Ceuta es una plaza eminentemente militar donde pueblo y ejército están bastante unidos. Por eso no es extraño que algunos lectores me pidan que no me olvide de los temas militares. Y basándome en lo que un militar acomplejado de ser bajito, Napoleón Bonaparte, gustaba decir, que: “La talla de los hombres no se mide desde los pies a la cabeza, sino desde la cabeza al cielo”, pues resulta que, por su graciosa majestad imperial, él mismo se estiraba ficticiamente para convertirse en un hombre “grande”, como también quería que fueran su imperio y su ejército.
Ciertamente, en la milicia la talla es importante. Lo primero que se hace es tallar a los nuevos soldados. Los más altos se escogen para gastadores, y en las formaciones se les coloca delante, mientras que los más bajos van a las últimas filas. Pero la talla no es lo que más valorado en el ejército. Hoy traigo a colación a cuatro destacados militares para acreditar que no es la talla, sino el valor lo que hace “grandes” a los militares. La talla una persona, sea grande o pequeña, no la hace mejor ni peor, ni prejuzga ni condiciona sus valores, virtudes o defectos. Ha habido personas muy altas que triunfaron, pero otras pasaron por la vida sin pena ni gloria. Igualmente ocurre con los bajitos, unos consiguieron grandes triunfos y otros clamorosos fracasos. Traigo hoy a colación a cuatro destacados militares, tres bajos y uno muy alto, pero los cuatro fueron “grandes” y valientes soldados.
Francisco Franco Bahamonde, fue llamado por sus compañeros cadetes “Franquito” y “Cerillito”, porque sólo medía: 1.63 metros. En cambio, a Juan Salafranca Barrio, le llamaban el “Capitán escopeta”, porque medía 1.90, cuando la talla media era sólo 1.60. Ambos tuvieron en principio una vida paralela, pero terminaron divergiendo y sus relaciones se tornaron en rivalidad y animadversión. Ingresaron en la Academia de Infantería de Toledo el mismo día 30-08-1907. Pertenecieron a la misma XIV promoción. Juntos juraron bandera el 13-10-1907. En 1910, juntos ascendieron a segundo teniente, lo mismo que a teniente el 13-06-1912. Estuvieron destinados juntos en Ceuta y Melilla. En 1913 combatieron juntos en la toma de Tetuán, donde ambos ganaron la misma Medalla militar de 1ª clase con distintivo rojo. Y juntos pertenecieron al Grupo de Regulares nº 2 de Melilla y al 2º Tabor.
Pero el 15-03-1915 Franco comenzó a sacarle ventaja a Salafranca ascendiendo a capitán por su valiente actuación en la toma de Beni Salem. Salafranca continuaba de teniente, a pesar de que Franco tenía menos medallas. Ahí comenzó la rivalidad. El 29-06-1916 los dos volvieron a luchar juntos en la toma del Biutz y Loma de las Trincheras, próximas a Ceuta. Ambos fueron heridos de gravedad. Franco recibió un tiro en el vientre y cayó inconsciente. Lo evacuó a hombros el soldado de Regulares Mohamed Ducally, sin poderlo trasladar al hospital de Ceuta por temor a que muriera en el camino.
Al caer Franco, Salafranca asumió el mando de la Unidad recibiendo dos heridas, en la pierna y en el cuello. Continuó luchando, sangrando y negándose a que lo retiraran del combate, hasta conseguir asaltar, coronar y tomar la Loma. El día 30 siguiente, Salafranca fue muy felicitado por el rey, ministro de la Guerra, Congreso y Senado, anunciándole que sería propuesto para la Laureada de San Fernando, la máxima condecoración militar. Apareció citado en la Orden del día como “Muy distinguido”, por su “insuperable valor, dotes de mando y energía desplegada en altísimo grado en dicho combate”. La batalla fue durísima, muriendo 150 hombres del 2º Tabor, que hubo que reorganizarlo con una nueva Compañía.
