Hace no muchos meses, Pablo Iglesias y otros integrantes de Podemos nos contaban lo aburrido que estaban de las prácticas de acoso y derribo de la antigua política, de la casta, que no servían más que para perder el tiempo y no resolver lo que de verdad afectaba e importaba a los españoles.
Sin embargo, en cuanto otra formación ha ido ascendiendo peligrosamente (para ellos) en las encuestas, no han tardado en recurrir a las ofensivas tradicionales de esa política tan denostada por su parte. Así, Albert Rivera y, por extensión, Ciudadanos han ido recibiendo progresivamente una serie de acusaciones de todo tipo encaminadas a desprestigiar no ya a su programa sino incluso a su propia persona, estrategia ampliamente respaldada por los seguidores de Podemos, que se han encargado de plagar las redes sociales con ataques de descrédito hacia el líder del partido de origen catalán y, por supuesto, a este último.
A pesar de que en un primer momento Iglesias y compañía se mostraban abiertos a dialogar con aquellos que quisieran resolver los problemas fundamentales del país, el férreo apoyo que las encuestas reflejan a favor de Ciudadanos parece haber cambiado la perspectiva de Podemos y sus adeptos, que en lugar de buscar puntos de coincidencia con la formación de Albert Rivera parecen estar escudriñando su pasado con el objetivo de hallar cualquier pequeño ápice que pueda deslegitimarle de cara al gran público. Curiosamente, esta treta nutrida de constantes descalificaciones, manipulaciones y, en general, mentiras, me recuerda a la que durante mucho tiempo esgrimieron periodistas de derechas en contra del partido de Iglesias. Este acoso permanente que convertía cualquier mínima tontería en una cuestión tremebunda se ha puesto en marcha contra Ciudadanos, en una parte sustancial impulsado por aquellos que cuando lo padecían exhibían su profundo desprecio por llevar a cabo acciones de esa calaña. En lugar de asumir sus propios errores y rectificar una línea decrépita en pro de recuperar el fuelle que han perdido en los últimos tiempos, las mentes de Podemos han optado por guerrear de forma sucia contra los rivales emergentes que más daño le pueden ocasionar, tal y como lo hace el resto de partidos, como antes censuraban con una fiereza renovadora hoy marchita.
El partido que rechazaba posicionamiento ideológico alguno, pues decía recoger por igual a todos los descontentos fuera cual fuera su ideología, parece oscilar ahora hacia un reconocimiento público de su izquierdismo como contrapunto del derechismo que afirman observar en Albert Rivera, Ciudadanos y su programa. Ese partido que venía a transformar por completo la política ha caído en el mismo anhelo desesperado por el poder que los demás, una debilidad revelada antes de tiempo que se acrecienta con el paso de los meses y que, posiblemente, sea una de las causantes de que continúe rebajándose su estancado potencial. A ello se une una alarmante pérdida de humildad a la que desde sus inicios se aferraban como uno de los garantes de la representación popular, pero que con el tiempo ha ido dispersándose, dejando tras de sí a un líder que rechaza debatir con todo aquel que puede costarle un disgusto a cambio de poco o nada, que solamente está dispuesto a compartir encuentros dialécticos con los de muy arriba, los de su odiada casta.