Es éste uno de tantos complejos que existen en determinados ámbitos laborales de la ciudad. Complejo extendido del que termina beneficiándose... ¡bingo! la clase política. Sí, porque es la primera que sabe sacar jugo hasta de donde no lo hay con tal de ensalzar las labores de quienes quiere. Medallas, calles, escudos, placas... todo forma parte de un escaparate que termina, en ocasiones, manipulado. No, no voy a caer en el temido error de las generalizaciones. Saben ustedes que no, ya son demasiado listos para poder diferenciar lo que es un reconocimiento más que merecido, de lo que termina siendo una pantomima, un mero espectáculo de compadreo, de querer vender lo que no hay.
Lo más grave de todo esto es cuando el complejo ‘medallitis’ supera el escenario político. Porque una piensa eso de... mira, que le pongan una calle, una medalla o den un título a menganito o fulanito por ser afín a determinado partido... vale, hay tragaderas para todo... ¿pero qué sucede cuando en los típicos actos de los patronos y patronas se reparten medallas entre agentes de la ley y el orden? Ahí es cuando surgen las preocupaciones, se juega con la seguridad ciudadana, ¿pues no era sagrada? El malestar se produce no precisamente cuando quienes se las merecen son condecorados, evidentemente, sino cuando se les premia a quienes no han hecho nada más que acercarse al poder o se han montado sus propias operaciones para justificar, así, la gestión política de turno.
¿Cuántas mediáticas operaciones han dado pie a resoluciones judiciales absolutorias dejando en evidencia que tras las mismas no había más que paja, paja, más paja y un disfraz político de mil pares de narices? Sin pensar demasiado me vienen ya el nombre de dos, paridas, gestadas y desarrolladas en Ceuta. Y recuerdo también que quienes las reventaron fueron premiados con medallas. ¿Las devolverán al demostrarse que nada había tras aquellos golpes policiales?... No lo crean.
Quizá en el fondo la esfera policial no tenga la culpa de estas situaciones, de esa ‘medallitis’ tan deplorable. En parte, puede, pero miren hacia arriba, a esos mandamases que tienen que vender a la ciudadanía gestión, gestión y más gestión, aunque la misma sea falsa. Sucede que juegan con las ilusiones de quienes sí siendo dignos de un reconocimiento ven cómo su trabajo no se ve recompensado, mientras otros, curiosamente, consiguen las venturas de un sistema que es capaz de corromper hasta esto. ¿Buscan medalla? La obtendrán toda vez que los mandamases necesiten volver a disfrazar su ineptitud y ocultar sus fallos.