Aquí estoy Señor, donde Tú has querido que te sirva, pero ya no puedo hacerlo en la forma que Tú me habías señalado. Estoy enfermo y Tú necesitas que sean personas en plena posesión de facultades las que ocupen puestos de la máxima responsabilidad. Yo ya no puedo, Tú lo sabes bien, al igual que sabes cuánto me cuesta y me duele llegar ante Tu presencia con una Oración dolorida y con las manos casi vacías porque han sido muchas las cosas que no he podido hacer, que no he tenido fuerzas mentales y físicas adecuadas a la labor universal que me habías señalado. Sobre mi alma pesa el dolor y la confusión la que tanta gente vive, en la que tantos pueblos se ignoran y hasta se combaten desesperadamente. Yo sé que a todos y cada uno de ellos debo llevarles palabras y acciones de consuelo, pero cada día tengo menos fuerzas para hacerlo y, por ello, mi alma sufre y todo mi ser se duele. No puedo más, Señor... con toda humildad debo decírtelo...
Cuando conocí que el Papa señalaba el día 28 de Febrero para el acto de renuncia a su misión, me dio verdadera pena pues me figuro lo que ha tenido que sufrir hasta llegar a esa decisión. Por sus escritos conozco su gran sensibilidad y alta calidad de su mente.
Ahora mismo estoy leyendo su libro JESÚS DE NAZARET (Desde la entrada en Jerusalén hasta la Resurrección) y nunca había encontrado unos razonamientos tan profundos y contrastados con gran cantidad de citas a otros pensadores; porque es eso un libro de pensamiento profundo y puesto al alcance de quienes quieran conocer cuánta grandeza - a la vez que humildad - hubo en la vida de Jesús. Grandeza que no podemos alcanzar a conocerla - en toda su magnitud - si no se cuenta con la gran ayuda del Papa Benedicto XVI.
Mucho ha tenido que sufrir - y sufre aún - Benedicto XVI para dar la noticia de su decisión. Si en sus escritos aparece como elemento básico el análisis detallado de lo que escribe, cuánto más ha debido ser en el proceso de esa decisión tan trascendental y que alberga su conciencia como un acto verdaderamente fundamental a la par que de humildad no sólo ante el Señor sino, también, ante cualquier ser humano que se pregunte por los motivos de esa decisión tan importante y nada corriente.
Es un gran ejemplo de universal validez y que aunque nos produzca, de primera intención, un gran dolor, nos servirá de guía para cualquier actividad de toda persona.
Merece ese acto de serena humildad todo nuestro respeto, el de cualquier persona, y una oración de súplica para que la fortaleza siga en su ánimo a lo largo de todos esos días que han de pasar hasta el próximo veintiocho de Febrero de este año; día ese en el que el corazón de toda persona de bien sufrirá, al unísono, con el del Papa Benedicto XVI.