Hablar de eras convulsas y de miedos no es, desgraciadamente, ninguna novedad en los tiempos que corren. Estamos viendo cómo, inmisericorde y brutalmente, el Poder en estado puro arrasa de raíz lo que considerábamos, hasta hace muy poco, derechos básicos e irrenunciables. El despiece del Estado del Bienestar, o del Estado democrático a secas, es tan acusado que las mutilaciones sociales ya están sufriendo de forma exponencial. Las órdenes de recorte no tienen fin, como fin tampoco parecen tener las justificaciones de los chicos de los recados a estas medidas; unos “chicos” que, dicho sea de paso, cada vez son menos chicos de los recados y más abiertamente vasallos de quienes mandan de verdad.
Así, los mensajes/consignas cuidadosamente elaborados van calando, poco a poco, en quienes ya no saben/sabemos qué rumbo tomar para evitar el diluvio universal que estamos padeciendo… y lo que queda por llegar. Este machaque ideológico-propagandístico constante ha logrado que asumamos hasta lo más profundo de nuestras almas que, por ejemplo, hayamos vivido por encima de nuestras posibilidades por el mero hecho de habernos endeudado con una hipoteca, con el beneplácito y estímulo de los bancos.
Ahora, una vez interiorizado que, efectivamente, eso de tener casa propia, médicos, maestros, bomberos, controladores aéreos, conductores de trenes o fármacos para todos era una indecente exageración de la que todos tenemos que abjurar por el bien común, ahora, pasamos a una segunda fase: la de la anulación de la protesta.
Porque, como convendrán conmigo, es del todo impresentable que haya quienes no logren entender que se han hecho recortes debido a la quiebra de los bancos; primero salvamos los amos... faltaría plus. Al respecto conviene recordar, no obstante, que en su origen esos recortes se nos presentaron imprescindibles para poder inyectar ingentes flujos económicos a las entidades crediticias que, precisamente, se habían hecho de oro a nuestra costa. Todo era bueno antes de ver la quiebra del sistema y la vuelta a las cavernas. Dócilmente, hemos tragado. Pero como decía Anatole France, los dioses siempre tienen sed, y esos recortes de “poco y nada” no eran bocado suficiente para tan alto señor.
Siguiendo los dictados de Friedman y su Doctrina del Shock, los Señores de esta guerra siguieron su sendero de tierra quemada. Una vez logrado que todos metiésemos un dedo en el engranaje de la culpa, el resto consistía en continuar con la estrategia del miedo dándole más fuerza a la maquinaria de la intoxicación. Fue ese terror que todo lo paraliza lo que provocó que aprendiéramos a leer/digerir/entender, de forma banal y cotidiana, los informes del FMI/BCE en los que se nos exigía austeridad para poder aspirar a sobrevivir. Todos nos habíamos transformado en economistas y Todos comprendíamos que sólo había una solución; era el sempiterno “o lo tomas o…”. Y, a manos llenas, tomamos lo que se nos prometía a base de sufrimiento porque, tras el desierto, estaba la tierra prometida.
Ese servil entendimiento de la situación hizo que viésemos como normal la masiva pérdida de puestos de trabajo que se argumentaba en la necesidad de “un mercado de trabajo acorde con las nuevas necesidades” que se transformó en una brutal merma de derechos sociales y un despido casi libre. Y nos lo volvimos a tragar, sin más, como una suerte de mal menor, como ese miembro que se amputa para evitar la septicemia. Mejor ir en silla de ruedas que muertos, pensamos.
Después llegaron las peticiones de emergencia de comida y el reparto de las bolsas de alimentos que eran entregadas por entidades como Cruz Roja o Cáritas; pero era lo normal, para algo estaba esa gente que se decía solidaria. Su deber era ayudar, aunque esa ayuda fuese destinada a los que, sin cabeza alguna, habían gastado más de lo que podían.
Por ende, también conseguimos ver como lógico que los bancos se quedaran –a precio menor del que habían tasado originalmente y que estaban cobrando de forma leonina– las casas de quienes se habían creído propietarios. Los pobres es lo que tienen, que les das un sueldecito y juegan a ser marqueses.
