El Instituto Elcano ha hecho público un informe sobre el futuro de Ceuta que ha causado un fuerte impacto en la opinión pública. La conclusión, a modo de resumen, es que “Ceuta tiene los días contados”.
El estudio no aporta novedades dignas de consideración. La convulsión obedece más a la entidad del autor que al propio contenido. Esta fundación de colaboración público-privada está dirigida por un patronato, cuyo presidente de honor es el Príncipe de Asturias, y en el que participan los ministros más relevantes del Gobierno (Exteriores, Defensa, Educación y Economía), así como un amplio ramillete de las empresas más potentes del país, y notables talentos del mundo de la cultura y la ciencia. Tanto lustre, reviste de veracidad inapelable lo que allí se publica.
Sin embargo, el trabajo presentado como un hallazgo en el ámbito de la investigación social, adolece de una inocultable falta de rigor científico. No se puede elaborar un informe confundiendo permanentemente hechos con opiniones, y dejando inconclusos los argumentos. El resultado final es un artículo de opinión, muy sesgado ideológicamente, cuyo único objetivo solo puede ser crear desconfianza en la ciudad, alarmar a la población, socavar la imagen de Ceuta y proyectar la idea a la opinión pública española de que vayamos mentalizándonos para un inminente proceso de abandono de ambas ciudades. Lo que no se puede entender muy bien es el papel que juegan en esta pérfida operación los destacados líderes del Partido Popular que tan “sensibles” son con Ceuta. No se ha oído ni una sola voz del Gobierno de la Nación descalificando esta puñalada, asestada inmisericordemente en el corazón de nuestro destino.
El análisis de los autodenominados expertos, centra su fatal diagnóstico en dos problemas de imposible solución que condicionan indefectiblemente el futuro de Ceuta. La insostenibilidad económica y la desnaturalización identitaria.
Sobre la sostenibilidad de Ceuta en términos económicos, poco hay que discutir. Se trata de un problema político de primera magnitud que solo puede solucionar, de manera definitiva, el reconocimiento expreso (o aceptación de hacho) de la españolidad de Ceuta por parte de Marruecos. Mientras Ceuta se mantenga en un limbo político, jurídico y administrativo, auspiciado por Marruecos (y sus aliados) y asumido de manera humillante por España, es radicalmente imposible implantar un modelo económico sólido, solvente y sostenible. Estamos condenados a vivir en el imperio de la irregularidad y el caos. Y esto significa extrema vulnerabilidad y dependencia. Lo que no se atreve a decir el informe es que esto se debe a que los dos grandes partidos que han alternado en el Gobierno de la Nación han incumplido su obligación constitucional de defender los intereses de Ceuta como parte integrante de España. Se han arrugado ante el empuje (los vínculos económicos y los poderosos aliado) de Marruecos. Y nos han traicionado. Esta situación no parece que se pueda revertir, al menos a corto plazo. Ni PP ni PSOE van a cambiar su posición, y las fuerzas políticas emergentes, por lo visto hasta ahora, tampoco manejan perspectivas más alentadoras. Por nuestra parte, el pueblo de Ceuta, hace ya mucho tiempo que se entregó. No tenemos ni la fuerza, ni la vocación ni la convicción necesaria para emprender una batalla tan dura y tan desigual. Sólo nos queda un débil rayo de esperanza que proviene de Europa.
Pero lo que resulta desde todo punto de vista inaceptable, y hace mucho daño a esta ciudad, es la opinión vertida sobre los problemas identitarios. Partiendo de la premisa de que musulmanes y “cristianos” no pueden constituir un cuerpo social único, cohesionado en torno a un acervo de valores comunes fraguados desde la interculturalidad, entre los que se incluye la españolidad de Ceuta; todo se reduce a una dinámica de poder supeditada a la correlación de fuerzas. La conclusión es que el crecimiento demográfico llevará al colectivo musulmán a apoderarse de la Ciudad. Y con ella a distanciarse de España. Esta es la teoría que ya la derecha más extrema esgrimía en los años setenta. Es un razonamiento que carece del menor rigor académico y que, además, está sobradamente rebatido por los hechos. Negar la interculturalidad es una posición ideológica (sustentada por el racismo), no la conclusión de un razonamiento científico. Lo que si ocurre es que el proceso de construcción de ese espacio de convivencia intercultural camina más lento de lo que debiera; pero eso se debe, precisamente, a la resistencia que muestran los incondicionales de la intransigencia, que siguen pululando por la ciudad ciegos de ira y saturados de odio, y que beben de las mismas fuentes intelectuales que los autores del informe. Es difícil avanzar en la interculturalidad porque ellos se oponen con uñas y dientes. Pero en este sentido, podemos ser optimistas. Cada vez somos más trabajando ilusionados por una Ceuta de todos y todas.