Hay obituarios muy difíciles de escribir. Es el caso que ahora me ocupa con mi gran amigo – de los de verdad –, José Luis Díaz Torres, compañero durante dos décadas en la emisora decana, ‘Radio Ceuta’. No por no esperado el amargo desenlace como consecuencia de su grave enfermedad con la que luchó hasta el último momento, el mazazo en mi ánimo ha sido terrible.
Como lo habrá sido para José Solera, nuestro director durante tantos años, para Teo Marfil o Beatriz Palomo, unidos siempre los cuatro en fraternal equipo en el quehacer radiofónico, en aquellas épocas en las que teníamos el honor de compartir micrófono y tareas en la única emisora local de la época.
José Luis llegó a la radio por casualidad. De niño, solía jugar a la pelota en la calle de la emisora con otros críos de su edad. En ocasiones, Solera, Vitorita Mas o Pepe Sollo, los locutores de entonces, le llamaban desde el balcón para que les trajese el café, tabaco o algún bocadillo. Así durante mucho tiempo hasta que, cierto día, Pepe Solera le dijo que si quería trabajar en la radio. Creo que aquel fue uno de los más felices de su vida, algo con lo que tantas noches había soñado siempre al acostarse.
Durante varios años y con la categoría profesional de botones, José Luis, todo un autodidacta, fue haciéndose con el dominio de los aparatos hasta convertirse en el técnico oficial de la emisora. Técnico y milagrero, porque con tantas carencias en medios en aquellos años cuántas veces y de la manera más original nos solía sacar de apuros en cualquier retransmisión o grabación.
Lo suyo eran los cables, los aparatos, las antenas… Pero, ¿y el micrófono?, le preguntábamos. ¿Por qué no te animas con él? Aquello eran palabras mayores. Se negaba siempre en redondo, hasta el extremo de que en las ocasiones en las que algún imprevisto dejaba fuera al locutor de servicio, recurríamos a dejarle una cinta grabada para salir del paso. Pero un día la grabación falló y José Luis se quedó solo ante el peligro. Y aunque sus intervenciones eran mínimas, el hombre tuvo que armarse de valor y lanzarse a la tarea. Una experiencia inolvidable, solía decir.
Y lo que es el veneno de la radio. Una vez probado el caramelo no hubo ya quien le apartara del micro. Con su peculiar modestia, tesón y constancia, que siempre le caracterizaron, fue abriéndose paso hasta convertirse en un locutor más. Tanto que mi salida precipitada del medio al frente de la redacción deportiva fue cubierta de inmediato por él. Quién mejor que mi gran amigo.
Juntos vivimos anécdotas, locuras de juventud y secuencias profesionales imborrables que tanto gustábamos recordar cada vez que nos encontrábamos. El caso de aquel gran cajón en el que nos colocaron, por seguridad, en Puertollano, a pie de campo, como escudo a los improperios y los objetos que lanzaban sobre nosotros muchos seguidores del Calvo Sotelo al ver cómo el equipo era incapaz de arrebatar al At. de Ceuta su plaza en 2ª División. O aquella especie de ‘columna romana’, como él la llamaba, desde cuyo alto tuvimos que retransmitir otro encuentro de promoción, ahora en Santiago, abrazados uno al otro para refugiarnos en lo posible del viento huracanado que se desató de repente con el consiguiente peligro de arrastrarnos a alguno de los dos.
Juntos hicimos el periodo de instrucción militar en Campo Soto (Cádiz), destinándonos después a la misma unidad Ingenieros 7. Casi a la par nacieron nuestros respectivos hijos, de los que decíamos que ojala alguno de ellos recalase de mayor en los medios, lo que en mi caso se cumplió. Y ambos salimos un día también precipitadamente de la cadena SER, y no por nuestra propia voluntad precisamente, especialmente él.
José Luis Díaz, un ceutí popular por excelencia y persona sencilla, abierta y dispuesta siempre a meter el hombro donde le necesitaran, como en sus largos años de costalero en el Cristo de la Buena Muerte a cuyas trabajaderas me arrastró. ¡Cómo no íbamos a estar allí también uno al lado del otro! Y juntos, en fin y casi al mismo tiempo, la salud nos sorprendía a ambos con un duro golpe que terminó convirtiéndose en el principal tema de conversación de nuestros encuentros, ensombreciendo en parte el de los recuerdos de aquellos maravillosos años en la E.A.J. 46, Radio Ceuta, cuya histórica placa presidía la entrada del desaparecido viejo caserón fundacional de Alfau, 20, después Salud Tejero. Viejo escenario de cientos de vicisitudes para estar en antena para los que mi querido José Luis fue siempre la mano providencial, en unos años en los que la emisora decana agonizaba, hasta su salvadora integración en la Cadena SER.
Se nos ha ido José Luis, pero su nombre permanecerá en la memoria de la ciudad que le vio nacer como un nombre propio de obligada referencia en la dilatada historia de la radiodifusión ceutí. José Luis, amigo del alma, que tu Cristo de la Buena Muerte y tu Virgen del Mayor Dolor te cobijen en esa otra vida hacia la que te has marchado reconfortado con tu profunda fe hacia tus amadísimos titulares.