La piel es un el mayor órgano del cuerpo de los animales, nos protege y aísla de las inclemencias del tiempo pero también es un puente de comunicación con el mundo. A través de ella sentimos el amor de una caricia o el dolor de una herida. Lleva con nosotros incluso desde antes de nacer y se adapta a nuestro crecimiento y nuestras experiencias. Necesitamos la piel para vivir y lo más importante, cada uno de nosotros tenemos nuestra propia piel, cada animal la suya.
Sin embargo, el negocio de la peletería, se lucra con el hecho de arrancársela a los demás para hacer de algo tan personal y necesario como es la propia piel de alguien, cualquier artículo que satisfaga algún capricho humano. Miles de visones, chinchillas, zorros, etc… mueren cada año para satisfacer la demanda peletera. Estos, después de una vida miserable de encierro y agresiones, cuelgan muertos de los abrigos de quienes lucen orgullosos sus prendas como símbolo de alto estatus. Horrible también es la matanza de focas que se produce cada año en Canadá, en la que se les golpea y arranca la piel estando aún vivas y el hielo blanco de sus casas se convierte en una marea roja compuesta por la sangre de bebés de no más de un año de vida.
Pero no hay que vivir en Canadá ni vestir con abrigos caros para ser partícipe de la misma injusticia. Detrás de unos zapatos, una chaqueta, un cinturón o un sofá de piel, detrás del cuero, va implícito el sufrimiento de vacas, corderos, perros, conejos u otros animales que también necesitan su propia piel para vivir.