Estando Franco convaleciente de su herida en El Ferrol, supo que Salafranca había sido propuesto para la Laureada, y que a él lo proponían para la Cruz de María Cristina. Cursó una instancia al rey solicitando que los méritos por la ocupación del Biutz y Loma de las Trincheras le fueran atribuidos a él, por haber participado como capitán, mientras Salafranca lo había hecho de teniente, quejándose del agravio comparativo que se cometería si se concedía a un inferior la Laureada, mientras que al superior que había mandado las operaciones se dejaba sin ella. Se incoó el preceptivo “juicio contradictorio”, tomaron declaración a los mandos y testigos presenciales, entre ellos al soldado Mohamed Ducally que retiró a Franco herido, quien confirmó que primero cayó Franco casi moribundo, que él lo retiró al puesto de socorro cercano, y luego Salafranca tomó el mando y continuó avanzando hasta coronar el éxito.
Tras la solicitud de Franco, el juicio contradictorio dio un giro radical. No concedieron la Laureada a ninguno de los dos. La propuesta y felicitaciones a Salafranca quedaron en nada, aunque lo ascendieron a capitán por méritos de guerra. Pero, en febrero de 1917, por indicación del rey, Franco también ascendió a comandante por méritos de guerra. La pérdida de la Laureada dolió mucho a Salafranca, cuya rivalidad se convirtió en manifiesta animadversión, pues no concebía que hubiera sido su propio compañero quien se opusiera a que se la dieran. Este hecho fue muy comentado en los Cuartos de Bandera por la oficialidad.
El 1-06-1921 Salafranca se hallaba de regreso en Melilla con su Grupo de Regulares nº 2. Era Comandante General de aquella Plaza Fernández Silvestres, quien había iniciado una ambiciosa campaña relámpago con rápidos avances contra los rifeños. En principio tuvo mucho éxito y conquistó numerosas posiciones en poco tiempo; pero las iba dejando poco protegidas, a pesar de estar aisladas, con difíciles comunicaciones y abastecimientos. La kabila de Tesaman, amiga de España, solicitó protección para defenderse contra Ab-el-Krim, que tenía 3.000 hombres preparados para el combate. Fernández Silvestre ordenó tomar el monte Abarrán por una columna de 1.500 hombres para proteger Teseman. Una vez fortificada la posición, se encomendó su defensa al capitán Salafranca al mando de 250 hombres, de los que sólo 50 eran españoles y el resto marroquíes del mismo Grupo de Regulares nº 2 de Melilla; regresando el resto de la columna a su acuartelamiento.
Los soldados rifeños, mandados por oficiales españoles que formaban parte de los 250 hombres de Abarrán para apoyar a Teseman, pidieron más armas simulando su extrema necesidad y, cuando se las entregaron, se rebelaron contra sus mandos volviendo contra ellos las armas recibidas de refuerzo, disparando con ellas a bocajarro y por la espalda contra sus propios oficiales españoles. A los sublevados se unieron los de Ab-el-Krim, matando a 6 oficiales de los 10 que mandaban los 250 hombres, hiriendo a su propio capitán Salafranca en un brazo, quien continuó defendiéndose al frente de los pocos fieles que le quedaban, hasta que cayó muerto de un tiro en el pecho. Antes de morir pidió a sus compañeros que, si moría, solicitaran para él la Laureada y, si se la concedían, le fuera entregada a su madre.
El 1-05-1924, el Consejo Supremo de Guerra y Marina, concedía a Salafranca la Laureada a título póstumo, por el valor derrochado en la defensa de Abarrán. En el diario ABC el periodista Munillas publicó: “…En ese momento, Salafranca recibió una herida en el vientre. Trató el practicante de curarlo, pero el capitán, con absoluto desprecio de su vida, se negó a ello (…). Los rifeños cayeron sobre las piezas y el gran Salafranca, falto ya de municiones, con los pocos hombres que le quedaban y las tripas en la mano, mandó atacar a la bayoneta y trató de ir a defender la Artillería; pero otro balazo en el pecho le impidió continuar defendiendo la posición…”. Murió combatiendo, con 30 años. También Franco conseguiría dicha Laureda tras finalizar la Guerra Civil. Fue en lo último que ambos volvieron a ser iguales, pero en tiempos, motivos y circunstancias distintos. La pérdida de Abarrán abrió la puerta al posterior Desastre de Annual del 22-07-1921, al que anteriormente ya dediqué varios artículos.
