De la marcha de ayer se podrá decir lo que se quiera. Que si la gente estaba manipulada, que si los vecinos protestan y luego apedrean a la Policía, que si no colaboran y por eso es complicado detener a los malos (según el lenguaje diferencial acuñado por el PP), que si no pueden opinar sobre políticas de seguridad...
Pueden enumerar y enumerar cuantas excusas quieran, pero nada puede contrarrestar la imagen que ayer se vio: la de dos mil personas (1.200 según la Policía) reclamando justicia, seguridad y detenciones, pidiendo que algo tan sagrado como hacer valer el derecho a la seguridad exista, reclamando que se actúe como se debe y no como desde hace años se está estilando en Ceuta. Los hombres, mujeres y niños que salieron a la calle pidieron algo legítimo, estar seguros. Después de protestar volvieron a sus casas sin ocasionar altercado alguno.
La imagen de ayer debería hacer recapacitar a quienes tienen poder de decisión. En vez de criminalizar a los que han salido a la calle, buscar motivos bastardos, hablar de manipulaciones o empezar a señalar quién estaba o dejaba de estar entre los concentrados, lo que se debe hacer es reflexionar sobre lo que está pasando en la ciudad y tomar medidas, dejando que quienes realmente saben de seguridad asesoren a los que tienen poder para reorientar las políticas. Seguridad por seguridad, ofrecer garantías porque es un derecho del ciudadano el estar seguro en su barrio, no hacerlo buscando los votos como se ha hecho hasta ahora, llegando a organizarse reuniones con delincuentes para pedir que las calles estuviesen tranquilas. ¿No nos da vergüenza? Lo que hoy tenemos es producto de una dejación absoluta, de años viendo las barriadas como caldo de votos, de años manipulando a las fuerzas de seguridad convirtiéndolos en marionetas al servicio de las estadísticas y de los jefes obsesivos, de años permitiendo que cada vez la brecha sea mayor entre el centro y el extrarradio, de años poniendo etiquetas a los muertos, a los heridos, a los actos delincuenciales como si eso viniera a justificar lo que sucedía. Ahora tenemos un problema. Y podríamos tener una solución si al menos fuéramos capaces de identificar esa falta, de asumirla y de proponer cambios.
Hoy podremos leer, escuchar y provocar cuantiosas interpretaciones de lo sucedido ayer. Yo me quedo con una: derechos. Eso es lo que pide la gente y eso es lo que, en demasiados sitios de la ciudad, no existen.