Son los muertos acribillados por no tener el lápiz quieto, que es pensar con líneas parejas registradas con grafito en el lienzo. Supongo que no hay crimen más atroz para un radical que le den la espalda, que se rían de algo tan sentido como las ideas más íntimas.
No me es extraña la cuestión porque a veces me he sentido censurada, acusada o insultada por ir contra la mayoría en mi pensamiento, y me han tildado de todo y me han arrojado basura, lo que pasa es que nunca me ha dado por hacer otra cosa que irme con mis párrafos a otra parte. Por eso no creo que sea el motivo la libertad de expresión, ni unas viñetas , sino la orden tajante en forma de amenazas y vulnerada, por los que seguían haciendo lo que les daba la gana. Hay gente que te manda parar y lo hace con la arrogancia del que pone precio a tu libertad, a tu vida o a tu cuerpo y tú tiemblas, porque temes y porque tienes que perder. Ellos no, hasta que los cogen, que entonces tiemblan como hojas de papel, manchadas de sangre, tiradas al suelo, abandonadas y viejas.
Doce fueron las campanadas que se suponía que iban a cambiar nuestra vida, a ponérnoslo más fácil, porque un viejo año se iba y otro llegaba cargado de felicidad. Pero hay que ser idiota para pensar eso, para creer en eso o para matar porque piensen diferente a ti o se rían de tus versos. Nadie se rió cuando Canal Sur no retransmitió bien las doce campanadas, excepto aquellos que sintonizaron otras cadenas o los que dormimos la bondad de un sueño reparador con nuestros hijos pequeños al lado y los mayores derrochando hormonas.
Nuestra vida es tan complicada, tan genuina y tan rastrera que tememos al mismo miedo y parece que solo buscamos acabar en un geriátrico a los cuidados de asistentes profesionales, vegetando en una silla de ruedas. Lo mismo es mejor no doblar la conciencia y que te ejecuten limpiamente con un tiro en la cabeza, líder señalado por tus ideas, bastión de recuerdos imborrables, en una patria que se une ante la adversidad, con el nombre de tu creación de estandarte.
En España el terrorismo mató a mucha más gente y aún hoy los partidos políticos no se ponen de acuerdo en unirse en un frente común por la libertad, por el país, gritando a voz en pecho a la menor ocasión que se presente el himno nacional. Claro que tampoco tenemos letra y lo otro, lo que se hace en los partidos del tarariraro, más parece gracieta que otra cosa. En este país el nuestro, de todo se hace debate y cada cual tiene una opinión que ejecuta al lado de la barra del bar, en la cola del supermercado o entre los amigos en la noche vieja con dos copas de más, pero luego no nos ponemos de acuerdo ni para ir al baño. Los franceses sí, porque tienen la piel muy clara y las ideas muy bien puestas y saben lo que se juegan si alguien altera los principios que se forjaron con tantas enseñas de libertad. Nosotros en cambio nos traspapelamos, nos retrancamos y nos estreñimos por cada bocanada de aire que llega a nuestras fosas nasales.
Doce podían ser los deseos y los motivos, doce las vocaciones y las ganas de que todo cambie, no olvidemos que estamos en año electoral y anda el hervidero de marisco con agua elevada y sacos de sal, que las encuestas expelen como los sabios griegos que vaticinaron a Leónidas que sería mejor no luchar.
Las fichas se mueven y las cabezas pensantes se derriten ante tanto calor que da la fricción de cuerpos corruptos metidos en armarios por años y que ahora los jueces quieren ventilar. Tenemos doce meses por delante para gastar, para flexionar rodillas o para mantenernos de pie, aguantando, masticando sapos y encogiendo la barbilla por lo que nos venga, que somos boxeadores aciagos y tenemos ya la nariz rota y la mandíbula hundida.