Un programa de televisión, emitido por Antena 3 y titulado En tierra hostil, ha provocado una fuerte conmoción en la ciudad. Un sentimiento de legítima ofensa y justificada indignación ha brotado a borbotones desde lo más profundo de nuestra condición de ceutíes, inundando el espacio público de opinión.
“Ceuta no es así”. Este pensamiento ha sacudido como un latigazo los puntos neurálgicos del entramado social. Sin embargo, y como ha sucedido en ocasiones precedentes, corremos el riesgo de cerrar este episodio sin ninguna reflexión. Ceuta es una ciudad que vocifera mucho y piensa poco. Deberíamos cambiar (urgentemente) esta dinámica que nos lleva a estar permanentemente instalados en una especie de limbo de irresponsabilidad que se antoja suicida por momentos.
El programa, que pretendía ser un reportaje sobre el terrorismo yihadista en Ceuta, es censurable desde todo punto de vista por dos razones fundamentales: en primer lugar, carece del más mínimo rigor periodístico (no existe un trabajo de investigación previo que permita dotar a la información que se difunde del carácter de descripción fiable de la realidad, no se puede elaborar una teoría desde una anécdota); y por otro lado, adolece de la obligada contextualización, de modo que no se explica la dimensión ni el alcance del fenómeno que se somete a examen. Es imperdonable que, tratándose de una cuestión extremadamente delicada en la coyuntura actual, un grupo empresarial cuyo potencial le obliga a tener un proporcional sentido de la responsabilidad, haya actuado de manera tan inconsciente y lesiva para nuestra ciudad.
Sin embargo, esto no debe distraernos de la realidad. No debe servir de excusa para “esconder la cabeza debajo del ala” (especialidad de políticos y opinadores locales). El fenómeno que sirve de sustento al programa existe en nuestra ciudad. No son sólo los medios de comunicación quienes así lo ponen de manifiesto. El propio ministro del Interior lo ha declarado públicamente; y forma parte del argumentario habitual del delegado del Gobierno (que incluso dice sentirse amenazado por ello). Es de suponer que las personas que tienen acceso al núcleo duro de la inteligencia policial hablan con suficiente conocimiento de causa. Y aquí es donde entramos en el terreno pantanoso que la mayoría de la población ceutí no quiere pisar. ¿Por qué? ¿Por qué Ceuta se está convirtiendo en un lugar propicio para el éxito del radicalismo (en realidad perversión) islámico? Esta es una pregunta que no se puede obviar en la Ceuta de 2015. Nadie debe escabullirse. Porque es responsabilidad de todos. Todo fenómeno social es el resultado de una conjunción de factores que suelen actuar de manera interrelacionada y, con frecuencia, se retroalimentan. Este caso no es una excepción. Apuntaremos tres.
Es muy probable que el inquietante movimiento de radicalización que se está generando en el Marruecos más próximo, tenga una notable influencia en determinados segmentos de la población local, como consecuencia del imparable proceso de ósmosis que se está produciendo entre los dos entornos fronterizos.
Por otro lado, el gravísimo error del Gobierno de no haberse tomado nunca en serio el hecho religioso musulmán en Ceuta, ha llevado a la inexistencia de un canal de interlocución adecuado, lo que desemboca en una situación de desconocimiento y descontrol de la manera en que se está gestionando este asunto de indudable y enorme trascendencia en Ceuta.
El tercer componente (a mi juicio el de mayor importancia cuantitativa y cualitativa) es la marginación social en la que se encuentra sumido un elevadísimo porcentaje de la juventud musulmana. Convivimos con miles de jóvenes que no encuentran expectativas ciertas de futuro en una sociedad de la que se sienten cada vez más alejados. La convivencia es un pacto entre ciudadanos, en el que todos deben tener la percepción de que obtienen alguna recompensa a cambio de la conducta que se les exige. Cuando se quiebra este principio básico, estalla el conflicto. Nadie puede sobrevivir a un modo de vida en el que la frustración ocupa toda su existencia. Todos necesitamos una causa para vivir. Si los jóvenes no la encuentran en la sociedad que le ofrecemos, la buscarán (y encontrarán) en otras latitudes psicológicas.
Ceuta no marcha por buen camino. No estamos haciendo el esfuerzo necesario para construir una sociedad intercultural. Los prejuicios (muy arraigados) y las resistencias (muy aplaudidas) son, aún, demasiado fuertes. Y no entendemos que ésa es, hoy, la única opción para esta ciudad. No hay alternativas. Ceuta será una sociedad intercultural, forjada desde un conjunto de valores compartidos en pié de igualdad por todos, o no será. Y esto implica asumir cambios importantes (entre ellos medidas de discriminación positiva) orientados a que todos los ceutíes se sientan satisfechos y cómodos integrando el cuerpo social. Mientras esto no lo aceptemos mayoritariamente, y trabajemos conjuntamente por conseguirlo, estaremos fomentando la división y con ello alimentando un sentimiento de “no pertenencia”, que cuando alcanza una dimensión determinada, provoca inevitables e imprevisibles conflictos sociales (entre ellos el alistamiento en las filas de versiones perversas e interesadas del Islam).
Sólo pondré dos ejemplos que ilustran perfectamente el despropósito que practicamos, con amplio respaldo político todavía, y que debería hacer reflexionar a todas las personas buenas. En Ceuta no es festivo el fin de Ramadán (día especialmente emotivo y espiritual para el cincuenta por ciento de la población), y no existe el menor reconocimiento institucional del árabe ceutí (lengua materna de la mitad de la población). Esto sólo se puede explicar desde un racismo estructural que está llevando a esta ciudad al borde del abismo. Lo que todo el mundo debe terminar por entender es que Ceuta no tiene ningún futuro si nos empeñamos en hacer que los musulmanes, nuestros conciudadanos, se sientan en Ceuta (en su tierra) como “en tierra hostil”.