En plena polémica por la suspensión del ‘contrato del Estrecho’, nos quedan todavía días para conocer qué pasará al final con este nuevo culebrón de verano. Las administraciones mantienen posturas bien distintas. No seré yo quien me meta a defender la razón de unos o de otros (eso que lo arreglen en Ainara, si es que tiene enmienda). Lo que sí me preocupa es que los ceutíes perdamos el poco espacio ganado y terminemos yendo hacia atrás como los cangrejos. ¿Se acuerdan aquellos temporales que siempre tocaban en Navidad?, ¿esas imágenes de familias a las que esperábamos en el puerto para fotografiar su llegada desesperada después de permanecer días bloqueados en Algeciras porque no salía ningún barco? Yo las recuerdo bien, porque a mí, como a cualquiera de los que aquí residen, me ha tocado eso de tener que fastidiarme atrapada en una Ceuta que queda aislada por completo. Eso, a fecha de hoy, cuando vendemos un desarrollo e igualdad con la península sería algo demencial.
En esta disparidad de criterios (término políticamente correcto en vez del de guerra fratricida abierta) me quedo solo con un asunto: la obligada defensa que todas las administraciones tienen que hacer de nuestros derechos, la imposibilidad de que vayamos hacia atrás como los cangrejos, la lucha porque no perdamos derechos, porque las conexiones sigan siendo las mismas, porque se garantice el vencimiento al bloqueo que imponen los temporales, porque haya enlaces suficientes como para que ni comerciantes ni empresas protesten por las pérdidas que puedan sufrir.
Esas son las premisas que cualquier lector pondría encima de la mesa. Contrato sí, contrato no... guerras a un lado u otro... interpretaciones, decisiones, mercados, negocios... esas son palabras mayores ajenas a lo que los ciudadanos reclaman: la igualdad, el mantenimiento de nuestros derechos básicos o, dicho de una forma más clara, nuestra dignidad.