La muerte siempre nos sorprende, nos aturde, nos desorienta... La muerte de un amigo, de un compañero, aún joven en sus sesenta y tres años, provoca una especie de desaliento difícil de describir. Algo se desmorona entre nuestras manos y nos hace añicos el alma. La noticia del fallecimiento de Manolo Lería nos sobrecoge.
¡No puede ser que se nos haya ido tan pronto! Sabíamos de su dolencia, pero siempre la esperanza te anima a encontrar soluciones de vida y no de muerte. No ha sido así, y nuestro compañero se nos ha ido, sin despedida, sin haber logrado comunicarle todo aquello que nos habría gustado decir...
Manolo Lería siempre fue una persona entrañable. Un hombre bueno en el sentido machadiano de la palabra bueno, y lo fue siempre, desde que lo conocimos en nuestras aulas del antiguo Instituto de Enseñanza Media, nuestro INEM, con su sonrisa permanente, su sonrisa de niño, su sonrisa de adolescente, y también de su primera juventud; siempre afable y cariñoso en su timidez. Callado y discreto, silencioso, dejando paso a la conversación con la inteligencia que lo caracterizaba, siempre preciso y directo en sus palabras, sin preámbulo alguno. El bachiller superior y el Preuniversitario compartidos con Manolo Lería sirvieron para reunirnos a los niños y las niñas de una manera fraternal. Corrían los finales de los 60, y en esa fecha los aires educativos parecían moverse algo, aunque de forma muy tenue, sin grandes aspavientos. Tal vez fuera motivo del azar, o el buen hacer de algunos de nuestros profesores que colaboraron al cierto cambio que percibíamos (Cecilio Alonso, Antonio Aróstegui, Maricarmen Mosquera, Oliveria, Morata, Marita Ruiz, la Sta. Jalón, Don Felix…, entre otros). Fueron cursos en los que niños y niñas estuvimos muy unidos participando en el coro de la iglesia de San Francisco, luego en el de la Virgen de África, además de los continuos bailes y guateques de la época que solíamos organizar; demostrábamos aquello que Los Bravos pretendían con su famosa canción “Los chicos con las chicas”, que la coeducación era posible y exitosa. Y así, aparecieron en un día escolar en el aula de las niñas de Letras, cuatro chicos para compartir la docencia con nosotras. Eran de Letras, lo que los hacía algo diferentes en un tiempo en que la mayoría de los niños se enfocaban hacia las ciencias. Entre aquellos cuatro niños estaba Manolo Lería, destacando siempre en su buen hacer y respuestas claras y certeras, fijándonos nosotras en su preparación, esfuerzo cotidiano y su inteligencia. Para las chicas de entonces, Manolo era el hermano de Maripaz Lería, nuestra compañera, su hermana melliza, y el hijo de la Sta. Mosquera. Y aún así, y pese a su gran timidez, Manolo fue ocupando su propio espacio entre nosotras sin problema alguno, independientemente de su parentesco, de manera autónoma y decidida. No parecía sentirse extraño entre las chicas; se encontraba cómodo y tranquilo, tal vez acostumbrado a rodearse de ellas en una familia numerosa como la suya.
Nuestra adolescencia y primera juventud nos trae el recuerdo de Manolo inteligente y despierto, sensible a los aires románticos que en ese tiempo impregnaban nuestros días. Recuerdo el precioso disco de la Mari Trini de entonces, Amores, entre sus manos, y una fotografía suya, en el salón de su casa, apoyado en un mueble, luciendo su sonrisa… Su regalo.
Y al cabo del tiempo, cuando Natuchi Rivera y yo nos embarcamos en el Encuentro de aquel Preu del 69/70, en el año 2000, Manolo Lería no dudó en participar entusiasmado en los preparativos del mismo, y luego en sus numerosos actos. Al cabo de los años, y en la Ceuta en la que ha vivido la mayor parte de su vida, allí estaba él, con su barba cana y su eterna sonrisa, fiel y leal a sus compañeros y amigos, a sus profesores, que también se trasladaron a Ceuta desde sus lugares de residencia. Fidelidad y lealtad, tal vez dos de sus más apreciadas virtudes.
En la distancia, siempre hemos sabido de él, de sus éxitos como abogado y militar. El último, su nombramiento de general de Brigada, en 2010. Su cargo hasta su muerte de general de División del Cuerpo de Intervención de Defensa, en Madrid. Una vida de éxitos profesionales que Manolo Lería ha vivido con toda humildad y naturalidad, con la conciencia del deber cumplido. Éxitos que coronaba con el orgullo de padre de sus dos hijas.
Manolo Lería siempre nos acompañará en nuestra memoria, en el recuerdo de todos aquellos que tuvimos la oportunidad de compartir con él parte de nuestras vidas, y, en la fe del reencuentro nos queda dedicarle a nuestro querido amigo, las esperanzadoras palabras de Miguel Hernández:
A las aladas almas de las rosas... de almendro de nata te requiero, que tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero.