Ayer era el día de San Fermín -–el 7 de Julio– y Pamplona amanecía saludando al Santo y corriendo por sus calles rodeando a los toros que han de ser lidiados por la tarde en una Plaza de Toros abarrotada hasta los topes y en la que todo es alegría en honor al Patrón, a San Fermín.
a quien los pamplonicas dedican la mejor y más detonante de sus alegrías. Es digna de admiración esas carreras delante y junto a los toros, exponiéndose a algún accidente que puede ser grave. Los seres humanos somos así, nos gusta exteriorizar nuestros sentimientos de forma llamativa y ruidosa; ahí tienen ustedes el Rocío en Almonte, las tamborradas y tantas otras manifestaciones de júbilo, porque en lo hondo del alma hay algo que es todo amor y que estalla como buenamente al ser humano se le ocurre. Esa alegría tan visible y contagiosa hace que hoy sea muy frecuente, en cualquier lugar de España, haya personas que bien mentalmente o en voz baja canten eso de “7 de Julio, San Fermín...! con lo que se unen a los que viven la fiesta en Pamplona. Es contagiosa la alegría de la gente y mentalmente se la vive aunque nunca se haya estado en esa ciudad en fiestas o sin fiestas, es igual porque ya se ha asumido que Pamplona es San Fermín y la alegría de su día. Y también saltan y corren llenos de alegría los hinchas de los equipos de fútbol, cuando los acompañan al campo de fútbol donde esperan que consigan una victoria. Es igual que se trate de la selección nacional o de un Tercera División; lo que importa es el amor que se siente y se proclama.
A veces no sabemos o no queremos corresponder a esa alegría que hay en nuestra alma por el hecho de ser cristianos, que es un don sumamente extraordinario; y hace falta manifestar esa alegría con pleno convencimiento de que ella es debida a que nuestra alma nos invita y acompaña a esa labor que puede parecer poca cosa y que se trata, simplemente, de querer a todas las demás personas. Quererlas de verdad, ocupándonos de ellas aunque no nos lo pidan. Es darse a los demás la gran fiesta que los cristianos podemos celebrar cada día, aunque no sea con manifestaciones tan ruidosas ni corriendo a los toros. Los que cantan y corren lo hacen así manifestando su alegría y ésta se manifiesta también en la paz interior del alma, cuando algún bien se ha hecho.
Lo que se ha dicho de los cristianos es aplicable a cualquier otra religión en la que el amor hacia los que sufren, por amor de Dios, es algo principal. Esto, que es así para los cristianos, debe ser la gran fiesta de cada día aunque ella no se manifieste externamente. ¿Cuántas buenas obras se llevan a cabo en la más completa intimidad? Pues a celebrarlas como si se tratara del Día de San Fermín, en una fiesta llena de gozo y de paz interior que se traduce en otras buenas acciones y en un comportamiento total lleno de dignidad y de amor y por amor a Dios. Es necesario inundar las calles y plazas de obras del alma bien hechas. Hay que luchar por ser justos y amantes de la verdad. Hay que afrontar la vida sin excusas; totalmente y con el alma abierta al amor y la paz.
Los que cantan y corren celebran, muchas veces, actos plenamente festivos, pero nos hace falta a todos que esas manifestaciones de alegría sepan ser vistas en quienes entregan sus vidas al servicio de los demás. Hay ejemplos muy claros pero también hay otros que discurren en silencio y es necesario que aumenten cada día para lograr que todos los días del año sean de un amoroso silencio cargado de amor; de ese amor que todo el mundo está necesitando y que requiere el sacrificio, por amor, de toda persona que sepa entender lo que, en realidad, es la vida.