Casi cada día hay algo que se aparta de nuestros deseos; a veces sabemos la razón de ello pero en muchas otras ocasiones somos sorprendidos por una realidad bien distinta a la que esperábamos. Es muy bueno tener ilusiones, pero no basta con desearlas sino que hay que trabajarlas con toda la fuerza de nuestro corazón. Lo malo es que nuestro corazón se suele distraer y hasta llega a trabajar en contra de esas elusiones fundamentales de nuestra vida. En general, nos distraemos con facilidad y las ilusiones profundas d nuestro ser necesitan plena atención.
La valentía del ser humano ha de ser complementada con la fuerza de la constancia y ésta tiene su base en la realidad de la vida: en conocer de sacrificios y negaciones a tantas tentaciones que de continuo nos asaltan, invitándonos a ir por otros caminos que se nos presentan fáciles y atractivos. La ensoñación nos invade con frecuencia, aun en los momentos difíciles de la vida, y al final del camino aparece el desencanto, la falta de vida del espíritu y la negación de toda idea noble por la que en la vida se precisa luchar para ser feliz.
Es cierto que la dureza de la vida se presenta de tal forma que hunde plenamente - en la nada - a todo espíritu humano que no esté preparado para sentir sobre todo su ser la amargura del fracaso. Y éste se presenta no pocas veces y de muy diversas maneras y sorprendiendo con facilidad. Pero aún en las situaciones extremas y aunque se disponga de poca fuerza moral, el ser humano ha de tener un algo de fortaleza y de sinceridad que le permita reaccionar en demanda de la serenidad perdida. Es el momento de la reacción del espíritu.
Es el momento del reconocimiento de la debilidad personal y de rogar fuerza para nuestro espíritu, al que, quizás, no hemos tenido en cuenta durante largo tiempo. Si hay sinceridad total en ese ruego habrá respuesta que se acomode a nuestras necesidades y en esa repuesta tendrá lugar especial la llamada a nuestra sinceridad, a la entrega de nuestra voluntad a la verdad de la vida del ser humano: a tener ilusiones pero que no constituyan meras fantasías sino que lleven en su ser un gran esfuerzo de amor a la verdad y a la constancia de nuestro empeño.
Al ser humano, en la vida, se le pide mucho porque se quiere para él una vida cuajada de sacrificios de amor. La vida es sumamente valiosa y no se la debe tratar con desconsideración, sino con firmeza en la lucha por alcanzar los objetivos nobles que tratan de su dignidad. Cada persona tiene un camino del que es responsable principal y lo es, también, de la ayuda sincera y fuerte que ha de dar a toda aquella otra persona que lo necesite. La dureza de la realidad nos debe hacer fuertes y animosos para entregar lo mejor de nuestro ser a quienes lo necesiten.