Filomeno Sánchez Rubio, era un extremeño nacido en Guadalupe (Cáceres), al que le tocó hacer la “mili” por su reemplazo en Cuba a finales del siglo XIX. Era un humilde trabajador del campo, encuadrado en el Batallón de "Los Arapiles" nº 11, allí de guarnición. Nuestras tropas perdieron la posición: “Asiento de Mobuya”, y no había forma de recuperarla tras numerosos intentos fallidos realizados el día 17-07-1897, pese a haber luchado hmente. Pero algún punto estratégico no explotado debió ver el soldado raso Filomeno quien, impulsado por su valor y amor propio, pidió permiso a sus superiores para atacar él la posición con cinco soldados que escogiera y estuvieran bajo su mando. Autorizado por la superioridad - segura de que fracasaría - se lanzó al ataque con indómita bravura, asaltando el primero la trinchera enemiga, pese a estar resguardada por flancos acantilados inaccesibles y defendida por cientos de insurrectos, a los que, increíblemente, tardaron poco tiempo en arrojarlos de la posición. Todos se quedaron apabullados.
En premio a su heroica gesta, el D.O. nº 43 del 25-02-1899 del Ejército, publicó la concesión a Filomeno de la Laureada. Tras haberse licenciado ya Filomeno, el 11-10-1928 el rey Alfonso XIII acudió a Guadalupe a la Coronación de la Virgen guadalupana acompañado de numerosas autoridades. En el atrio de la Basílica esperaban al rey para cumplimentarle protocolariamente. El alcalde le fue haciendo las presentaciones, y cuando llegó a Filomeno, el rey se quedó muy fijo y extrañado mirando aquel hombre muy bajito y enjuto, sombrero en mano, con atuendo de humilde labriego (antigua “chambra” azul extremeña puesta encima de la camisa) con pantalones viejos de pana, aunque relucía de limpio y aseado. El alcalde aclaró al monarca que Filomeno estaba allí porque había ganado la Laureada en Cuba. Muy sorprendido el monarca dio un paso atrás, se cuadró saludando militarmente al labriego, le cogió el sombrero y se lo colocó en la cabeza como “caballero cubierto” ante el rey que era, pidiendo a Filomeno que le acompañara en el desfile y en la procesión. El rey sabía que estaba ante un héroe español.
Otro extremeño todavía más bajito, pero aventurero y valiente como Hernán Cortés, Francisco Pizarro y miles de conquistadores nacidos en Extremadura, de aquéllos que dieron a España universalidad en América, fue Domingo Piris Berrocal, de Herrera de Alcántara (Cáceres). Cuando en 1920 se creó La Legión, corrió a Ceuta a alistarse de los primeros. Se presentó para alistarse con su aspecto labriego, pero era tan bajito que no alcanzó la talla exigida y el médico lo rechazó; ingeniándose entonces una estrategia parecida a la de Napoleón. Sacó pecho aupándose con la cabeza erguida y voz grave, y aseveró: “¡Yo vengo aquí a ser legionario!”. El médico, al verlo con tan firme determinación, excepcionalmente terminó admitiéndolo.
Como legionario, participó en más de 400 combates; fue citado como “Muy distinguido” 33 veces, propuesto otras 3 para la Laureada de San Fernando, y 3 más para la Medalla Militar individual, que fue la que le concedieron. Resultó 10 veces herido en combate. Ganó 28 medallas. Ascendió de legionario hasta comandante siempre por méritos de guerra, dada su bravura y acometividad. En la Escala Legionaria no podía ya ascender más, pero en 1961 el entonces Jefe del Estado, Francisco Franco, lo ascendió a teniente coronel (otra vez con carácter excepcional), como gracia especial por tantos méritos acumulados. Sus compañeros y algunas instituciones pidieron que ascendiera hasta coronel como figura legendaria de La Legión; pero se lo denegaron.
El año 2011 conocí por casualidad en Madrid a una nieta de Piris. Hablando del abuelo parecían encendérsele los ojos. Con 79 años tenían que operarlo de urgencia. Él se presintió la muerte y lo comunicó al general de La Legión, que ese día iba en visita de inspección; pero, al enterarse, dio media vuelta para visitarlo. Los dos se fundieron en un fuerte abrazo y a ambos se le saltaron las lágrimas por solidaria hermandad legionaria, que nunca abandona a sus muertos. Después, abrazó dignamente la muerte para cumplir tranquilo por última vez con su Credo Legionario.