Por qué?