Pero siempre hubo quienes se empeñaron en llevar la contraria: perroflautas aburridos, algunos nazis, filoetarras y parafascistas se llegó a decir al respecto de estos individuos, que se organizaron para parar los desahucios. Lo llamaron escraches, aunque en realidad, como a todos nos hicieron entender, eran coacción pura y dura a los padres de la Patria, quienes, sin cesar, se desvelaban por nuestro bienestar. Una cosa era votarles cada cuatro años y otra muy distinta cuestionar su gestión, aun cuando se hacía en contra de nuestros intereses… hasta ahí podríamos llegar.
La casta política, desde todos los horizontes y ante tanta ingratitud/indecencia/incomprensión, se unió contra esa intolerable presión ciudadana, y es que claro, una cosa eran las “legítimas indicaciones” de los lobbys que sólo servían a intereses económicos (grandes empresas, corporaciones y/o industrias, entre otros) y otra muy distinta que se luchara contra unos desahucios que hasta la UE había tachado de irregulares. Se habían pasado de la raya.
Afortunadamente, algunos siervos al servicio de los que mandan se apresuraron a decir que los desahuciados eran unos listillos que provocaban ser arrojados a la calle para poder comprarse otra vivienda en mejores condiciones, máxime cuando habían bajado de precio con la crisis. Con esa afirmación, muchos pensaron que ya no se podía llegar a menos… craso error. Llegados a este punto, todavía quedaba un último escalón que subir para rizar el rizo del refinamiento de la manipulación. Y en ello están.
Asumido todo lo inasumible, y absolutamente cautivas y desarmadas las organizaciones al uso, mucho me temo que está culminando la inoculación del virus totalitario en cada uno de nosotros. Mientras nos “entretienen” con exabruptos, declaraciones fuera de tono y agitación de espantapájaros, la inyección letal de la intolerancia va, poco a poco, instalándose en todos nuestros tejidos, órganos y pensamientos.
El virus no sólo tiene la capacidad de anular cualquier tipo de reacción ante las agresiones a los derechos fundamentales sino que, al mismo tiempo, provoca un alineamiento con el Poder establecido y sus dictámenes. Si ahora no es raro escuchar que la miseria es fruto de la nefasta y manirrota gestión de la economía doméstica de los pobres, pronto se generalizará la corriente de opinión por la que los que nada tienen se han buscado lo que tienen… porque claro, la frontera entre la pobreza y la riqueza consistirá en poder pagar hipoteca y comer, o no.
Escalofríos me produce la posibilidad (cada vez menos hipotética, por cierto) de que se repitan las típicas afirmaciones que siempre se han empleado para justificar los actos de las dictaduras más sangrientas. Así pues, vayámonos haciendo a la idea de que aquí, Al Sur del Edén, la frase más escuchada va a ser de nuevo el lacónico y cobarde “por algo habrá sido” para evitar cualquier tipo de posicionamiento, como si la lluvia no nos mojase a todos por igual.
Mi mañica preferida, que de mojarse (y hasta de empaparse) sabe mucho, lo tiene claro: “si consentimos que nos anulen y nos transformen aún más en marionetas sin voluntad propia de decisión, no vayamos a creernos que estos procesos tienen algún tipo de marcha atrás. Una vez atrapados en el bucle sin fin del horror –afirma con contundencia– no esperemos que nadie venga a salvarnos, entre otras cosas porque sería más de lo mismo”.Más vitriólico y evidente, imposible.
El proceso de división ha empezado. Sutilmente se está instalando el concepto del “soy” como táctica de aislamiento, como implacable método para aplastar el “Somos”, mucho más peligroso para el sistema establecido, por razones obvias.
Cada vez menos margen de maniobra, a usted le toca saber cómo quiere conjugar el verbo Ser. El peligro reside en que, si elige la primera persona del singular, en realidad estará optando por la tercera del plural… en todo caso, usted sabrá.