Después de más de una década de tensiones debidas a la cuestión del desarrollo nuclear iraní, el Grupo 5+1 ha conseguido conciliar sus relaciones con Irán mediante un acuerdo histórico que tiene como objetivo limitar el programa nuclear de este último, una de las discusiones más controvertidas de los últimos tiempos en el panorama político mundial.
El pacto contempla una serie de restricciones en la investigación y producción del material nuclear y la supervisión de los mismos, a cambio de lo cual se ha prometido levantar las sanciones impuestas a Irán durante este conflictivo periodo. Paradójicamente, fueron los propios EEUU quienes apadrinaron la llegada de la energía nuclear e impulsaron sus avances dentro de este país durante la segunda mitad del siglo XX. Decenios más tarde, la nación que había incentivado la expansión nuclear en Irán se convirtió en su más fiera enemiga en cuanto se sacudió su control, un vuelco de la situación al que tradicionalmente han sido arrastrados los Estados Unidos a causa de muchas de sus cuestionables decisiones en los asuntos asiáticos.
En este caso, el acuerdo es muy bueno para los estadounidenses desde el punto de vista geopolítico. Si se cumple lo estipulado, el Gobierno de Obama habrá logrado acotar el riesgo potencial de Irán en este campo a un espectro regional más o menos concreto, alejando el fantasma de la amenaza mundial que podría haber supuesto su vertiginosa escalada nuclear. Así, el Grupo 5+1 reconoce, al fin, el derecho del país asiático a tener sus particulares aspiraciones en este ámbito, que aunque pareciera la única vía posible para salvar las relaciones entre Irán y las mayores potencias, se antojaba ciertamente complejo si consideramos el pretendido cese por completo de las actividades nucleares iraníes por parte, sobre todo, de los EEUU. Además, al atribuirse el control del cumplimiento de los puntos estipulados, las naciones de la alianza han asumido un poder extraordinario que les permite decidir el rango de acción de los iraníes, con el impacto que ello supone en su respectiva área.
Uno de los mayores estados damnificados en esta región dados sus pésimos lazos con Irán es, sin duda, Israel, el cual se enfrenta a otras complicaciones muy delicadas en la zona como su cruento enfrentamiento con Palestina. Desde la óptica israelí, la luz verde concedida por los estados del 5+1 supone la confirmación de otro temor con el que lidiar en este convulso contexto territorial. La contrariedad expresada por Israel tras el anuncio del acuerdo es comprensible habida cuenta de que, en su opinión, la legalización del desarrollo nuclear iraní, aunque sea controlado, refuerza su exposición ante otra fuerza regional más, cuyos movimientos podrían desembocar en la creación de temibles armas nucleares. No obstante, me temo que los israelíes no son los más apropiados para mirar con recelo hacia los depósitos armamentísticos de otros países, pues su arsenal es, cuando menos, imponente. La excusa de que se encuentran en constante conflicto y han de defenderse adecuadamente es la misma que podrían argüir los iraníes y otras tantas naciones, a ninguna de las cuales les haría ni la más remota gracia permanecer indefensas frente a una región y un mundo colmados de peligros. Si las obligaciones han de compartirse, los derechos también.